La decisión de Paul Smith de publicar su primer disco fuera de la órbita de Maxïmo Park no tuvo nada que ver con un ferviente deseo de marcar distancias de cara al futuro con respecto a su banda madre ni con un ansia por demostrar unos gustos musicales en apariencia antagónicos al estilo por el que es más conocido. Por otra parte, convengamos que no se puede obviar el hecho de que la traducción al castellano del título de su debut en solitario, “Margins” (Billingham / Nuevos Medios, 2010), es ‘márgenes’, y que su significado tendría encabezar de ese modo el LP… Pero, en mayor o menor medida, sus partituras, sus textos, su interpretación y, globalmente, su estética no difieren tanto de sus composiciones de siempre. Al mismo tiempo, este no es un álbum que persiga las mismas intenciones superficiales del “Flamingo” (Island, 2010) de Brandon Flowers o del “The Boxer” (Glassnote, 2010) de Kele Okereke (por poner dos ejemplos de personajes que también intentaron volar por libre dentro del vasto universo del new wave del siglo XXI), aunque sí que coinciden en su carácter privado (por algo son trabajos personales). En este sentido, Paul Smith sigue siendo ese hombre que relata y transmite con la mayor pureza y honestidad posible sus sensaciones en torno a sucesos cotidianos, transformados en sugestivas escenas que acaban construyendo recuerdos imperecederos. Su campo de acción siempre fue el de la realidad más cercana, tratando los grandes asuntos vitales que el ser humano carga sobre sus hombros de manera directa, sin rodeos ni ambages. De entre todo ellos, el amor y los miedos interiores vuelven a acaparar los pensamientos del de Newcastle.
Si limásemos las múltiples aristas del pop-rock angular de Maxïmo Park, lo que nos quedaría sería el esqueleto de este disco, ni más ni menos. Esto certifica que Paul logro llegar al tuétano del sonido de su grupo sin caer en la fidelidad mimética de su compañero y guitarrista Duncan Lloyd, cuya intentona individual, “Seeing Double” (Warp, 2008), había caído en saco roto. Una buena referencia para situar los antecedentes directos de “Margins” serían, sin necesidad de ir demasiado atrás en el tiempo, los tramos más melódicos del último LP de Maxïmo Park (“Quicken The Heart”; Warp, 2009) y algunas de las caras B que completaron los singles extraídos de él: “History Books” o “That Beating Heart”, piezas que reforzaban el leve viraje que habían dado sus zarpazos post-punk hacia terrenos más propios del pop que del rock. Ese rastro es el que siguió Paul, hasta alcanzar una desnudez física y una liberación mental anteriormente conseguidas sólo en momentos muy concretos. En esa travesía de redención confluyeron igualmente sus pasiones menos ocultas: la literatura, el arte y el cine, aparte de la música y, sobre todo, la fotografía. “Margins” se puede tomar, justamente, como una galería de polaroids que captan la esencia y la espiritualidad de diversos instantes (no es casualidad que la salida de este disco fuese simultánea a la publicación del libro “Thinking In Pictures”, una colección de estampas realizadas por él mismo los últimos cinco años).Para materializar ese binomio imagen-música, Paul contó con la ayuda de varios colegas músicos del fértil condado de Tyne & Wear, al noreste de Inglaterra, y con la maestría de David Brewis (Field Music), que traslada sus artesanales desarrollos de bajo a la atmósfera confesional y de recogimiento de este disco.
La primera muestra de que la sombra de Maxïmo Park es relativamente alargada en “Margins” vendría dada por “North Atlantic Drift”, que recupera el vigor de la banda añadiéndole unos arreglos más cuidadosos. Eso sí, las guitarras se mantienen diáfanas y cristalinas, como si el propio Duncan Lloyd se hubiese encargado de ellas. Los cambios de dirección comienzan a percibirse en “Strange Friction” y su estructura dislocada (a pesar de que el teclado que incorpora se agita con la energía acostumbrada), y se confirman con “The Crush And The Shatter”, cuya batería y estribillo bien podrían proceder de los antes mencionados Field Music. El cuerpo central del largo coincide con su fase más reposada y profunda, en la que se describen esas secuencias íntimas que, por muy rutinarias que resulten, no pierden su encanto: “While You’re In Bath”, “This Heat” y “I Drew You Sleeping” ahondan en situaciones tan elementales que cuando ocurren no se le dan importancia, pero que si se dejan de vivir se añoran. Otros focos de atención de “Margins” son la soledad (“Alone, I Would’ve Dropped”) y las reflexiones hechas en voz baja en la que uno mismo debe afrontar todas las dudas sin ayuda de terceros (“Dare Not Dive”, «I Wonder If”). En esos estados de pérdida total de la orientación es cuando incluso el más ateo recurre a alguna divinidad en busca de respuestas, pero los milagros no existen (“Our Lady Of Lourdes”). No, las cosas cuando tiene que suceder, suceden, ya sea por los designios del destino o por nuestra gran culpa. Paul Smith lucha contra ello e intenta rememorar los comienzos más que los finales (“The Tingles”) y olvidar que los reencuentros no son más que despedidas aplazadas (“Pinball”).
Cuando alguien se ve obligado a sentarse ante un papel en blanco y plasmar de nuevo todas aquellas palabras que no sirvieron para encontrar un final feliz a horas y horas de conversación, lo único que puede hacer es permitir que hablen sus demonios interiores. El proceso no es agradable, pero sí necesario. Al final, no se sabe qué pasará con esa hoja rubricada con una firma de sangre, aunque lo más probable es que acabe del mismo modo que las fotografías que atestiguan intensos fragmentos de vida: se las llevarán las llamas del fuego, al igual que las palabras se las llevó la fuerza del viento, y las lágrimas, el goteo de la lluvia.