Juanjo Sáez tiene nuevo libro en la calle y, para todos aquellos que desconozcan su actividad durante los últimos años como viñetista de la sección de opinión del diario Ara, más que un libro esto va a ser un collejón de esos que te dejan la marca de los dedos en la nuca. Pero, ¿cómo? ¿Juanjo Sáez hablando de política? ¿De economía? ¿De sociedad? Pues sí, de eso va su «Crisis (de Ansiedad)» (publicado por Penguin Random House) : un salto al vacío que nos ha tocado vivir desde el trampolín de aquellos tiempos pasados en los que creíamos que vivíamos en la Disneylandia del amor. En el año 2010, a Sáez le propusieron desde Ara ocuparse de la viñeta diaria de su sección de opinión y él, con esa adorable inconsciencia que le define, se agarró los machos y pisó el acelerador. Ahora, varios años después y casi mil viñetas más tarde, recopila gran parte de este trabajo en «Crisis (de Ansiedad)«, un libro que no debería situarse en las estanterías cerca de otros recientes comiqueros españoles que se han atrevido con la política (ya saben: Brieva, Saló…), sino más bien entre esos autores que siempre se han dedicado, al fin y al cabo, a hablar de la vida misma.
Llego tarde a mi entrevista con Juanjo Sáez por culpa de un embotellamiento generalizado en el centro de Barcelona. Por suerte, él también llegó tarde a su primera cita por culpa de este mismo atasco y, a partir de ahí, efecto dominó. Así que, por mucho que habíamos quedado en el edificio de Penguin Random House, al final acabamos con nuestros huesos en un bar cercano, que ya es mediodía y no es cuestión de estar encerrados en una oficina. Tengo que reconocer que estoy un poco nervioso y no es por haber llegado tarde (eso es algo que va en mi genética), sino por el hecho de que siempre he sido fan de la obra de Sáez y porque, al fin y al cabo, me parece inverosímil que no nos hayamos cruzado antes, ya fuera a través de amigos comunes o en alguna otra entrevista. Pero así es la vida, así que en esta ocasión al que le toca agarrarse los machos y apretar el acelerador es a mi…
Cuando empezaste a hacer las tiras originales para el Ara, ¿no te asustó un poco salir de tu zona de confort (la cultura, la música, los modernos) para meterte en el pantano de la política y la economía? La verdad es que sí. Me llamaron desde el Ara y ellos casi que lo veían más claro que yo. Insistieron. Yo al principio decía que a lo mejor podía hacer una tira o dos a la semana, pero ellos me dijeron que no, que querían que hiciera de viñetista de la casa que publica cada día. Ellos tenían más fe que yo.
¿Pero desde el principio te contactaron para hacer este tipo de temática? Me propusieron directamente ponerme en la sección de opinión. Me dijeron que estaría en esa sección de opinión y que, evidentmente el Ara es un periódico y yo debería tratar temas de periódico. Vamos, que no podía hablar del último disco de Arcade Fire porque la gente que lee el Ara tampoco sabe de qué va. Ellos querían que opinara de la realidad, que tuviera mi espacio. Mi jefe era el jefe de cultura, pero yo estaba vinculado al espacio de opinión. Y era cada día. Al principio pensé «ostia, esto no sé si lo voy a saber hacer». Así que les dije que lo intentaba, porque una regularidad en mi vida me iba a venir muy bien… Pero desde el principio era a ver cuánto aguantaba. Ahí me metí, y al final casi que aguanté yo más que ellos, porque al final llegó una reestructuración de pasta y a día de hoy estoy sólo los fines de semana. Que la verdad es que eso era lo que yo les proponía desde el principio porque no me veía capaz. Pero ahora lo echo de menos.
Hombre, es que es genial poder ir soltando lo que piensas cada día… Es guay. También es una gimnasia. Y después, claro, quieras o no, uno se hace mayor. Y cuando te haces mayor también te interesan otros temas más sociales. De repente, como tienes tu día a día y tus problemas, pues tienes más empatía con determinados temas con los que cuando eres más jovencito no te afectan, no te importan. Cuando eres joven, te ponen el plato de comida delante y el resto no te importa.
Bueno, eso te ocurre ya no sólo a ti o al lector de forma íntima e individual: como sociedad, también ahora de pronto nos interesan temas que antes ni nos planteábamos. Claro. Nosotros venimos de los 90, que coincidió con mi juventud. La sociedad era muy hedonista porque todo marchaba bien. Además, somos una generación que creíamos mucho en el progreso, en que todo iba a ir bien siempre. Era algo que estaba muy asumido en nuestra forma de ser. En Barcelona incluso protestábamos: que si todo estaba lleno de guiris, que si ya no se podía ir al Primavera Sound porque había mucha peña, que si todo se estaba masificando… Y, de pronto, ahí hubo un giro. Los chavales que salían de la carrera se han encontrado que no han podido empezar a currar, los que estaban más o menos situados y pensaban que sabían cómo iba a ser su vida porque ya ganaban este dinerillo o este pastón al mes, gente mega-ultra-consolidada tipo diseñadores y demás, de repente han tenido que cerrar el estudio. Los que estábamos regular volemos un poco a cuando empezábamos, que había que hacer curros de todo. Y los chavales no pueden ni empezar. Así que es todo como «¿qué ha pasado?» A mi esto me coincide que me llaman de un periódico para trabajar en ese ámbito. Y eso, al final de todo, desemboca en este libro tan de mal rollo.
Yo no lo veo tan de mal rollo, la verdad. De hecho, hay una cosa que me sorprende: al principio del cómic dejas claro que los pasajes en los que hablas de tu familia están aquí para “contextualizar las viñetas y no parecer un amargado”. Aun así, a mi parecer, un punto de vista pesimista o de mal rollo está justificado hoy en día básicamente porque todo lo que está pasando es una mierda… Sí, sí. Ahora, de hecho, ves al Vaquerizo hablando, que es un tío que siempre me ha hecho mucha gracia y me ha parecido muy simpático y con mucha energía, pero ves «Mario y Alaska» y dices «Este tío se ha caído de un guindo, ¡no se entera de nada!»
También es gente que puede permitírselo. Sí, claro. Tiene muchísima pasta y es de la ultraderecha, ¿no?
Lo sorprendente es que una propuesta como la suya medre en una sociedad que no puede permitírselo. Bueno, porque se está polarizando la sociedad. A la gente de ultrapasta les va mejor. De hecho, hay empresas que crecen ahora con la crisis, aumentando beneficios. Y las marcas incluso están abriendo líneas de ultralujo. Entonces sí que te doy un poco la razón: en este entorno, un libro así venía a huevo.
Puede que no lo hubieras pensado, pero a mi me sorprendió que sintieras la necesidad de justificar este punto de vista en la intro… La verdad es que eso también es una cosa un poco narcisista. No quiero que la gente me vea como un gruñón o un tío negativo, que piensen que es un coñazo estar a mi lado. Que la gente que no me conoce piense «¡Qué coñazo de tío! Nunca me haría amigo de él».
¿En serio tienes esa sensación? Pensé que igual con este libro podía proyectar un poco esa idea.
Pero una cosa que siempre ha ocurrido contigo es que siempre que has criticado algo, ha sido desde una posición que te obliga a reírte. Y al final te das cuenta de que te estás riendo de ti mismo. Ya sólo por eso caes simpático… Yo me río mucho de mi. No sé. También te digo que la introducción esa, como todo lo que hago, en ese momento pensé «¡Ay! Que no se vayan a pensar que soy un tío viejo y amargado», así que lo escribí y ahí ha quedado. Como todo lo que hago.