«Pornografía» (publicado en nuestro país por Periférica) se abre con una lapidaria cita de Ludwig Wittgenstein: «El mundo de los felices es distinto del de los infelices«. Esta es una de esas citas capaces de eclipsar toda una novela o, mucho peor, de inducir al autor a la seguridad de utilizarla como repetitivo salvavidas para salir a flote de su propia incapacidad narrativa. Ninguno de estos dos casos es el de Manuel Arranz, quien en menos de cincuenta páginas demuestra una capacidad para el aforismo capaz de eclipsar a la apertura de Wittgenstein. «Pornografía» puede leerse a una doble velocidad: por un lado, como colección de aforismos surgida de una mente que no puede evitar pensar a medio camino entre la filosofía y la poesía; y, por el otro, como la historia de un amor visto desde la separación sin que ello signifique, por otra parte, que el amargor se extienda como una ambrosía ácida por encima de los recuerdos.
No es de extrañar que la sombra de Nietzsche aparezca repetidamente en el libro de Arranz: si hay alguien que utilizó el aforismo como arma blanca con especial pericia, ese fue el autor de «El Anticristo«. De alguna forma u otra, «Pornografía» también se estructura como una sucesión de aforismos que pretenden retratar el alma humana a través de uno de sus rasgos más definitorios: la capacidad de amar, de estrellarse, de volverse a levantar. De esta forma, la palabra propia de Arranz va trenzándose con palabra ajenas y con presencias espectrales pero bondadosas como las de Jean Renoir, Philip Roth, J.M. Coetzee, Pasqal Quignard, Honoré de Balzac, Tomás Moro, W.B. Yeats… Una ristra impresionante de referencias que van hilándose poco a poco para formar un hilo mutlicolor y brillante, casi deslumbrante: la velocidad de lectura de «Pornografía» juega a su favor, distinguiéndola como una experiencia fugaz pero que queda dentro. Como un amor a primera vista al que pierdes en menos de un día… pero al que recuerdas toda tu vida.
La analogía del amor no es gratuita en este caso: «Pornografía» es un libro pornográfico en lo que respecta a enseñar las cosas frontalmente, tal y como son y sin filtros que lo hagan más bonito y seductor. Su visión del amor desde los inicios esperanzados hasta un final plagado de celos y sospechas es transparente, a bocajarro. Arranz opta por una exposición atomizada de la historia de amor: los pedazos rotos de la relación acabada flotan en el aire, de forma que los recuerdos se van entrelazando con lo que el autor lee, con lo que el autor cita. El amante intenta apresar las memorias que compartió con ella (esos diarios que ella quiere recuperar, la forma en la que ella le cambió, el insomnio que le provoca), pero todo es muy vago. Lo importante en «Pornografía» son las líneas de pensamiento: cómo la intelectualización de la vida acaba esculpiendo una decisiva muesca en nuestra personalidad, en nuestra confianza en el amor y en la capacidad de relacionarnos con otras personas.
Y si el libro se abre con una cita fulminante, Arranz consigue cerrarlo con un párrafo que sintetiza todo lo explicado y que merece ser citado por otros autores en el futuro: «He puesto dos árboles en el balcón. Uno a cada lado. Las noches de viento, desde la cama, veo moverse las hojas, y en el techo las sombras forman extraños dibujos. A pesar de que los riego todas las semanas y los abono una vez al mes siguiendo las instrucciones, siempre acaban por morírseme. Entonces dejo de regar y de abonar la tierra, y al cabo de unos días veo que alrededor del tronco seco han brotado algunas ramas verdes. No les hago caso y sigo sin regarlas, hasta que alcanzan la altura del árbol muerto, e incluso la sobrepasan. Son de otra especie, menos bonita quizá, más asilvestradas, pero también se mueven con el viento y forman dibujos en el techo. Tal vez debería regarlas. Pero no me atrevo. Temo que los cuidados puedan matarlas«. Poco más se puede añadir.