Aprovechamos el lanzamiento de «Barry Kojonen» para preguntar: ¿por qué deberías leer a Ralf König independientemente de si te van las pichas o los chichis?
He de reconocer que, últimamente, me he descubierto leyendo los cómics de Ralf König con mayor frecuencia de la que nunca pensé que lo haría. Como «joven barón homosexual» (qué palote me ponen estas denominaciones), mi prejuicio inicial fue apartarme de la obra de este autor… ¿El motivo? Siempre he desconfiado de todo lo que venga en un envoltorio tan ostentosamente gay: como persona que cree con sinceridad que la comunidad gay debería ser parte natural de la sociedad, siempre me ha extrañado la forma en la que los homosexuales se meten ellos solitos en ghettos exclusivistas, ya sea en forma de barrios, bares o incluso micro-escenas como la de osos. Por eso mismo, siempre he procurado que, si voy a leer un cómic (o ver una película o leer un libro) nunca sea «porque salen gays», sino porque es un buen cómic (o una buena película o un buen libro).
Así las cosas, ¿qué me ha pasado? ¿De dónde sale entonces esta afición por Ralf König que se hizo completamente evidente cuando me entusiasmó su anterior «Estación Especial Deseo» y que se ha vuelto a reiterar ante la publicación recientísima de su último «Barry Kojonen» (ambos editados en nuestro país por La Cúpula, editorial que ya había publicado el resto de cómics de este autor)? Pues todo esto sale de un proceso bastante simple… Para empezar, el primer enganche con la obra de Ralf König tuvo lugar en la superficie: es imposible negar que el autor sabe capturar en sus cómics todo un corpus de situaciones y comportamientos realmente comunes cuando eres gay, Ojo, que estoy hablado de algo más singular que global: más allá de ser situaciones y comportamientos propios de la comunidad gay (que también), König hablar más bien de la condición gay, y lo interesante es ver que los tics y neuras de esta condición nunca quedan tampoco tan lejos de las de los heterosexuales. Lo que consiguen los cómics de Ralf es utilizar la diferencia (porque, sí, somos diferentes) para reafirmar las similitudes. Ahí esta, si no, esa pareja formada por Konrad y Paul, dos de los personajes más celebrados del autor, y que él mismo nunca ha ocultado que nacen de la voluntad de demostrar que una pareja homosexual, al fin y al cabo, acaba instaurándose en las mismas rutinas que las parejas heterosexuales.
Sea como sea, esa es la puerta de entrada a König: lo que acaba tirando abajo las defensas de gente como yo es otra cosa muy diferente. Es más bien esa capacidad para demostrar que, cuando el autor utiliza los clichés, lo hace a la vez con un cariño infinito y con una sanísima voluntad de reírse de ellos. Como hacía Almodóvar en sus primeras películas (de nuevo) con los clichés gays y travestis o como hacen el trío formado por Edgar Wright, Simon Pegg y Nick Frost con los clichés de determinados géneros cinematográficos (los zombies en «Shaun of the Dead» o los policíacos en «Hot Fuzz«), los cómics de Ralf König sirven tanto para tender amarres hacia el lector a través de un sentimiento de reconocimiento como para ponerle delante de la cara lo absurdo y estridente de muchos de estos clichés, ya sean mitos extendidos como el de «el hetero curioso» o prácticas que rozan lo absurdo como la promiscuidad desaforada.
Eso sin contar el sublime rizar el rizo de la obra de König: contraponer esos clichés del nuevo gay exultantemente hedonista (musculocas, osos aficionados al leather, etc.) contra otro cliché cada vez más en desuso, el del homosexual culterano. Esta dicotomía ya late poderosamente en el seno de la pareja formada por Konrad y Paul (el primero un pianista delicado más interesado en el arte que en el sexo, el segundo un pequeñajo que sólo puede pensar en el sexo continuamente)… Pero donde realmente explota es en el fondo de la mayor parte de las obras de König: ya sea su afición por el apropiacionismo y el revisionismo tanto de clásicos grecoromanos («Lisístrata«, «Troya«) como shakesperianos («Yago«) o bíblicos (esa trilogía formada por «Prototipo«, «Arquetipo» y «Antitipo» de la que, por cierto, se está produciendo una serie de películas de animación), como en su capacidad para el retruécano que roza lo snob sin alejarse de un material sensible tan deliciosamente clichetero. Es el caso, por ejemplo, de «Estación Espacial Deseo», donde se establece un juego de espejos delicioso: un mise en abyme en el que es inevitable deleitarse con el hecho de ver a König reflejándose sobre el espejo de ese Paul que, a su vez, se refleja sobre el espejo de la ficción galáctica que está escribiendo. Meta-cómic con coartada gay.
Sea como sea, creo a pies juntas que los tres pasos de este camino de apreciación de la obra de Ralf König no tienen nada que ver con ser homosexual: igual que yo puedo abstraerme de mi condición sexual para disfrutar de una comedia heterosexual particularmente inteligente (ahí está la hiper-macha pero sublime factoría Apatow), cualquier heterosexual puede disfrutar de la obra de este autor de forma totalmente plena. A continuación, sin embargo, no estará de más localizar qué es lo que te va a molar de König dependiendo del género que metas en tu cama…
SI ERES HOMOSEXUAL, TE GUSTARÁ RALF KÖNIG PORQUE… Te va a sentir inmediatamente identificado con absolutamente todos los personajes de sus obras. Siendo Konrad y Paul el epítome de los arquetipos habituales en toda pareja gay que podemos reconocer perfectamente, los cómics de este autor presentan muchas otras constantes que harán que te rías como nunca: los heteros buenorros y curiosos hacia el sexo gay, las mariliendres, el sexo como una forma de vida, la constante sospecha de que todo el mundo es homosexual… Sin lugar para la duda, cómics como la saga protagonizada por Konrad y Paul, «Roy y Al«, «Cosas de Hombres«, «Divinos de la Muerte«, «Poppers» o «Bracitos de Gitano» capturan el zeitgeist gay de las últimas tres décadas. Eso sí, ojo: para disfrutar realmente de los cómics de König, hace falta una buena ración de capacidad de reírse de uno mismo, de mirarse en el espejo de la ironía. Y mi experiencia me dice que, si algo le falta a la comunidad gay, es capacidad para reírse de sí misma.
SI ERES HETEROSEXUAL, TE GUSTARÁ RALF KÖNIG PORQUE… Al fin y al cabo, sus cómics tratan de temáticas puramente universales. Tener una relación de pareja presenta la misma problemática tanto si eres gay como si eres heterosexual. Y follar, bueno, vale, (supuestamente) los gays follamos más (aunque me permito poner esto en tela de juicio), pero la dinámica de «yo quiero y tú no» o la de «los dos queremos y al final esto se complica» es igual independientemente del género que esté implicado. Eso sí, si quieres una puerta de acceso a la obra de König en el que no haya pollas y sexo gay por doquier, también puedes optar por la vertiente más metafísica del autor: ya sea en sus cómics «Oh, Genio» (donde se permitió reflexionar sobre la ola de fundamentalismo e integrismo musulmán) o en la mencionada trilogía formada por «Prototipo«, «Arquetipo» y «Antitipo» (sobre los absurdos bíblicos más fundamentales y fundacionales), el ratio de homosexualidad baja… aunque nunca se apaga. Que, sea como sea, estamos hablando de Ralf König. Por los siglos de los siglos. Y amén.