Me estoy refiriendo al carisma de sus personajes: está claro que caracteres como Don Quijote o Hércules, por poner dos ejemplos provinentes de diferentes estratos temporales y culturales, no pasaron a la historia por ser retratos psicologistas exhaustivos y repletos de terminología científica. Por el contrario, muchos de los personajes literarios que son recordados a día de hoy lo son precisamente por su carisma… Y lo mismo es aplicable al mundo del cómic: un gallifante para cualquiera que sea capaz de mencionar en voz alta un personaje de los últimos años de supremacía de la novela gráfica que pueda competir en carácter icónico con, por poner un ejemplo, Tintín (otro que de retrato psicológico tenía bien poco).
Que conste en acta que, sin embargo, en realidad toda esta chapa de más arriba venía precisamente porque, a día de hoy, yo ya soy capaz de mencionar no uno, sino varios personajes con capacidad para convertirse en iconos tan puros como Tintín: Pimo, Rex… y cualquiera del resto de seres diversos que pululan por las páginas del primer tomo en las que Thomas Wellmann recoge las aventuras de este dúo (y que en nuestro país ha sido editado por La Mansión En Llamas). A primera vista, los dos episodios aventureros del primer «Pimo & Rex» no distan demasiado de otros cómics folletinescos de la bande desinnée europea (especialmente la francesa)… En el primero, Pimo y Rex tienen que rescatar a una musa de las fauces de un hechicero maligno que la quiere para mejorar sus creaciones artísticas. En el segundo, y aquí ya empezamos a entrar en el terreno del absurdo, Pimo es perseguido por una figura tenebrosa que le reclama la devolución de un objeto preciado. Ese objeto resulta que es ni más ni menos que un libro que Pimo tomó prestado de la biblioteca, y la figura tenebrosa es ni más ni menos que el bibliotecario.
Con esto ya debería quedar claro el carácter preeminentemente cachondo con el que Thomas Wellmann aborda las vivencias de sus criaturas. Pero es que ese detalle no es nada si seguimos indagando en las circunstancias que convierten a los protagonistas de este cómic en seres totalmente únicos y ampliamente carismáticos: a Pimo le hierve en la sangre un honor de caballería que suele acabar en desastre porque es un tipo más bien desastroso, mientras que Rex abre el tomo dándole a su compañero de fatigas la buena noticia de que su novio Leonard le ha pedido en matrimonio y le ha regalado un anillo (Leonard, por cierto, también es otro personaje potencialmente icónico, por mucho que se mantenga en segundo plano). Y se podría seguir enumerando detalles pequeños pero gigantes que convierten a los personajes principales de esta trama en seres mucho más complejo de lo habitual en este tipo de cómics sin necesidad alguna de recurrir a los gestos vacíos de la «alta cultura».
Como una sublime mezcla entre la tendencia a la locura digresiva y desafiante de «Hora de Aventuras» (o cualquier otra locura surgida de la mente de Pendleton Ward) y la visión humorista y adulta de las aventuras de mazmorra de Joann Sfar en «La Mazmorra«, «Pimo & Rex» se presenta en sociedad con un primer tomo que está destinado a convertirse en obra de culto: la primera piedra de un (pongo una velita al Santo que haga falta) largo camino en la que no sólo iremos contemplando de cerca el crecimiento de Pimo y Rex (y Leonard) como posibles iconos aventureros de una nueva generación de aficionados al cómic, sino que también observaremos cómo por fin la viñeta demuestra que no necesita de grandes gestos ni pretensiones cuando consigue crear personajes tan carismáticos como estos.