VIERNES. 24 de mayo
DAUGHN GIBSON. Muchos somos los que fuimos hasta el escenario Pitchfork para ver a la macha por excelencia, a ese ex-camionero que todos deseamos que tenga un buen futuro en el cine porno. Eso sí: también muchos somos los que acabamos decepcionados al no encontrarnos con el crooner que David Lynch sueña en sus noches más húmedas, sino con un tipo algo sosarro empeñado en mostrar músculo (musical) y demostrar que, ahora que tiene banda, sabe y puede labrar los terrenos rock de toda la vida. Por suerte, de vez en cuando dejaba de lado lo que suponemos que son los temas de su nuevo disco y se centraba en su inicial rollito crooning de psiquiátrico. Entonces, bien. [RDT]
SOLANGE. Lo de la pequeña de los Knowles fue un «Veni, vidi, vici» en toda regla. Y es que, cómo no caer rendido ante la simpatía y las artes de esta chica, oigan. Como si su cuñado no fuera Jay-Z, como si su hermana no fuera una de las mayores superventas del pop comercial, Solange se presentó ante el abarrotadísimo Pitchfork sonriente, relajada y contenta. Supo transmitir ese ánimo a medida que presentaba las canciones de su ya celebérrimo EP junto a Dev Hynes (que le hacía de escudero a la guitarra a su derecha). Ni los problemas de sonido del principio (que los hubo) deslucieron una actuación entrañable que se volvió locura cuando cerró con, evidentemente, con el doblete de «Losing You» y una versión de Dirty Projectors.
BLUR. Ante un concierto como el de Blur, el debate era claro. Demasiado claro. Teniendo en cuenta que Damon Albarn es un tipo que ha rozado la genialidad después de dar por zanjadas sus andadas como Blur (ya fuera al frente de Gorillaz o como productor, por ejemplo, de Bobby Womack), y teniendo en cuenta también que Blur es un grupo que había que disfrutar en su momento debido a la urgencia de su sonido, ¿qué sentido tenía un greatest hits como el que se marcaron? ¿Es justificada la nostalgia cuando, como en esta ocasión, no aporta nada a la herencia enterrada ni abre nuevas vías de futuro? Habrá quien diga que Blur ya han anunciado disco (del que no tocaron nada a no ser que «Under The Westbridge» se incluya finalmente en su tracklist) y habrá quien repita que los que no los pudieron disfrutar en su momento tienen derecho a hacerlo ahora. Yo soy de los que dicen todo eso, sí: en el concierto de Blur hubo tiempo para la euforia y para la lagrimita. Fue un subidón incesante. Y, sin embargo, también fue una traición. A su propio recuerdo (era como ver una película por cuarta vez), a ellos como artistas y a nosotros como público. Albarn, nos prometiste demasiadas veces que esto no ocurriría. [RDT]
JAMES BLAKE. No es que por aquí seamos mucho del discursito ese de «los grupos hay que verlos en salas»: nos gustan los festivales, y nos gusta poder disfrutar a la bandas en diferentes escenarios. Aún así, está claro que una propuesta como la de James Blake es mucho más disfrutable en un recinto cerrado que en un escenario de grandes proporciones como el Primavera. Blake sonó contundente (quizá demasiado) e íntimo a la vez, y defendió con fuerza tanto las ya conocidas canciones de su primer disco (nunca deja de sorprenderme que tanta gente puede volverse literalmente loca con «Limit to Your Love«) como las más nuevas del segundo (tanto «Overgrown» como el apoteósico cierre con «Retrograde» fueron muy grandes) Aún así, el recuerdo de su excelente actuación en Razzmatazz hace ya unos meses se mantenía demasiado vívido: allí Blake sí que supo transformar la contundencia en emoción.
THE KNIFE. Sin duda, la polémica del festival no fueron ni el frío, ni los guiris borrachos, ni los precios de la comida ni las largas distancias… La polémica fue si lo de The Knife fue un timo o la octava maravilla. Nosotros ya nos posicionamos al respecto aquí. No queda nada más que decir.
DAPHNI (dj set). A cualquier dj que aborde la dura tarea de cerrar una noche de festival hay que pedirle mucho a la vez que hay que darle mucho. Hay que pedirle que consiga que olvidemos el cansancio de la larga jornada, pero también hay que otorgarle la manga ancha suficiente como para que haga con nosotros lo que le dé la gana. Dan Snaith se benefició de ambos efectos: su brío a los platos consiguió no sólo mantenernos despiertos, sino incluso llevar nuestros cuerpos hacia un último subidón que hubiera hecho que Rosalía de Castro se replanteara su concepto de éxtasis… Además, consiguió que le brindáramos suficiente libertad como para pasar de los beats más duros y frenéticos al disco y a la tropicalia más desprejuiciadas. Viernes a las 6 de la madruga y sólo había espacio para una pregunta: ¿por qué coño no se programó a Daphni para cerrar el festival el sábado y así despedirnos por todo lo alto? [RDT]