Hubo dos actuaciones que hicieron historia en la última jornada del ya clausurado Primavera Sound 2018, y nosotros tenemos claro que fueron Arctic Monekys y Jon Hopkins.
HTTP Error 404 Cerebro Not Found. Cuando ayer volví por fin a casa (mi Primavera Sound 2018 terminó ayer a las ocho de la tarde del domingo) e intenté ponerme a contar qué tal la última jornada del festival, ese era el mensaje que me devolvía constantemente mi cabeza. Ahora ya he dormido diez horas, pero me he levantado con la espalda crujida y la sensación de haberme quedado tonta de por vida. Antes, haciendo pis, me he puesto a llorar sin absolutamente razón alguna. Me atrevería a decir que estoy llevando la vida regular. Pero al menos hoy puedo hacer que las teclas se deslicen hasta formar frases con más o menos sentido. Poco a poco. Lento y constante se gana la carrera -o algo así-, que dicen.
Y lento y constante fue también mi sábado 02 de junio en el ya clausurado Primavera Sound 2018. Aún tengo demasiado vivo el recuerdo de la jornada del sábado del año pasado (aquel en el que me quedé apática y sorda a la 1 de la madrugada y el resto de la noche fui solo un fantasma tristón de mí misma) como para querer cometer los mimos errores. Así que me lo tomé con calma. Me perdí a Peter Perret y, aunque aún no me he atrevido a preguntar por ahí si toco «Another Girl, Another Planet«, no se terminó el mundo. También pasé de ir a Car Seat Headrest.
El hecho de estar en Mordor (este año no he podido parar de preguntarme quién acuñó la expresión por primera vez) inclinó la balanza hacia Rex Orange County en el escenario Pitchfork. Y aquí sí que de verdad no sé cómo lo hicimos, pero llegamos a última canción empezada. Debo confesar que me supo mal: le tenía muchas ganas, y más habiendo pasado de Car Seat Headrest para ello. Había tanta gente que, con mi metro y cincuenta, no alcancé a verle la carita a Alex O’Connor ni estirando el cuello al cielo como una tortuga… Pero me bastó ver las visuales, con ese «Rex Orange County» tan teen escrito como si fueran imanes de letras en una nevera, para enamorarme.
Pero, sin duda, lo mejor de «ver» a Rex Orange County fue acordarme de que, justo después y justo al ladito, en el escenario adidas, tocaban Rolling Blackouts Costal Fever. Para quienes se pregunten cómo se me pudo olvidar si era de lo que más ganas tenía que ver del sábado: alguna que otra vez de un momento a otro se me ha olvidado el PIN del móvil y hasta mi dirección. No es nada fuera de lo común. Los vi sentada («lento y constante»), pero me parecieron de lo mejor del mundo. Rollo que, si por algún casual acabásemos en una distopía y todos los músicos estuvieran obligados a sonar dentro de un solo género musical, ojalá fuera este. Dignos sucesores de The Feelies, tocaron a toda hostia y a todo pop temas como «Mainland«, «Talking Straight«, dejando lo mejor (chicos sabios) aka «French Press» para el final. Dicen que lo de Jane Birkin fue una experiencia casi religiosa. No lo pongo en duda, pero no hubiera cambiado a estos por nada en el mundo. Ya lo dije alguna vez: puedes sacarme del pop, pero no puedes sacar el pop de mí.
En cuanto acabó, nos fuimos a ver lo que quedaba de Ariel Pink al escenario Ray-Ban y fue uno de esos conciertos en los que te arrepientes de no haber escuchado más atentamente al que está sobre el escenario. Siempre tuve la imagen de que el tipo hacia un rollo como de ruiditos y cacharritos raros y lentos. En cambio, me pasé toda la media hora de concierto bailando (un mucho por la música, un poco porque estaba en ese momento de tres días de festival que, o te mueves todo el rato, o te quedas muerta en el sitio de por vida).
Con Slowdive también me pasaba algo parecido a lo de Ariel Pink, con la diferencia de que la pereza de escucharlos no venía tanto de creer que no me iban a gustar, sino por la certeza de que iban a hacerlo. Rollo…»sé que me van a gustar en cuanto los escuche, sea cuando sea, así que ya llegará el momento«. Ese sea cuando sea terminó siendo sentadita en el césped enfrente al escenario Primavera. Y, para sorpresa de nadie, confirmé que Slowdive me gustan. Cuando terminó, con toda la calma del mundo un par nos dirigimos hacia Mordor… para ver a los Arctic Monkeys. Sentaditos en las gradas y desde lejos, sí, pero para ver a los Arctic. Y pillar un cacho de Lorde ya que estábamos, que al final para mí resultó en ver (escuchar) todo el concierto haciendo fila en la barra.
Y aquí espero que se me permita un pequeño inciso: en la vida me había topado con camareros tan retrasados como los del Primavera. Y no hablo de tardar mucho en atenderte, que me parece incómodo pero lo normal en un festival de esta envergadura. Hablo de no saber ni una palabra de castellano, de irse a servirte y volver cada cinco minutos a preguntarte qué habías pedido, de pedir un Red Bull amarillo y que te insistan en que es de limón pese a decirle «que no, que es tropical, de verdad» una y otra vez. Pero bueno, por fin servida y copa en mano, pude llegar dónde estaban mis amigos para revivir todos juntos nuestra profunda adolescencia y, para algunos, hasta lo que nos unió en un primer momento. Lo que hizo que, seis años después de aquella cola interminable bajo la lluvia esperando para ver a los Arctic Monkeys en el Palau Sant Jordi, el pasado sábado estuviésemos juntos para verles de nuevo. Llamadme cursi, llamadme nostálgica… pero no iba a cambiar ese momento por ningún Deerhunter (y eso que me flipan una barbaridad), ningún Onethtrix Point Never ni ningún nada. Llamadme cursi (lo soy), pero el mejor cabeza de cartel de este año han sido mis amigos.
Sentada en las gradas y sin rastro de voz, pero el rato que estuvimos viendo a los de Sheffield (queríamos ir con tiempo a Jon Hopkins) lo di absolutamente todo, y no me avergüenzo de ello. Cayeron «Brianstorm«, «I Bet You Look Good On The Dancefloor«, la siempre rompecorazones «Cornerstone» y hasta «Do Me A Favour«, que en la vida les había visto tocar. No sabría decir cuántas veces y en cuántos sitios de adolescente escribí eso de «perhaps fuck off might be to kind» para dar imagen de dura. Cada vez que tocaban una nueva se me olvidaba qué hacía allí, también debo decir. Y tenemos una teoría al respecto del último disco: Alex Turner está embebido de ego y poco a poco quiere reducir a los demás Arctic a su mera banda de acompañamiento para el directo. Por eso el «Tranquility Base Hotel & Casino» está hecho todo por él (portada incluida), y en las letras iluminadas del escenario solo ponía «Monkeys«. Dadle un par de meses, y los Arctic Monkeys morirán para renacer como Alex & The Monkeys. Después de «Cornerstone» nos fuimos hacia el escenario Bacardí: rendirle culto a Jon Hopkins era prioridad.
Este concierto también tiene una historia de amistad detrás. Era 2015, estaba (para variar) en el Primavera Sound, dirigiéndome hacia la salida porque eran las 3 de la madrugada y estaba para el arrastre ya. Pero dos amigos me llamaron y me dijeron que me pasara a saludarles por el escenario Primavera, que ahora iban a ver a un tío allá y me pillaba de paso, que estaban en el césped sentados y así nos veíamos un poquito. Fui. Sobre el escenario empezaron a dar vueltas y vueltas hula-hops de neones. De fondo, el que resultó ser Jon Hopkins, soltó un temazo que me abrió la cabeza por la mitad. Era «Open Eye Signal«. Y ya no me marché del recinto hasta las seis de la madrugada.
Volviendo a 2018… Fue espectacular. Esta vez estábamos más cerca, más sudados, más bailongos y más rodeados de amigos. Fue trastornante y machacacocos en el mejor de los sentidos. Me dejó tan rota que, cuando un foco súper blanco apuntó directamente al público, (dicen mis amigos, y yo no me acuerdo pero les creo) solté «¡joder me está dando el sol en toda la cara!«. Qué queréis que os diga. Jon Hopkins te lleva a otras dimensiones donde las 3 de la madrugada son las 3 de la tarde. No es mi culpa.
Pretendía ir a Skepta para resarcirme del año pasado, cuando me fui a mear a mitad de concierto y ya no supe volver. Pero tenía miedo de perderme otra vez, así que pasé. Habíamos quedado unos cuantos en pasarnos por Evian Christ en The Warehouse, pero se me olvidó por completo y fui a buscar a un colega que estaba en el adidas esperando a Mujeres. Sonaron fatal, me pasé casi todo el concierto haciendo cola en la barra y ya nos fuimos a DJ Coco en las gradas. Hay tradiciones que tienen que respetarse.
No recuerdo muy bien qué puso y qué no, pero tampoco recuerdo escuchar guitarras. Lo que sí recuerdo es bailar «212» de Azealia Banks como poseída por el ritmo ragatanga y flipar colectivamente en el momento en el que empezó a sonar Carly Rae Jepsen. Después de una vida entera atrapado en los 90, por fin DJ Coco ha llegado a 2017. Un empujoncito más y ya casi estaremos en la misma línea temporal. También recuerdo un momento en el que todo Dios llevaba una careta de Puigdemont en la nuca, y todo el rato creía que todo el mundo estaba girado mirándome a mí, y me rallé tanto que hasta le pedí a un desconocido que por favor si se podía quitar la careta, que lo estaba pasando muy mal. Y recuerdo, cómo no, cantar «Don’t Stop Believin» mientras el sol empezaba a salir.
Recuerdo maldecir el Primavera cada minuto de la hora que tardaba en llegar a casa cada mañana. Recuerdo quejarme del dolor de piernas tras recorrer el recinto punta a punta día sí día también. Recuerdo acabar harta de los camareros, de las aglomeraciones. Recuerdo tener que salir a vomitar durante Four Tet o Tyler, The Creator. Recuerdo la de dinero que me he dejado y me pongo pálida. Pero, sobre todo, recuerdo sentirme feliz. Cantar a todo pulmón «Segundo Premio», bailar Jon Hopkins subida a los hombros de un amigo, abrazarnos llenos de purpurina cada diez minutos. ,Y conociéndome, los mejores momentos seguramente sean los que ni recuerde. Y la bajona no perdona, pero este año ha valido la pena. [Más información en la web del Primavera Sound 2018]