CUADERNO DE BITÁCORA: SÁBADO, 20 DE JULIO. Tercer capítulo del peregrinaje a portAmérica 2013 y, al contrario de lo que se pudiera pensar, esta vez nuestros cuerpos no notaban las consecuencias de los dos largos e intensos días previos (con sus correspondientes noches). Quizá porque el festival había ido avanzando en sutil y continuo ascenso hasta su jornada de clausura, en la que se condensaría y se mostraría en todo su esplendor su esencia transatlántica a la vez que se agruparía la mayor cantidad de asistentes diarios acudiendo a la llamada, tal como había sucedido el año anterior, de Vetusta Morla en su único concierto (ese dato se modificaría por sorpresa) en España en 2013.
El aroma argentino dejado tras de sí por Él Mató a un Policía Motorizado veinticuatro horas antes lo prolongaron Banda de Turistas a media tarde, bajo una buena solana que invitaba más a permanecer en la playa que a cruzar las puertas de portAmérica 2013. A pesar del despoblamiento de Porto do Molle, la jovencísima banda de Buenos Aires afrontó la situación con el mismo comportamiento que si tuviera ante sí a miles de personas, tirando por la vía del pop anglosajón y melodioso a lo The Kooks, del estilo típicamente argentino a lo Ariel Rot o del clásico rock stoniano. Quienes más disfrutaron de la pose y el talento de los ‘turistas’ fueron las féminas que ocupaban la primera fila del foso, todo hay que decirlo…
Las tornas cambiaron hacia la facción masculina cuando surgió la elegantísima silueta de Francisca Valenzuela, definida como la Julieta Venegas chilena. Sin embargo, su soltura y presencia escénica -se movía como pez en el agua sobre las tablas-, sumadas a sus discursos de reafirmación personal y femenina (“Mujer Modelo”), enseguida difuminaron el recuerdo estilístico y sonoro a la mexicana. Si acaso, a medida que Valenzuela desgranaba su pegadizo pop (“Buen Soldado”, “Quiero Verte Más”) con alguna desviación al rock de uñas esmaltadas, la única relación que se podía establecer entre ambas era que la autora chilena estaba recogiendo con brillantez el testigo que Venegas había dejado en el festival en su primera edición. Los que nunca habían catado en directo las mieles musicales del batallón pop de Chile tan en boga las últimas temporadas, se habían deleitado con una buena prueba, aunque fuese de su sector más accesible y comercial.
Sin salir del continente americano, pese a que proceden de Valladolid, Arizona Baby abrieron de par en par su muestrario de country, sonidos texanos y ritmos fronterizos. Si sus compinches Los Coronas habían constatado un par de días antes su valía para musicar un ficticio duelo en O.K. Corral filmado por Tarantino, los vallisoletanos hacían lo propio para ambientar la retirada tras el cruce de disparos con el astro rey descendiendo en el horizonte. Dentro del tradicional pero variado registro que manejan, Vielba, el señor Marrón y familia animaron el cotarro saltando entre el pop (“Getaway”), los golpes danzones, homenajes a su banda más influyente (America) y versiones rockeras estándar (“Sixteen Tons”, vía José Guardiola). Justo cuando el sol y la luna coincidían en el firmamento de Nigrán, el trío enlazó una efervescente “Shiralee” con un final de fiesta que dejó al respetable con ganas de más. Pero esto es algo normal cada vez que Arizona Baby finiquitan sus ardientes conciertos…
Gin Ga pretendían presentarse al público español de idéntico modo, pero se quedaron a medias. Comenzaron adecuadamente, con un fibroso pulso new-wave destilado de Talking Heads y Franz Ferdinand. A ello añadían arreglos de violín y detalles como las leves vibraciones de un xilófono. Y cuando se esperaba que prosiguiesen por esa acertada senda, se fueron desinflando hasta volver a levantar el vuelo en el epílogo formado por su calmada cover del “No Limit” de 2 Unlimited, la divertida “Dancer” y el single de su inminente nuevo trabajo, “Golden Boy”. Poco bagaje por la curiosidad previa que habían despertado los austríacos.
Paradójicamente, la relativa decepción de Gin Ga predispuso a la audiencia a que abriera bien los ojos y las orejas ante Café Tacvba. Siendo sinceros, el planteamiento de la histórica banda mexicana no ha sido comprendido al 100% fuera de las fronteras del país azteca. Cuando aquí se podría llegar a decir a veces que son Maná pasados por un colador pseudo-alternativo, allí gozan de un estatus de leyendas. En su ideario no existen los conceptos ‘rigidez’, ‘esquema’ o ‘barrera’: los derriban de una tacada gracias a su tremendo cocktail sonoro, hecho que se constató en Nigrán. Con un Rubén Albarrán mexicanamente desatado y en permanente conexión con el público, se entregó en cuerpo y alma al ska tequiloso, a las rancheras verbeneras (“La Ingrata”), a los cánticos ecológico-tribales (“Olita de Altamar”) o al pop-rock con sintetizador de fácil digestión (“Volver a Empezar”). Los mexicanos se atrevían a tocar cualquier palo sin ningún complejo, coreografías incluidas… La única pega que se les podía achacar era su tendencia a aprovechar los silencios entre tema y tema para apelar a la espiritualidad y la bondad del ser humano: muy legítima, pero algo empalagosa. Con el personal absolutamente conquistado, no tuvieron problema en sellar su SHOW (con mayúsculas) pasando de la base disco de “La Chica Banda” a un bolero pachanguero para que bailara hasta el más descoordinado del festival. En el futuro, si alguien desea descubrir en qué cosiste el crisol sonoro de portAmérica, debería revisar este concierto.
El delirio (juvenil) explotaría totalmente en los siguientes dos turnos de la noche. Primero, por culpa de Supersubmarina, cuyo caso habría que seguir analizando para comprender su éxito. ¿Quizá porque su sonido y su poesía, aun siendo planos y elementales, es lo máximo que puede asimilar la ‘generación WhatsApp’? Posiblemente… Visto lo visto -entre los flashes de las cámaras para sacar fotos de grupo con los jiennenses de fondo, carteles de ‘temazo’ (y ‘coñazo’) y pantallas de móvil iluminadas al aire-, aunque se marcaran unas bulerías, Supersubmarina recibirían el aplauso masivo y los gritos de admiración. Me dieron ajoaceite, nena, y me quise morir…
Después, Vetusta Morla subirían a un peldaño superior a sus extáticos feligreses, que sabían de la importancia del momento: iban a ser testigos del único concierto de los madrileños en territorio nacional a lo largo del corriente año… En teoría, ya que, en pleno show, Pucho anunciaría que la banda se dejaría ver al día siguiente en la orilla opuesta de la Ría de Vigo (concretamente en la localidad de Bueu). Detalles como ese aparte, y tras otra aparición inesperada y agradecida -la de Eladio (sin sus Seres Queridos) para atacar en acústico “El Tiempo Futuro”-, Vetusta Morla se encontraban en una tesitura equivalente a la que vivieron el año pasado: debían poner su grano de arena al final de fiesta del portAmérica. Con lo cual, si hubieran calcado su show de 2012 en el mismo lugar, nadie lo habría notado. De hecho, hasta algún fan exigente se volvió a quejar del flojo sonido de la banda. Y el setlist sólo varió, en esencia, su orden. Así que en él repitieron “Un Día en el Mundo”, “Copenhague”, “Mapas”, “En el Río” o “Sálvese Quien Pueda”, lanzadas en cápsulas de épica de bolsillo y coreadas por ‘ooohs’ que se escuchaban en Marte. Para poner los pies de muchos de los presentes en la tierra, Pucho no se olvidó de pronunciar sus alegatos a favor de la cultura y contra los culpables de la crítica situación socio-económico-política actual antes de ejecutar el previsible bis -sólo se les concedió a ellos tal oportunidad en el certamen- con las atómicas “Los Días Raros” y “La Cuadratura del Círculo”. Dios -o quién sea- tenga en la gloria a los santos morlianos.
Despejado el escenario y parte del foso, Delorean se disponían a quitarse de encima el sambenito de convidados de piedra. En una posición retrasada, semi-oculta por el humo, se distinguía la figura de Isabel Fernández Reviriego (Aries), que reforzaría a los vascos en los coros. Lo que significaba que la banda tenía planeado ofrecer algunas pistas sobre su próximo LP, “Apar” (Mushroom Pillow, 2013), de aspecto más analógico y orgánico que su predecesor, el alabado “Subiza” (Mushroom Pillow, 2010). El inicio melódico, cadencioso y transparente sugería que ese sería el croquis que dibujarían Delorean. Los de Zarautz, sin embargo, no tardaron en aplicar bombo, platillo, sintes y programaciones a sus dos himnos “Real Love” y “Stay Close” para enarbolar la bandera del dance noventero que tan sabiamente insertan en sus bombazos electrónicos. A partir de ahí, las nuevas piezas que sonaron metidas en esas potentes estructuras no servían para intuir cómo serán en versión álbum, sino simplemente para bailar, bailar y bailar o, en su defecto, dejarse hipnotizar. En tal estado de trance, no importaba comprobar cómo la voz de Ekhi Lopetegi se dispersaba por momentos envuelta en los ritmos gordísimos de la hipervitaminada “Grow” y ribeteada por los samples derivados de “Ride On Time” de Black Box o las bocinas finales de “Seasun”, perfecto colofón a otra exhibición de Delorean y puente directo al desenlace de portAmérica 2013 con Dj Lagartija a los platos.
CUADERNO DE BITÁCORA: FIN (DE LA SEGUNDA PARTE) DEL TRAYECTO. Como reza el mántrico verso de “Seasun”, el citado tema de Delorean, “I will never be the same again”. Y portAméric, tampoco será el mismo. En su edición de 2013, y tras sólo dos episodios, ha logrado una posición privilegiada y distintiva dentro de la agenda nacional de festivales, por su concepción, la percepción transatlántica de la que se origina y que difunde, los valores artísticos, sociales y comunicativos que transmite, su protección de la música y la cultura -más necesaria que nunca- y la estimulación del talento en tiempos de precariedad. Ya hemos guardado todo ese ideario en nuestras mentes para emprender, desde este instante, el viaje hacia portAmérica 2014.
[FOTOS: Iria Muíños]