¿Has visto por ahí críticas negativas de la segunda temporada de «Paquita Sala»? Ni caso. Porque la verdad es que necesitamos más series como esta.
Mira, si es que yo ya lo sabía, pero lo confirmo aquí y ahora: la gente es mala. Y, además, tenemos un serio problema como sociedad y como país. Solo así se explica lo que está ocurriendo con la segunda temporada de «Paquita Salas«, que acaba de aterrizar en Netflix y que ya ha levantado todo un reguero de reacciones divididas en dos facciones diferentes: en los medios habituales ya habrás contemplado titulares insidiosos del tipo «más presupuesto, ¿pero más emoción?» y variantes absurdas; mientras que en tus redes sociales ya habrás observado cómo aquellos «amigos» (por llamarlos de alguna forma) que primero se enamoraron de Paquita en Flooxer son los que ahora se han apresurado a quemar los cinco episodios de la segunda temporada y pontificar que, joder, es que ya no es lo que era.
Pero, bueno, de qué voy a sorprenderme cuando, fundamentalmente, así funcionamos en este país. En cuanto algo escapa de los cenáculos esnobistas que primero lo promocionaron y alcanza un mínimo de masividad, lo único que puedes esperar es que reciba palos y más palos. Lo que era bueno ahora es malo, y lo que eran virtudes ahora pasan a ser sígnos de enquilosamiento cansino. Y mira que el hype con «Paquita Salas» no podría haber crecido más en los últimos meses: el engrandecimiento de la figura de Los Javis a partir de su participación en «Operación Triunfo«, el fichaje de la serie por Netflix, las gloriosas promos que han ido marcando el camino hasta el estreno de la temporada que acabaron siendo una mini-serie en sí misma en la que Paquita visitaba las oficinas del servicio de vídeo en streaming… Todo iba sumando en un fenómeno al que solo le faltaba descorchar esta botella de champán con y disfrutar del jolgorio a continuación.
Y, oye, a lo mejor soy yo, pero mi impresión es que la botella se ha descorchado (porque ahí está el estreno con un gran éxito mediático y de audiencia de lo que para mí son cinco episodios realmente sublimes)… Pero la gente se está reteniendo cosa mala y no parece dispuesta a festejar y a tirarse el champán por encima y a danzar, danzar, malditos, que son dos días. Lo que, al fin y al cabo, es una pena porque «Paquita Salas» bien podría ser la primera gran serie exclusivamente de nuestra generación: un producto generacional que opere fuera de los paradigmas y coyunturas rancias y viejunas de «El Secreto de Puente Viejo» (no, la referencia no es casual) y periferias.
La serie creada por Javier Calvo y Javier Ambrossi lo tiene todo para romper la baraja del audiovisual español: viene de Internet, está bien preñadita de esta nostalgia retromaníaca por los 80 y los 90 que impregna toda la cultura que nos chifla, le sobran bromas meta, propone una fluidez de género maravillosa de una forma tan natural que deja de ser relevante e incluso mencionable… ¿Qué más queremos? En serio, ¿qué más necesitamos para empezar a abrazar de forma poderosa a este tipo de creaciones para que crezcan, para que sean importantes, para que hablen de nosotros fuera de nuestras fronteras?
Porque mira que en los cinco primeros minutos del primer episodio yo mismo tuve mis dudas debido a algo tan sencillo como que el personaje de Magüi (Belén Cuesta) planteaba una incongruencia al respecto del final de la primera temporada, donde parecía que había abandonado su personalidad dulce y patosa para convertirse en una verdadera agente killer… A la Magüi del primer capítulo de la segunda temporada, sin embargo, se le ha aplicado una tabula rasa del copón y vuelve a ser la típica Magüi sobreportectora con (su) Paquita y tremendamente desastre en todas las facetas de su vida pero a rebosar de amor puro y duro.
Eso fue, sin embargo, en los cinco primeros minutos del capítulo de apertura de la segunda temporada, porque… ¿Sabéis qué ocurrió más allá del minuto cinco? Pues que mis defensas se fueron a la mierda y no las podría haber recuperado ni con un chute de L Casei Inmunitas. Vamos, que esta incongruencia de la Magüi me importaba un pito porque, simple y llanamente, estaba rendido (de nuevo) ante la magia de ese personaje redondo -en todos los sentidos- que es Paquita Salas. También del resto de personajes. Incluso de los secundarios. ¡Incluso de algunos que salen de forma totalmente anecdótica (¿hola, Pepa Charro y Betsy Túrnez pueden estar más maravillosas?).
Y vale que lo de los cameos es un no parar… Pero, ojo, es un no parar maravilloso, pero no admitiré nunca esas críticas que he leído por ahí que dicen que los cameos van en detrimento de la calidad de las tramas. Ni hablar. Al contrario. Los cameos de esta segunda temporada de «Paquita Salas» están ahí para engrandecer más todavía los meta-chistes y los juegos de espejos entre pasado y presente: hay personajes que se interpretan a sí mismos aquí y ahora (Fernando Colomo, Lory Money, ¡Ana Obregón!), otros interpretan a nuevos caracteres (¿Terelu Campos?) e incluso los hay que se interpretan de jóvenes por mucho que a algunos nos los creamos (Antonio Resines) y a otros no tanto (Paz Vega y Eva Santolaria).
Pero lo es innegable es que Calvo y Ambrossi han convertido la segunda temporada de «Paquita Salas» en un continuo mise en abyme que va trenzando realidad y ficción, pasado y presente para darle forma a un inside joke pluscuamperfecto que se disfruta en sí mismo y desde fuera, pero que se disfruta más todavía a poco que hayas tenido un mínimo de contacto con la farándula que representa. Paquita Salas las hay en todos los oficios (aunque no tan soberbiamente moldeadas como en manos de Brays Efe), Magüis también… Pero esta Paquita y esta Magüi son tan coyunturales del cine y el famoseo que es imposible no troncharse al ver representado un mundillo que ya hemos contemplado plasmado en otras ocasiones, pero nunca de forma tan descarnada, desprejuiciada y con ánimo de reírse de uno mismo como en «Paquita Salas«.
Porque Los Javis saben que Paquita y PS Management y la industria ante la que ponen un espejo es un desastre. Pero, precisamente porque es un desastre, resulta de vital importancia que los directores repitan una y otra vez la estructura de cada uno de los episodios: presentación, nudo, desastre, canción emotiva, subidón de azúcar, desenlace y demostración de que, mira, Salas lo hace todo mal, pero es una persona humana con unos principios como la copa de un pino que no se permiten en esta industria. Literalmente. No se permiten si quieres triunfar… Y así le va a Paquita.
Necesitamos más gente con principios en este y en todos los mundillos profesionales del mundo. Hace unos días, hablaba con un amigo de 26 años que me explicaba que estaba pensando marcharse de Barcelona porque, aquí, o eres un desalmado y vas a saco, o no triunfas laboralmente. Entonces le pedí que pensara en tres personas a las que admirara laboralmente en Barcelona y que me dijera si eran unos cabrones o más bien eran buena gente… Y tuvo que admitir que los primeros que le venían a la cabeza, además de triunfar, eran un amor. Ahora mismo, coronando aquel consejo, le pediría a este amigo mío que viera Paquita Salas y que no tomara ejemplo de sus metodologías de trabajo, pero si de su calidad humana.
Es por eso, al fin y al cabo, que me duele tanto ver que la gente critique el presunto «exceso de azúcar» de esta nueva temporada de «Paquita Salas«. Mirad: tened en cuenta la escena final de la temporada (¡alerta spoiler!) con Paquita rompiendo el círculo vicioso de Lidia San José, caminando por una calle en la que múltiples actrices (y solo actrices, ni un hombre a la vista) parecen ensayar y buscarse el futuro en portales iluminados en rojo (¿hace falta que explique la referencia a la prostitución en escaparates?) y tirando a la basura la caja con la historia de PS Management mientras el personaje de Anna Castillo empieza a escribir un guión describiendo exactamente lo que está ocurriendo…
Tomad toda la simbología de esta escena, los caminos que cierra y los que abre, la maestría que supura el buen hacer de Los Javis, y decidme si esos cinco minutos no tienen más calidad cinematográfica (y calidez emocional) que todo lo que habéis visto en Netflix este año. Decidme si no nos hacen falta más series como «Paquita Salas«. Porque yo creo que esto es así, y que no hay mala gente (ni mal país) capaz de destruir un discurso tan elocuente. [Más información en la web de «Paquita Salas»]