Mia Hansen-Løve tienen tantos fans como haters… Pero hay que reconocer que en «El Porvenir» sólo hay espacio para el amor (y para Isabelle Huppert).
En el último plano de «Un Amour de Jeunesse«, Mia Hansen-Løve situaba a Camille, su joven protagonista, tomando el sol frente a un río. Su mirada y la forma en que estaba filmada sugería un cambio de etapa. Camille había superado su adolescencia y había configurado sus objetivos profesionales y sentimentales, delante el río fluyendo hacia un futuro que se antojaba libre y brillante como el sol y el bucólico paisaje que se dibujaba en el plano general. No es que «El Porvenir» sea ni mucho menos una secuela de aquel film pero, en cierto modo (y muy a la rohmeriana manera), si es la continuación sentimental de «Un Amour de Jeunesse«. Y es que el film se inicia en un ferry, en mar abierto, lloviendo y con negros nubarrones cerniéndose sobre el núcleo familiar cuyo epicentro es Isabelle Huppert. Un panorama en el que podría haber podido perfectamente figurar el rótulo “… unos años más tarde”.
Lo que encontramos en ese porvenir es a Nathalie, interpretada por Isabelle Huppert, una profesora de filosofía de vida aparentemente consolidada. Matrimonio, hijos, una profesión que adora y una madre a la que cuida en su problemática vejez. Una vida deseable, rutinaria, llena de discusiones filosóficas sobre la verdad, la revoluciones propias, pendientes o pospuestas ad aeternam. Una existencia plácida cuyo conflicto se desarrolla en el plano teórico del debate filosófico. Hasta que todo se desmorona.
En una sucesión de eventos casi consecutivos, Nathalie observa cómo todo lo que daba por garantizado y cotidiano se desvanece. Y, justo en ese momento, empieza «El Porvenir«. Porque Hansen-Løve, con su habitual formalidad y distancia emocional, se toma su tiempo en la presentación de la vida de Nathalie. Haciéndonos partícipes de sus rutinas nos imbuimos de su seguridad… Los cimientos necesitan tiempo. Por ello, este prólogo es tan extenso como necesario, como una especie de trampa existencial en la que nos sintamos en una zona de confort para caer luego junto a la protagonista en sus mismas dudas.
Es aquí donde la directora francesa opta por renunciar al drama de exposición tremendista e investigar sobre las consecuencias del desvanecimiento de una vida y las opciones intelectuales, anímicas y vitales que se toman al respecto. ¿Es tan terrible estar solo? ¿Estamos preparados para ello? ¿O todo esto a lo que estamos acostumbrado sólo es una forma de cadenas en forma de rutina agradable? Todo ello parece hallar (una) respuesta en la actitud que adopta Nathalie. La frase lo dice todo: “He reencontrado mi libertad. Una libertad total. Es extraordinario”.
Y es que, a pesar del drama íntimo, el enfoque de «El Porvenir» se dirige a a una cierta depuración personal, a un acto de desnudo paulatino donde a medida que los objetos van desapareciendo (libros, jarrones, flores, gato). A medida que el orden estricto se torna en cierto caos organizado, es Nathalie quien va asumiendo sin miedo, con esa libertad extraordinaria, sus propias contradicciones, su propio ser entendido como humano pleno en contraposición al de mujer pivote fundamental donde orbita todo un universo y donde existía una relación perversa de dependencia retroalimentada.
Especialmente cruda al respecto, sin perder un ápice de sutileza, resulta Hansen-Løve al retratar la relación pigmalionesca de Huppert con uno de sus ex -alumnos. Como esa admiración mutua desemboca en un conflicto soterrado de diferencias ideológicas alimentadas quizás por la edad, pero sobre todo, y en esto la directora se muestra más irónica que nunca, en la idealización que el alumno hace de un estilo de vida alternativo, de cómo esa “automarginalidad” otorga una superioridad moral inexistente.
Mia Hansen-Løve retrata, como es habitual en sus películas, a sus personajes con respeto y con distancia. Pero, por primera vez en su carrera, desliza elementos de crítica y cierta aversión por algunos de ellos mostrándolos de forma arquetípica, estática, incapaces de evolucionar frente al cambio observado en el resto. Sí, Hansen-Løve firma la que, tras el empalagoso y algo fallido «Eden«, supone su obra más madura, más controlada en cuanto al recurso y a lo que quiere contar. «El Porvenir» se constituye como un film donde lo emocional y lo intelectual conviven y se matizan en diálogo constante. Una película aparentemente leve pero que esconde cargas de profundidad, lecturas múltiples y un equilibrio que nada tiene que ver con imposturas zen en lo argumental ni en estatismo gratuito en lo formal. Es el fin de camino del río de «Un Amour de Jeunesse«, un fin de etapa que invitada a investigar que viene después del punto y seguido.
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