Partiendo de lo dicho, resulta elocuente pensar que «Perdida» es el film en el que Fincher y sus constantes hacen menos acto de presencia: simple y llanamente, hay ocasiones en las que el director parece no estar ahí. Como si quisiera llevar hasta el extremo la depuración naturalista que ya practicó en «Zodiac«, Fincher cuelga el disfraz de funambulista circense siempre dispuesto a epatar al público y se enfunda en el traje de artesano del cristal, de adorador de la capacidad cristalina de estar ahí sin estar ahí. En «Perdida» no hay fuegos de artificio formales y, como algo poco habitual en el realizador, todo el peso de la película recae sobre los meandros intrincados de la propia trama. Tampoco debería extrañar esta actitud: ¿estamos hablando de transparencia en la dirección (uno de los valores más añorados del cine clásico americano en la tradición de Clint Eastwood) o más bien de claudicación ante la poderosísima trama del libro original de Gillian Flynn? ¿De las dos cosas a la vez?
¿Qué hacer cuando te encuentras ante un argumento que roza la perfección? ¿Intentar imprimir sobre él tu propia marca de autor a riesgo de vulnerar el equilibrio que convierte el original en una joya o dar varios pasos atrás y dejar que ese mismo original brille en todo su esplendor? El hecho de que Fincher recurriera a Flynn para adaptar el libro original al formato cinematográfico dice mucho sobre cuál es la postura del director a este respecto. Y es por eso que, aunque habrá quien opine que Fincher debería haberse quebrado la cabeza para que la forma de su película estuviera a la altura laberíntica e hipnótica del guión, al final más bien prima la sensación de que su decisión es la más acertada: optar por amortiguar la espectacularidad visual (convirtiendo la película en un animal nocturno gustoso de tonos ocres, negros y apagados) para que tanto la endiablada estructura de la trama como las actuaciones de los actores se vean amplificadas.
Hablar de la mencionada estructura de la trama, sin embargo, es puro sacrilegio: en «Perdida» no hay espacio para el spoiler, que debería ser penado con años de cárcel. Lo que sí que puede decirse es que el film sintetiza y concreta la capacidad expansiva del relato original: la novela de Flynn se estructura en tres grandes actos que dan paso el uno al otro utilizando un poderoso twist como puente -o peaje-, y eso es algo que la película adapta a la perfección convirtiéndola en una miniatura menos compleja (se eliminan algunas sub-tramas y se añaden algunos detalles que incluso cambian las reglas del juego) pero igual de gozosa. El principal problema que podía encontrarse el trasvase hacia el celuloide era que los actores no consiguieran un registro verosímil para unos personajes que juegan precisamente a llevar al extremo todo un conjunto de parafilias mentales puro siglo 21, pero lo cierto es que tanto Ben Affleck como Rosamund Pike (sobre todo, Rosamund Pike) componen a Nick y a Amy como caracteres coherentes, sin fisuras, como espejos cóncavos en los que el espectador se ve reflejado de forma deforme pero reconocible.
Y es que, al fin y al cabo, ahí está la verdadera fuerza de «Perdida» tanto en su versión original como en la adaptación cinematográfica. En su momento, al escribir la crítica del libro de Gillian Flynn, afirme que este era un perfecto «retrato psicológico de las parejas de mediana edad de nuestra época. ¿Y cómo son las parejas de mediana edad de nuestra época? Un peligroso cóctel de libertinaje mal entendido, de celos escondidos, de frustraciones profesionales y vitales, de severos traumas causados por una educación neo-liberal irresponsable y de pasivoagresividad como moneda de cambio. Flynn consigue que sus dos protagonistas sean retratados por separado como entes de una considerable complejidad psicológica (a veces perversa en su autoconsciencia, a veces catastrófica en su inconsciente)«. Sigo opinando lo mismo, aunque he de reconocer que había algo que pensaba en su momento pero que no me atreví a expresar en voz alta: «Perdida» lo tenía todo para convertirse en una «historia» icónica, en un mito de la cultura moderna que será referenciado en el futuro y que todo el mundo conocerá en mayor o menor medida. Ahora, gracias a la película de David Fincher, ya se puede afirmar por completo que nos encontramos ante un relato poderosísimo ligado irremisiblemente a nuestra identidad psicosocial. Cultura de masas bien entendida.