¿De qué tienes miedo? Esta pregunta, escrita en un cartelito, debería haber presidido la puerta de Death By Audio, antigua nave industrial que A Place To Bury Strangers han usado durante varios años -el recinto ha sido recientemente clausurado- como estudio de grabación, espacio para conciertos y base de operaciones de la empresa de pedales de efectos de su cantante y guitarrista, Oliver Ackerman. Acceder a su interior mientras registró actividad ha tenido que ser toda una experiencia, sobre todo cuando la banda completada actualmente por Dion Lunadon (bajo) y Robi Gonzalez (batería) pergeñaba sus discos: seguramente se podría observar cómo los neoyorquinos se traían directamente del infierno a Lucifer y del más allá a la Parca para que les inspiraran sus cañonazos sónicos de impacto nuclear alimentados por una letras siniestras, negrísimas y, en la mayoría de los casos, vinculadas a la muerte y a sus diferentes simbolismos.
No hubiese resultado extraño saber, por tanto, que su homónimo largo de debut y, especialmente, “Exploding Head” (Mute, 2009) se gestaron realmente de ese modo. Todo lo contrario a lo que insinuó en su momento su sucesor, “Worship” (Dead Oceans Records, 2012), que reflejaba una inesperada limpieza en su sonido como si A Place To Bury Strangers hubiesen decidido cerrar el túnel hacia el averno, quedarse en la superficie de la tierra y aplacar su intensa pasión por la electricidad hiriente y el ruido desbocado. De ahí que, de entrada, este “Transfixiation” (Dead Oceans Records, 2015) supusiera una especie de regreso -anticipado de alguna manera por el EP “Strange Moon” (Dead Oceans Records, 2013)- al estado original del grupo, definido por sus zarpazos de noise-rock arrollador e ímpetu desbordante. A Place To Bury Strangers estaban dispuestos a volver a provocar pavor.
Pero la potencia y la fuerza, sin control, no sirven de nada. En su cuarto trabajo, A Place To Bury Strangers se afanan en compensar la relativa relajación (rayana al pop en determinadas fases) de su anterior obra detonando todo su arsenal ruidista sin encauzar la explosión adecuadamente para alcanzar al receptor y volarle tal que así la cabeza. Y eso que su single de presentación, “Straight”, parecía indicar que el trío había logrado encapsular todas sus señas identificativas en una pieza poderosa y de tono amenazante cargadas de guitarras afiladas y bajos percutantes que atraviesan el pecho, elementos que se extienden a “Now It’s Over”, “I’m So Clean” (ambas inclinadas hacia la otra gran influencia de la banda: el garage de serie B a lo The Cramps) y “We’ve Come So Far” (que incluye unos sugerentes coros femeninos que dan el contrapunto al estruendo eléctrico de sus puntos culminantes).
A Place To Bury Strangers, sin embargo, flaquean cuando se arriman sin aportar su personalidad a sus referentes principales: Suicide en la tenebrosa “Supermaster”; los primeros My Bloody Valentine en “Love High”, en la que Ackerman exprime al máximo su trémolo y su pedalera, aunque tanta distorsión lo acaba difuminando; y, claro, The Jesus And Mary Chain en “What We Don’t See”, que colaría como tema de los hermanos Reid jamás publicado. Después, el trío se ve sobrepasado por la contundencia del desmesurado post-punk esquizoide de “Deeper” y “I Will Die”; y no convence cuando intenta levantar una bruma fantasmagórica a su alrededor mediante la instrumental “Lower Zone”.
La sensación que transmite en conjunto “Transfixiation” es que A Place To Bury Strangers han querido armar un trabajo tan impactante como sus fulminantes primeros LPs. Pero, finalmente, la banda se pierde en su propio exceso. O lo que es lo mismo: Ackerman y sus compinches han buscado intimidar por aplastamiento como en los viejos tiempos y han acabado desfigurados por su derroche de energía. Esta vez, el fuego satánico de A Place To Bury Strangers quema, pero no carboniza.