2013 está siendo el año en que algunos tótems de la música alternativa de las últimas décadas deben, obligatoriamente, sentarse en el banquillo y rendir cuentas ante su público antes y después de editar sus correspondientes y esperados retornos discográficos, como si la historia que cargan sobre sus espaldas no se tuviese en cuenta o se volatilizase de un plumazo. Sin necesidad de sacar la lista completa de implicados, piensen en la inesperada resurrección en febrero de My Bloody Valentine o en el inminente regreso de Daft Punk, ejemplos de cómo generar un tsunami de reacciones encontradas sin pestañear y de cómo recibir caricias y puñetazos a partes iguales por doquier sin inmutarse. En medio de esos dos casos paradigmáticos, y a la chita callando, se coló el anuncio del nuevo trabajo de Primal Scream, que no se fueron para volver algún día, sino que siempre han estado ahí. Es probable que, por ello, la noticia del comeback de Bobby Gillespie y los suyos no haya levantado una inusitada expectación; o porque, directamente, a estas alturas la atracción que produce la banda de Glasgow no tiene nada que ver con la que despertaba antaño.
Una situación que se comprende revisando los movimientos de Primal Scream antes de iniciarse la década vigente: “Beautiful Future” (B-Unique / Warner, 2008) se quedó en una desorientada aproximación del grupo al pop y al rock de bajas pulsaciones, sin garra ni nervio; y “Riot City Blues” (Sony, 2006), aun siendo superior, se mostró como una fotocopia en blanco y negro del stoniano “Give Out But Don’t Give Up” (Creation, 1994), incluso en su función desintoxicante de sonidos electrónicos, ya que había llegado tras el agitado (y agitador) “Evil Heat” (Sony, 2002). Con este álbum, posiblemente, Primal Scream vivieron sus últimos momentos de verdadera gloria, impulsados todavía por los efectos devastadores de “XTRMNTR” (Creation, 2000). Pero, claro, estamos hablando de una época remota y casi olvidada: a las nuevas generaciones les puede parecer que se esté repasando algún capítulo del pleistoceno. De ahí que el advenimiento del décimo álbum de estudio de los escoceses, “More Light” (First International, 2013), haya sido recibido con relativa tibieza, hasta en los círculos donde conviven los devotos de la figura psych-rockera de Gillespie.
Existe cierta sensación de que el discurso sonoro de Primal Scream está más que exprimido, tras haber probado con todos los estilos habidos y por haber desde mediados de los 80: indie-pop marca C86, dance, acid-house, psicodelia, rock clasicote, trip-hop, dub y electro-rock. Es decir, que sólo les faltaría saltar a la cumbia, las rancheras o los boleros. Pero nos tememos que eso nunca será realidad. Así que no esperen que en “More Light” se lleve a cabo una revolución screamadélica o algo semejante, sino una larga travesía (guiada en la producción por el ínclito David Holmes) con puntuales paradas en varios de los estilos mencionados. Y lo de ‘larga’ es literal: en esta ocasión, Primal Scream concentran sus proclamas contra la decadencia de la sociedad, la economía y la política occidentales no sólo en pildorazos directos y compactos, sino también en pasajes de extensa duración para dejarse llevar y liberarse de sus cadenas. Valgan como muestra “2013” (una odisea pop-rock groovy zarandeada por un retorcido arreglo de viento) o “River Of Pain” (un gran plato de sopa lisérgica que la voz narcotizada de Gillespie va absorbiendo en pequeñas cucharadas), que suman los arriesgados dieciséis minutos de apertura del LP. No importa: Primal Scream se han ganado el derecho, con creces, de no tener miedo a nada.
Curiosamente, la prolongada introducción de “More Light” actúa como perfecta puerta de entrada al meollo del disco, donde aparecen las apabullantes “Culturecide” (sucesora de “Kill All Hippies”), “Hit Void” e “Invinsible City” (descendientes de “Shoot Speed / Kill Light” -la primera con Kevin Shields a la guitarra; se nota-), “Sideman” (una versión depurada y orientalista de “Accelerator”) y la veloz y krautrockera “Turn Each Other Inside Out”. Con estos mimbres, entonces, ¿nos encontramos ante el álbum perdido entre “XTRMNTR” y “Evil Heat”? En parte, sí, porque toma del primero de ellos varios conceptos, tanto formales como líricos, que provocan la excitación del cuerpo y la mente del que lo escucha. Pero tampoco se trataría de una réplica exacta, ya que Gillespie se permite la licencia de profundizar en su adoración por rehacer los esquemas tradicionales del rhythm & blues (“Tenement Kid”, “Eliminator Blues” -en esta, con Rober Plant como invitado estelar-), sumergirse en las baladas tenebrosas acompañado de coros femeninos y un sensual saxo (“Goodbye Johnny”, en la línea de su unión temporal con Kate Moss en “Some Velvet Morning”) o coquetear, otra vez, con las influencias originarias de Oriente (como en la hindú y esquizoide “Relativity”).
Para el final quedan los viajes al pasado más lejano de Primal Scream: “Walking With The Beast”, lánguida y psicodélica pieza para contemplar con calma lo bien que encajaría en “Give Out But Don’t Give Up”; y la ya conocida “It’s Alright, It’s OK”, desenlace góspel y efusivo de “More Light” que trae a la memoria, inevitablemente, el “Movin’ On Up” perteneciente a “Screamadelica” (Creation, 1991). Una despedida que confirma que Bobby Gillespie, tan contestatario como en los viejos tiempos, sólo tuvo que recurrir a su propio legado para seleccionar algunos de sus elementos más sobresalientes y reconocibles y despachar el mejor disco de su grupo de los últimos diez años. Ahora tendrían que ser los seguidores de Primal Scream los que rindieran cuentas ante los escoceses por no haber confiado en sus posibilidades actuales.