Después de su ya lejana etapa al frente de Onion y tras iniciar su recorrido en solitario hace diez años con el disco “In The Mirror” (Winslow Lab, 2003), no hay duda de que Ainara LeGardon es una de las cantautoras de referencia dentro del rock alternativo español, sean cuales sean las acotaciones que se quieran aplicar sobre la denominación de tal escena. En este caso, no existiría ningún problema en recurrir al término ‘artista’ para definir a la bilbaína, ya que su figura se extiende a varios proyectos en los que vuelca su interés por la improvisación, la experimentación, la elaboración de bandas sonoras y, ya en otro plano, la autogestión musical: múltiples facetas que discurren en paralelo a su cara más conocida, la de compositora que se vale de la electricidad para recrear imágenes y plasmar a corazón abierto -valga como muestra su álbum “Forgive Me If I Don’t Come Home To Sleep Tonight” (Winslow Lab / Aloud Music, 2009)-, con enorme firmeza y sobre renglones bien rectos, sensaciones, sentimientos y emociones que afloran de sus experiencias personales.
Esa seguridad lírica y expresiva se aprecia también en la forma en que emite sus opiniones -claras y diáfanas- y sus pensamientos acerca de su profesión, su trayectoria y sus inquietudes. Por ello, Ainara LeGardon podría servir como espejo en el que todo creador debería mirarse para conocer de primera mano cómo moverse en las arenas movedizas de un cada vez más complicado negocio musical. Su reciente gira por Galicia en solitario -que arrancó a lo grande el pasado 31 de octubre en el triCiclo [4] en Santiago de Compostela compartiendo cartel con Fantasmage (Scout Niblett, la otra protagonista de la cita, canceló su participación en el evento por enfermedad) y que la acercó a espacios de A Coruña (junto a su admirada Carla Bozulich) y Vigo- fue el escaparate perfecto para comprobar en toda su magnitud cómo se desenvuelve sobre la tarima y repasar parte de su intenso bagaje discográfico, sellado por “We Once Wished” (Winslow Lab / Aloud Music, 2011), su último LP hasta la fecha. Su sucesor ya se está gestando, aunque esa historia forma parte del siguiente capítulo de la apasionada y deslumbrante carrera de Ainara LeGardon.
Repasando tu biografía artística, casi se podría decir que eres una especie de rara avis dentro de la escena nacional, por tu manera de desarrollar tu carrera y encarar el negocio musical… ¿Te consideras así? Me gusta pensar que cada vez somos más los que decidimos tomar las riendas y el control de nuestros proyectos; y que le damos más valor a avanzar lenta pero firmemente frente a aquellos que se dejan deslumbrar por el oro que más reluce y cuyo fulgor acaba siendo, casi siempre, fugaz.
Parece que en nuestro país resulta difícil sobrevivir bajo esa condición, cuando se otorga más importancia mediática a otras propuestas. En relación a tu caso, me vienen a la cabeza las pertenecientes al denominado nuevo folk-pop-rock femenino. ¿Cuál es tu manual de supervivencia para ir superando esa clase de modas o etiquetas musicales? Siempre he tratado de ser lo más fiel posible tanto a mí misma como a mi compromiso con la música, siendo constante y tenaz en el trabajo. Si en algún momento esa fidelidad y constancia ha coincidido con las tendencias de moda, perfecto. Pero nunca he basado mi carrera en etiquetas ni en formas de hacer establecidas.
Paralelamente a tu carrera en solitario, estás vinculada a otros proyectos: Archipiel, La Criatura, maDam… ¿Qué te aportan a nivel personal y artístico? ¿Son vías de escape creativas o el reflejo del músico actual que debe ser multitarea para salir adelante? Más que vías de escape creativas, yo diría que son la consecuencia de un crecimiento artístico que necesitaba aflorar por otros caminos paralelos al del pop-rock. Estos proyectos me permiten realizar una investigación y experimentación tanto musical y sonora como escénica -en su concepto más amplio-, y permiten que me desarrolle como artista de una forma libre. Son el departamento de I+D de la Ainara rockera, departamento en el que no hay ni habrá recortes, sino una fortísima inversión.
Dentro de esas actividades paralelas se encuentra la organización de talleres de autogestión. ¿Cuáles son su finalidad y objetivos? Hace veintidós años que toco en grupos. Los diez últimos los he dedicado a trabajar de manera autogestionada tras sufrir experiencias no muy agradables en el mundo de la industria musical. He recopilado todas estas vivencias, los fallos y aciertos que he ido acumulando a lo largo del camino, mis estudios en el campo de la gestión cultural y propiedad intelectual y los he resumido en un taller intensivo en el que ofrezco los datos básicos para que los artistas puedan decidir cómo gestionar su proyecto siendo conscientes de las consecuencias que acarrean unas y otras decisiones. Para ello hay que plantear y explicar el marco legal en el que nos movemos, nuestros derechos y deberes, las posibles vías de gestión, el uso de las herramientas que están a nuestro alcance, etc. Aún me sorprende la cantidad de músicos que me cuentan que han firmado contratos sin haber entendido a qué se comprometían en ellos. Pretendo crear un ambiente de información, crítica constructiva y que se descarte la idea de que la autoedición es el último de los recursos que le queda a un músico. Es posible vivir de nuestro trabajo sin vender el alma al diablo y sin que se aprovechen de nosotros.