Y el ave Fénix resurgió de sus cenizas… Pasajero sería el grupo resultante de un proceso similar, aunque con matices: en esencia, se podría decir que la banda madrileña procede de los rescoldos que Zoo dejaron atrás cuando se disolvieron en el año 2010, ya que de ahí salió su núcleo fundacional, Daniel Arias (voz y bajo; también en Nuevenoventaicinco) y Josechu Gómez (batería; a la vez miembro de Nudozurdo y Gelo Nutopia), a los que se unieron Eduardo Martín (guitarra y coros; también en Gizmo) y Edu R. Paynter (sintetizadores, pianos y coros; igualmente en La Casa del Árbol). Pero este dato biográfico no significa que Pasajero sean la continuación del anterior proyecto, sino la constatación del nacimiento de un nuevo conjunto con las energías y las ambiciones intactas y un renovado discurso derivado, eso sí, del mismo tronco pop-rock. Con esa mezcla de experiencia y ánimo de prolongar su exploración sonora, el cuarteto formó una sólida y compacta base a partir de la cual registraron su primera referencia en largo, “Radiografías” (Ernie, 2012), que vino precedido por el EP homónimo “Pasajero” (2012), adelanto (en el sentido más estricto del término) de parte de su contenido.
En su interior se encontraban cuatro canciones que marcaban las coordenadas por las que se movían estilísticamente Pasajero y por las que se intuía se movería su LP de debut: “Volverme a Preguntar”, de cadencia amable y moderada, en la que Arias va desmenuzando su lírica de autoafirmación entre coros luminosos y repuntes vocales contenidos sin dejar que la electricidad se desboque; “Perdóname”, donde las guitarras aumentan su peso poco a poco y dan el contrapunto necesario al tono penitente y redentor que desprende el tema; “Accidentes”, que retoma la calma para volverse transparente en todos los niveles e incidir en la melancolía que evocan sus versos; y “Autoconversación”, que repite la estructura progresiva que permite avanzar con nervio de la calma a la tormenta perfecta. La producción de esos cortes, robusta a la par que diáfana, a cargo de la banda y de Manuel Cabezalí, hacía pensar en un acercamiento explícito al grupo del segundo, Havalina, al apostar por un sonido crudo, una interpretación directa y la creación de una atmósfera galvánica.
“Radiografías”, sin embargo, demuestra que Pasajero se guían por sus propios impulsos y pensamientos, empezando por los que sugiere el significado de su nombre, relativo a la condición efímera del ser humano, de la vida y de las múltiples experiencias que suceden en ella; y continuando por los que proponen al oyente el título y la portada del álbum: símbolos y retazos de imágenes estáticas, difusas y en blanco y negro, pertenecientes a una realidad pasada o presente de la que se pretende y se desea escapar. El cuarteto madrileño toma como punto de partida esa reflexión y la retuerce, además de en el póker de composiciones antes comentado, en pasajes entre descriptivos y emocionales que endurecen su capa externa (“El Pozo y el Péndulo”, “La Copia de Otra Copia”), ace(le)ran el ritmo (“Borro mi Nombre”), depuran las formas para que el fondo deje descubierta toda su fibra sensible (“Mañana”, “Platos Rotos”, “En la Mitad”), llevan la voz de Arias al límite (“Random”) y refuerzan su halo dramático (“Tu Circo”).
La sensación que queda en el corazón una vez se desvanece la última nota de “Radiografías” es que, pase lo que pase, siempre hay opción a que se presente una segunda oportunidad para redimirse, perdonar y ser perdonado, convencerse y empezar de cero. Pasajero certifican que todo ello se puede lograr a través del mensaje sincero y descarnado que transmiten sus palabras y de su empeño por transformarse, avanzar y seguir adelante sin olvidar lo que se fue apartando a un lado. Igual que lo que relata el mito sobre la resurrección del ave Fénix. O, al menos, muy parecido.