Siguiendo ese espíritu, antes de la salida de “The Garden Room” publicaste “Alondra Bentley Sings For Children, It’s Holidays!». ¿Te sirvió para probar nuevos enfoques, para escapar en cierta manera de tu rutina musical? El disco de niños es muy similar a cualquiera de mis otros discos en cuanto a la música, el estilo y el sonido. Lo que lo convierte en un disco para niños son las letras: las canciones son sobre temas como los sonidos de los animales, los días de lluvia, los cumpleaños, las vacaciones de verano, etc. En realidad, puedes escribir sobre cualquier cosa. Los niños están aprendiendo muchas cosas por primera vez y todo les parece fascinante: un perro que ladra, una ambulancia, ponerse las botas de agua, etc. Son entusiastas con todo.
¿Qué has extraído de tus colaboraciones en “Trafalgar”, el último disco de Nine Stories, o en la banda sonora de la película “Buscando a Eimish”? Me encanta colaborar con otros músicos, se aprende muchísimo porque sueles salir de tu zona de confort. La canción adelanto de «Trafalgar» se titula “Only She Knows” y la cantamos a dúo Nacho Ruiz y yo; también hice coros en otras canciones del disco. Compuse cuatro canciones para la BSO de “Buscando a Eimish”: tres son canciones de voz y guitarra y algún arreglillo más. Pero una de ellas era para una escena en la que están bailando en la sala El Sol por la noche: me pidieron algo muy marchoso, así que no que me quedó más remedio que reinventarme para componer esa canción.
Y, así, llegamos al proceso de grabación de “The Garde Room”, que se aprecia como un baúl que guarda recuerdos sobre tu familia y tus raíces. ¿Cómo te planteaste el disco: como parte de un diario personal, como una especie de desahogo para ti…? No lo veo ni como un diario ni como un desahogo: lo considero más un homenaje o una oportunidad de transmitir cosas a tus familiares en un marco especial como es una canción o un disco. Además, siento que cuanto más personal es el tema, más gente se podrá identificar. Todas las familias tienen peculiaridades y relaciones más o menos complejas.
Las canciones se muestran muy luminosas… ¿Tu intención, desde un principio, era llegar a la audiencia de una forma más positiva y optimista, a pesar de la melancolía de algunas de las letras? La verdad es que nunca me he planteado hacia dónde quiero que vaya una canción y tampoco un disco. Escribo de una forma muy intuitiva y creo que las canciones de “The Garden Room” reflejan muy bien mis estados de ánimo. He notado que me cuesta más componer cuando estoy triste; prefiero ponerme un chick flick y comer chocolate antes que coger la guitarra. Sin embargo, cuando estoy contenta me apetece mucho escribir, por lo que tiene sentido que las canciones hayan resultado más luminosas y positivas.
Josh Rouse ejerció de productor del álbum. ¿Qué tal resultó trabajar con otro ilustre músico anglosajón afincado en España? Josh Rouse es de Nebraska, aunque hace ya unos años que vive en Valencia. Nos conocemos desde hace tiempo y compartimos dos miembros de la banda junto a los que Josh ha montado el estudio de grabación Río Bravo. Grabar el disco con él fue la mejor decisión que pude tomar. Josh tiene un talento increíble para producir y se involucra en las canciones como un músico de la banda más; estuvo presente en los ensayos y me ayudó mucho a decidir hacia dónde debían ir las canciones y cómo debía sonar el disco. Nunca me había sentido tan cómoda en un estudio de grabación. Siempre le estaré agradecida.
¿Hasta qué punto influyó en el sonido del disco, por ejemplo en la raíz norteamericana de temas como “One Friday Morning”, “Don’t Worry Daddy” o “Motherhood”? Josh tuvo muchísimo que ver, claro. Precisamente “Don’t Worry Daddy” y “Motherhood” son dos canciones del disco que llevan pedal steel, un instrumento que te teletransporta directamente a Nashville. Fue allí donde se grabaron las pistas: Josh se puso en contacto con su amigo Joe Pisapia, que acabó participando en tres canciones del disco. Soy una grandísima admiradora del country y me entusiasmó el resultado.
En comparación con “Ashfield Avenue”, “The Garden Room” crece en cuanto a matices, arreglos, instrumentación… Es igual de dulce y delicado que tu debut, pero parece un disco más rico y variado. ¿Lo consideras así? Sí, esa es la sensación que yo tengo. De hecho, hay una cosa que explica que esto sea así: cuando grabé mi primer disco, yo aún no tenía una banda, así que invité a un montón de amigos a que colaboraran en el disco y me echaran una mano; pero, cuando quise presentarlo en directo, me di cuenta de que necesitaría formar una banda. Fue cuando empecé a tocar con Caio Bellveser, Xema Fuertes y Pepe Andreu, que son los responsables de los arreglos de las canciones de “The Garden Room”. Es un disco muy fiel a cómo sonamos en directo, y por eso me gusta especialmente: es muy coherente y muy honesto. Me gusta que sea tan parecido a lo que te encontrarías en una actuación en vivo.
¿Algún día llegará el momento en que des el salto a cantar en lengua española? De vez en cuando exploro escribir y cantar en castellano, pero aún no me siento cien por cien satisfecha con el resultado: cambia mucho el tono de voz, la forma de cantar y de escribir. Es un cambio muy brusco, pero cada vez me siento menos incómoda.
De un tiempo a esta parte ya se habla de ti, muchas veces, sin relacionarte con otras cantautoras similares pertenecientes a lo que un día se denominó ‘escena española del folk femenino’. ¿Crees que esa etiqueta ya está superada? ¿Has sentido verdaderamente que, desde que arrancaste tu carrera, pertenecías a dicha escena? Cada vez estamos más cerca de superar esta etiqueta. Para mí no es más que un número de proyectos de solistas femeninas que salieron muy cercanos en el tiempo, pero nunca me he sentido identificada con nada de esto. Mi sensación es que en España hace tres años aún era una novedad el hecho de ser una chica, escribir canciones y tocar la guitarra. Ahora se están empezando a asimilar ese hecho y también las diferencias entre los distintos proyectos. Menos mal…