Hay quien piensa que el Paredes de Coura 2024 ha sido una edición excepcional de un gran festival… Esta crónica prueba que más bien fue un verdadero Couraíso.
Un mes antes del inicio del festival Paredes de Coura, el paisaje de la playa fluvial do Taboão se muestra tintado de un intenso verde. Se escuchan de fondo el suave trino de los pájaros y alguna conversación de personas que buscan alejarse del mundanal ruido. A orillas del río Coura, reina la paz y hasta es posible percibir el chapoteo de los peces en sus aguas mansas.
Unos cuantos metros allá, la ladera del parque está completamente vacía. Si se ponen los pies en el punto en el que se sitúa el escenario principal del certamen portugués y se mira hacia el lado superior de la pradera, no es difícil recrear mentalmente qué sucede allí cada verano a mediados de agosto, pero resulta extraño porque falta el elemento fundamental: el público.
Varias semanas más tarde, la estampa cambia radicalmente. Miles de fieles, tanto veteranos como novatos, invaden el terreno para montar sus casas temporales de diferentes colores hasta construir la particular aldea en que se convertirá la playa do Taboão con sus propias parcelas, sendas y normas. Esa pequeña sociedad se mueve al ritmo de la música, aunque sabe que, en aquel espacio que hace propio, se experimentan muchas más vivencias. Y no solo cerca del río o en el recinto antes vacío que parece agrandarse cuando sus instalaciones están montadas y listas, sino también en el propio pueblo de Paredes de Coura.
Aprovechando el final de las fiestas locales, los asistentes que tienen la oportunidad suben al centro de la villa del norte de Portugal para calentar motores en su avenida con los primeros directos que se pueden escuchar como aperitivo. Y todos disfrutan, tanto lugareños como foráneos. Y todos bailan. Este es otro ingrediente singular del Paredes de Coura, que extiende su espíritu a todo el pueblo que lo acoge y este lo recibe con los brazos y los oídos abiertos.
Por momentos, la cabeza se olvida de que al día siguiente y durante cuatro largas jornadas, la geografía courense entrará en estado de ebullición. Casi 100.000 personas la agitarán y, en su interior, se realizarán una serie de conciertos que, por diversas razones, serán memorables para algún grupo de amigos que no se pierden ninguna edición, para el espectador que piensa que por su edad no debería estar allí o para la amante de la música que creía que nunca podría sentir en su piel la emoción de vivir la experiencia de Paredes de Coura.
Llega la madrugada, se hace el silencio, y de nuevo las orillas del río Coura recuperan la tranquilidad que se respiraba un mes antes. Se trata de un simple espejismo nocturno, ya que al notar cómo el calor empieza a golpear desde primera hora de la mañana, se palpa que aumenta la temperatura de la atmósfera. La aldea efímera de la playa fluvial do Taboão vibra con el trajín de la gente yendo y viniendo, los cuerpos tumbados sobre la hierba y los bañistas refrescándose.
Miércoles 14 de agosto || Luna brillante y sol (azul) apagado
Hace años, la puesta de largo de cada capítulo del Paredes de Coura funcionaba como un entremés a la espera de que llegaran los grupos y artistas más esperados. Luego, esa estrategia fue variando, hasta el punto de que en 2024 la jornada inaugural reflejó la diversidad sonora hacia la que se ha abierto el festival, un hecho antes poco habitual y actualmente tomado casi como ley no escrita. Ahora, su planteamiento musical es expansivo y presenta un mayor radio de acción… con sus aciertos y sus fallos.
PALCO VODAFONE. Un ejemplo perfecto de la renovada amplitud de miras del Paredes de Coura se produjo con la alianza establecida entre First Breath After Coma, Noiserv y la Banda de Música de Mateus. Es decir, respectivamente, uno de los grupos post-rock más reputados de Portugal, un multiinstrumentista de peculiar modus operandi y una de las bandas filarmónicas más antiguas del país vecino.
Los dos primeros ya habían colaborado entre sí en varios proyectos, aunque en el escenario grande llevaron sus ideas en común al siguiente nivel para elevar el post-rock, el krautpop y la electrónica con la ayuda de la fuerza de una numerosa orquesta que aportó vigor sinfónico. De antemano, los ingredientes presentados podrían haberse cortado en cualquier momento, pero encajaron de maravilla en directo para obtener una mezcla de la que, en determinadas fases, saltaban chispas sónicas.
Seguramente, Glass Beams no tenían planeado mostrarse con las caras ocultas tras sus enigmáticas máscaras de piedras de cristal ante una ladera ya atestada. Básicamente, porque ese turno correspondía a bar Italia. Sin embargo, los británicos se vieron obligados a ausentarse por emergencia médica, lo que provocó más de un chasco (como el del abajo firmante). Así que, al trío australiano le habían ofrecido en bandeja compartir su enigma psicodélico para que lo descifrara el público… si era capaz de conseguirlo. Las claves para hacerlo se encontraban en los aromas asiáticos de su estilo, entre brumoso y desértico.
Sería sencillo introducir a Glass Beams en la ola oceánica lisérgica liderada por Tame Impala o Pond, pero en su caso se aproximarían más a los estadounidenses Khruangbin por los efectos narcóticos de sus piezas instrumentales, aunque sin un aspecto tan chill. De hecho, los australianos parecían ser conscientes de que no debían relajar al personal más de la cuenta, por lo que recurrieron al funk licuado con líneas de bajo rebosantes de groove o al spaghetti rock mientras se balanceaban entre los ritmos dinámicos y el trance oriental.
A partir de aquí, la black music se apoderaría del palco Vodafone en la culminación de un proceso en el que el Paredes de Coura ha respondido cada vez más al gusto de su audiencia (especialmente la más joven) por los géneros urbanos procedentes de la esfera anglosajona.
André 3000 dejaría su condición de rapero para presentar el espectáculo de “New Blue Sun”, disco publicado en 2023 en el que despliega su pasión por la flauta. Podría pensarse que ese artefacto no fue más que un capricho cansado de su papel en Outkast y, en directo, se confirmó esa impresión. Ya fuera con la flauta electrónica o la tradicional, André Lauren Benjamin lideró un ensemble que creaba el colchón necesario para que sus maniobras adquirieran sentido bajo una ambientación, en apariencia, hipnótica y embrujadora; pero, finalmente, se quedó en desconcertante.
En aquel momento, la luna brillaba con intensidad, pero el sol azul de André 3000 se apagaba paulatinamente hasta que su empeño por vestirse de chamán de una ceremonia espiritual celebrada en medio de una jungla de fantasía quedó absolutamente deslucido. El planteamiento de su concierto fue demasiado atípico para un evento como el Paredes de Coura y, quizá por esa razón, rozó el tedio, a pesar de la cortada artística de su autor. Dicho de otra manera: de la curiosidad se pasó a la somnolencia. Solo en el tramo final, André 3000 se desató apoyado en un llamativo juego visual, pero ya era tarde. Muy tarde. Su aventura fue un patinazo en toda regla, un experimento totalmente fallido.
Sampha lograría todo lo contrario, sobre todo para los aficionados al neo r&b y al soul modernizado. Rodeado de una gran banda, tan elegante como solvente, el británico jugó con los elementos básicos de los citados géneros, los maleó a voluntad y les añadió una pizca de hip hop y jazz para entregar un set imaginativo y repleto de recovecos (con constantes giros melódicos y cambios rítmicos) gracias a unas canciones que huían de las estructuras prototípicas. Sampha demostró con creces los motivos por los que su currículum está jalonado de importantes premios compositivos y su condición de demiurgo de la black music británica, a la que aplicó sentimiento cuando el momento lo requería.
A su manera, Killer Mike hizo lo mismo con el rap puro y duro, a pesar de los prejuicios que a veces se vierten sobre su figura combativa, política y activista. En Paredes de Coura, decidió tirar por una vía cuasi litúrgica y fraternal disfrazado de predicador vestido de impoluto blanco que emitía sus salmos entre los cantos gospel de sus espléndidas coristas.
De hecho, hubo ciertas fases de su show que parecían una misa multitudinaria en honor de Martin Luther King Jr., Hamilton E. Holmes (sus nombres se veían en la pantalla de fondo) y su propia madre (cuyo rostro llevaba colgado en el pecho) en las que los seguidores del estadounidense lo aclamaban cual mesías llegado del otro lado del charco. Entre grandes voces de un lado y explosivas rimas del otro (como las de “Talk’n That Shit!”, que puso patas arriba la ladera), el nacido como Michael Santiago Render derrochó paz y amor, se sacó el corazón a través de la garganta y puso toda el alma a su flow.
PALCO YORN. Muchos conocían a João Vieira por ser líder del grupo post-punk más conocido en Portugal, X-Wife, y también sabían que su presencia en Paredes de Coura al frente de Wolf Manhattan no iba a seguir el mismo camino. Lo dejó claro desde el primer segundo, cuando salieron a escena él mismo con aspecto de Joker, un guitarrista encapuchado, un teclista / bajista astronauta y un conejo bailarín. Sin embargo, su propuesta no pretendía parecer ninguna broma, sino lanzar de una forma muy seria temas indie-pop-rock compactos, adhesivos y disfrutables. En definitiva, ideales para comenzar la tarde.
Con la noche a punto de caer, Dorian Concept abrió su catálogo de electrónica experimental, avant garde y futurista. A base de beats dislocados, suaves desarrollos, graves retumbantes, glitches y samples vocales, construyó un set que transitaba entre progresiones convencionales y candencias imprevisibles que recordaban al Caribou menos pop. Debido a su flexibilidad, resultaba difícil de encasillar el estilo del productor austríaco, tendente al techno minimalista y al electro mutante. Seguramente esa era justamente su intención y la materializó con pericia.
Tras la salida de George Clanton, el escenario secundario iba a oscurecerse, literalmente. En medio la penumbra, el norteamericano buscaba que nadie dudase de su actitud (synth)punk… pero sonaba más bien tecnopop y vaporwave. Vació toda su energía… aunque le sobró verborrea. Es decir, que no fue tan fiero como pintaba. Quería emular a Iggy Pop… y se quedó en un Billy Idol 3.0.
Clanton debería aprender de Model/Actriz. Ellos sí que dieron miedo de verdad armados con un aplastante noise-rock industrial que contrastaba con los modos queer de su cantante, Cole Haden. Pero no había que juzgarlo por su apariencia, ya que se apropió de la madrugada con su salvajismo vocal espoleado por el alto voltaje de su grupo. Así fue creciendo la sensación de angustia bajo una atmósfera opresiva en la que se escuchaban implacables detonaciones de post-punk metalero. El estruendo de Model/Actriz era continuo y, en ciertas ocasiones, desafiaba los límites auditivos. Poco faltó para que en el palco Yorn se abriera una autopista directa hacia el infierno.
Jueves 15 de agosto || La playa del (indie) rock
La música mántrica que salía de escenario Jazz na Relva, ubicado al borde del río Coura para animar las horas previas al inicio de la actividad dentro del recinto del festival, invitaba al placer contemplativo. Esta estampa poco tenía que ver con la algarabia que provocó la apertura de las puertas a media tarde, aunque era posible observar un fenómeno cada vez más habitual en el certamen portugués: familias con niños a los que se les inculca el espíritu del Paredes de Coura desde temprano.
PALCO VODAFONE. Con todo, esa esencia, anclada en los sonidos alternativos del rock y el pop, no cuajó del todo con la salida de Sleater-Kinney. Resulta un sacrilegio afirmarlo, pero el público respondió con frialdad. Quizá por desconocimiento o, simplemente, desinterés, las reacciones ante Corin Tucker y Carrie Brownstein no encajaban con sus descargas guitarreras ni, mucho menos, con la solidez de su último trabajo, “Little Rope”, en el cual basaron su arrollador inicio.
Y eso que se estrenaban en Portugal… También daba la impresión de que se olvidaba su condición de estandartes del punk riot-grrrl durante los 90, como evidenció una imparable y desmelenada Brownstein. Por su parte, Tucker se mostraba más hierática mientras soltaba latigazos eléctricos con una facilidad pasmosa.
A aquella altura de la jornada, venía de maravilla recibir la ración indie-rockera de Sleater-Kinney, cuyo sonido se agigantó en “Jumpers” o la nuevaolera “Say It Like You Mean It” y se tornó impetuoso y burbujeante en “All Hands On The Bad One” o en su clásico “Dig Me Out”, en un reflejo de cómo se ha ensanchado con el paso del tiempo el abanico de Sleater-Kinney. Sin embargo, hay que repetirlo, ni esa razón ni la prestancia de Corin Tucker y Carrie Brownstein fueron suficientes para que se apreciara una mayor euforia sobre el terreno. Las nuevas generaciones están cambiando sus gustos…
…o prefieren fijarse en otros referentes. Por ejemplo, el héroe local Slow J, que cerraría el palco grande ese día. O, anteriormente, L’Impératrice, que volvían al lugar donde, dos años atrás, habían realizado el concierto más importante de su carrera, según palabras de su frontwoman, Flore Benguigui. Sus bazas se fundamentan, justamente, en el glamur que ella desprende al interpretar el disco-funk-pop de la banda francesa y en el espectáculo audiovisual (especialmente visual) que refuerza su idolatría por los Daft Punk de la era “Random Access Memories”.
Ahí se hallaban precisamente los defectos más elocuentes de L’Impératrice: el despliegue de luz y color -cambiando la bola de espejos por los paneles LED- disimulaba la insulsez de sus canciones y sus inspiraciones daftpunkianas eran demasiado evidentes, hasta el punto de rendirles tributo vía versión de “Aerodynamic”. A juzgar por el número de seguidores que poseen en Portugal, esa fórmula es efectiva. Pero, filtrada por oídos neutrales, carece de naturalidad.
PALCO YORN. Muchas veces, menos es más. En esa teoría se basaron los argumentos de Deeper, cuyo indie-rock académico no se salió de los renglones que marca el género. Por algo el sello Sub Pop se fijó en el cuarteto de Chicago para editar su disco más reciente, “Careful!”.
A lomos de ritmos briosos y mediante estribillos bien resueltos, no permitieron que su nervio se destensara, ni siquiera cuando se introducían en medios tiempos rocosos por fuera y tiernos por dentro. A medio camino entre el college rock y el alt-rock con visera, Deeper dieron rienda suelta a su querencia por las guitarras distorsionadas y los bajos afilados, elementos que relucían en los tramos veloces y ágiles que facilitaron que sus buenas vibraciones se contagiaran al instante.
Una de las bandas a ver obligatoriamente era Wednesday, aupados por la prensa especializada como adalides del shoegaze contemporáneo. En realidad, esa es solo una de las patas de su estilo. Otra, la potencia al micrófono de Karly Hartzman, capaz de pasar de la dulzura a la ferocidad en un abrir y cerrar de ojos mientras orientaba a sus compañeros para apretar sus guitarras al máximo.
En medio de esa tormenta controlada, de repente saltaron al country-rock. O, mejor dicho: al country-gaze, etiqueta que Wednesday tradujeron en tonadas sedosas pero galvanizadas que, en cuanto pudieron, destrozaron con los amplificadores puestos al 11 y riffs retorcidos y exprimidos hasta la última gota.
Los Bitchos son sinónimo de diversión desde que su nombre empezó a correr como la pólvora hace un par de años gracias a su álbum de debut, “Let The Festivities Begin!”. De ahí que, poco antes de la publicación de su segundo trabajo, “Talkie Talkie”, el palco Yorn estuviese lleno hasta los topes para dejarse llevar por sus infecciosas y jaraneras piezas instrumentales. También porque, no hay que negarlo, la banda afincada en Londres está de moda por su visión desenfadada del surf-rock, la cumbia eléctrica y la neopsicodelia.
Tuvo mucho mérito que, sin palabras, Los Bitchos lograsen que todo el mundo moviese las cabezas y las extremidades de principio a fin. No les hicieron falta trucos ni fuegos de artificio para lograrlo, solo transmitir sus ganas de… ¡fiesta!
A su lado, Protomartyr parecían los oficiantes de un funeral, más que nada por el aspecto de su cantante, el anticarismático Joe Casey. Eso sí, a pesar de su estatismo y los continuos tragos de cerveza, el hombre guio con mano firme las sacudidas de post-punk granítico de su banda, fiel a los mandamientos del género por su sobriedad y carácter espartano. De hecho, en cuanto se activó su engranaje, Protomartyr actuaron como una bola de demolición que se balanceaba entre el after-punk sombrío y el noise furibundo cuya onda expansiva amenazaba con derribar la carpa.
Sprints ya tenían el terreno abonado para lanzar sus bombas garage-punk. Aunque había llegado a Paredes de Coura hinchado por el hype en las islas británicas, el grupo se olvidó de cualquier cuestión extramusical y no se anduvo con chiquitas a la hora de trasladar en vivo su aceleración rítmica y, por encima de todas las cosas, la fuerza incontenible de su lideresa, Karla Chubb. Los efectos fueron inmediatos: griterío, cuellos dislocados, melenas agitándose, vasos de birra volando y crowdsurfing. La madrugada acabó envuelta en un incendio provocado por una panda de pirómanos irlandeses.
Viernes 16 de agosto || Honestidad brutal
El tercer día del Paredes de Coura 2024 prometía emociones fuertes, saltos y sobresaltos debido a cierto grupo que aparecía en muchas de las camisetas que se veían desde el pueblo al espacio del festival, pasando por la playa fluvial do Taboão: IDLES. El ambiente que se respiraba era electrizante…
PALCO VODAFONE. Con todo, durante las horas previas no se presagiaba esa enorme tormenta que se cernería sobre el auditorio natural. Es más, con Nouvelle Vague sobre las tablas, solo surgían preguntas: ¿tenía sentido incluir en el cartel a un grupo de versiones y, además, en el escenario principal? ¿Presume de mejor consideración una banda como esta que una de tributo? Al menos, el combo francés se afana en dar una vuelta de tuerca a los temas originales pasándolos por coladores sonoros como los de la bossa nova, el lounge, el rock ‘n’ roll añejo, el jazz, el swing, el reggae o el de los girl groups de los 60.
Simultáneamente, sus malabares se convirtieron en el juego de adivinar cuál era la canción de la que procedía cada cover: “Love Will Tear Us Apart” de Joy Division, “People Are People” de Depeche Mode, “Only You” de Yazoo, “Girls On Film” de Duran Duran, “Teenage Kicks” de The Undertones, “Shout” de Tears For Fears… Incluso hubo dos momentos que levantaron definitivamente al gentío: “Should I Stay Or Should I Go?” de The Clash y “Just Can’t Get Enough”, de Depeche Mode, otra vez. La duda sobre la conveniencia de la presencia de Nouvelle Vague en la programación del Paredes de Coura no se despejó, pero cumplió su función como entretenimiento.
Otro tipo de sospechas despertó Cat Power. Sus gestos de fragilidad y sus titubeos provocaban el temor de que, de repente, tirase la toalla. No ayudaban sus problemas con el atril en el que leía las letras de las composiciones de Bob Dylan (pertenecientes a su mítico show en el Royal Albert Hall en 1966) que protagonizaron su intervención ni su cara de asustada al ver la ladera repleta. Además, daba la sensación de que sus cuerdas vocales se apagaban paulatinamente y el sonido que la arropaba resultaba demasiado íntimo para la ocasión.
Todos los elementos actuaban en contra de Chan Marshall, cuya figura actual no se puede entender sin su atormentada historia personal de la última década y media. De un momento a otro, se iba a romper… Pero el público le brindó su apoyo y la situación empezó a enderezarse. Cuando Cat Power cerró la fase acústica y pasó a la eléctrica, adquirió más seguridad y confianza. Se quitó cualquier miedo de encima y, a partir de ahí, emergió la dama del folk-rock encumbrada a mediados de los 2000. Y así finalizó su directo, dominando el escenario y terminando a lo grande con “Like A Rolling Stone” en un conmovedor alarde de superación.
A eso de las 17:00, con el recinto todavía semivacío, varias chicas corrían cuesta abajo hacia la primera fila del palco Vodafone con un único objetivo: ver de cerca a girl in red. Ese era un sencillo reflejo del poder de atracción de la noruega entre la juventud, no solo por su música, sino también por su condición de defensora de los derechos LGTBIQ+. Si, el año anterior, Lorde se había llevado el premio al concierto pop mainstream del Paredes de Coura, esta vez la medalla de oro se otorgó a Marie Ulven Ringheim.
Entre fuego y mucho color rojo, girl in red echó a volar empujada por sus entregadxs fans con “bad idea!” o “girls”, que le sirvieron para repetir -más de la cuenta- que ella es lesbiana. Para su tranquilidad, ya se sabía claramente de antemano. Luego sacó a relucir su alma rockera con varios ejercicios que continuaron entusiasmando a sus seguidorxs, rendidos totalmente en los tramos en los que se ponía blanda al piano. Se confirmó, por tanto, la inclinación del Paredes de Coura a reclutar a artistas para todos los públicos que no pervierten la identidad del festival. Y girl in red dio más razones para que esa política se prolongue en el futuro.
Un huracán se estaba aproximando, se notaba en la agitación que había invadido el espacio principal. Los más valientes se fueron al frontal, donde se esperaban pogos, mosh pits y enormes nubes de polvo en suspensión al mando de Joe Talbot, que desplegó su verbo afilado y sus berridos apabullantes. Al mismo tiempo, a la característica rabia de su banda, añadió sus ineludibles mensajes políticos y sus arengas, del consabido “fuck the king” a “free Palestine” y “cease-fire”. IDLES estaban dispuestos a corroborar que su punk es auténtico y su honestidad, brutal.
Después de la introducción con la inquietante “IDEA 01”, dieron tres puñetazos consecutivos directamente a la mandíbula: “Colossus”, “Gift Horse” y “Mr. Motivator”, que provocaron el delirio y obligaron a los dos guitarritas de la banda, Mark Bowen y Lee Kiernan, a lanzarse más allá del foso sujetos por un público enfervorecido. Mientras tanto, Jon Beavis golpeaba las baquetas como si quisiera partir el suelo bajo sus pies. Y Jon Talbot seguía metido en su papel de alborotador que arrojaba sus palabras dentro de los cócteles molotov sónicos que fueron “I’m Scum”, “Benzocaine” o “Danny Nedelko”, otros guantazos de un setlist inapelable.
Eso sí, Talbot, lejos de parecer un líder mesiánico, sacó su corazoncito a pasear para agradecer tanta pasión y tanto ardor, que alcanzaron niveles pocas veces apreciados anteriormente en el Paredes de Coura. De hecho, IDLES consiguieron que la ladera se llenara por completo hasta sus márgenes, señal de su rotundo éxito. Gracias a esa comunión entre grupo y audiencia se vivió una noche histórica. Todos los moratones, las gargantas rotas y el dolor de piernas habían merecido la pena.
PALCO YORN. En 2015, Allah-Las habían pisado el palco Vodafone y, quizá por el tamaño del lugar, su indie-pop psicodélico se había dispersado demasiado a pesar de su calidad aportada por la denominación de origen californiana. Esta vez, les correspondía el escenario secundario y el cambio les favoreció.
La manera de plantear sus directos funciona mejor en las distancias medias / cortas, lo que permitió que resplandecieran sus melodías de 24 quilates y sus luminosos coros. De ahí que no sea una temeridad definir a Allah-Las como los The Byrds del siglo 21, por algo comparten raíces angelinas… Perfectos ejemplos de esa analogía fueron “Tell Me (What’s In Your Mind)”, “Jelly” o “Sandy”, joyas que condensaron el sonido espumoso y los acordes titilantes que tan hábilmente manejaron Miles Michaud y amigos, maestros en la confección de canciones deliciosas.
A Beach Fossils también se les da de maravilla facturar indie-pop primoroso, aunque llevado a una dimensión ensoñadora. En Paredes de Coura crearon una atmósfera similar basada en guitarras cristalinas y bajos gomosos que se tornó más y más brumosa a medida que Dustin Payseur llevaba a su banda hacia el post-punk y el shoegaze dreamy que caracterizan su última obra, “Bunny”.
Pese que Dustin exhibió su cara romántica -le dedicó un tema a su esposa-, le faltó trasladar ese sentimiento a su repertorio, que en ciertas fases parecía que estaba siendo ejecutado con el piloto automático. Ahí estuvo la diferencia entre disfrutar de una hora de música memorable y concluir que fue, simplemente, un rato agradable.
Sábado 17 de agosto || Como en casa
“Uno de nuestros propósitos es que las personas salgan de aquí mejores. Este es un festival diferente, que da ternura”, afirmó João Carvalho, su director, antes de que se iniciase la jornada final. Esas frases podrían salir de la boca de los responsables de cualquier otro evento de similares características, dentro y fuera de Portugal, pero en el caso del Paredes de Coura esa intención se cumple cada año a rajatabla.
PALCO YORN. Hotline TNT deberían ser, a priori, los grandes protagonistas del sábado en el escenario secundario. Aún recordábamos nítidamente su concierto en Vigo en mayo, con lo que estábamos seguros de que, en un espacio más amplio, Will Anderson se vendría arriba en su condición de líder de una de las bandas más simbólicas del neo-shoegaze-rock.
Sin embargo, todo depende del ojo con que se mire o de la oreja que se utilice. Porque el respetable no conectó con el ánimo ni con el empeño de Hotline TNT -pese a que su segundo guitarrista estaba cojo y con una pierna escayolada-, probablemente porque no los tenía fichados y no supo paladear las bondades de su disco “Cartwheel” a través de “Protocol”, “I Thought You’d Chaged”, “Out Of Town” o “Son In Law”. Anderson lo intentó de todas las maneras imaginables, hasta regalando alguna camiseta, pero su buena actitud obtuvo una respuesta tibia.
Peor lo tuvieron Superchunk, que festejaban el 30 aniversario de su trabajo más célebre, “Foolish”. Parecía que no importaba demasiado que sobre las tablas estuviera una de las bandas seminales del alt-rock estadounidense de los 90 con su carismático líder y padrino del género, Mac McCaughan. En cambio, a él no le importó sacar su vena juvenil, como si el tiempo no hubiese pasado por su cuerpo ni por las canciones del mencionado “Foolish”, del que repasó una pequeña parte. Contagiados por ese ímpetu, Superchunk sonaron como los mozalbetes que eran en su época dorada cuando manejaban los resortes del post-grunge y del power-pop a su antojo, algo que repitieron en Paredes de Coura varias décadas más tarde.
PALCO VODAFONE. Antes de llegar a los momentos más calientes de la noche, la tarde había arrancado teñida de la típica nostalgia que despierta la cercanía de la despedida (¿definitiva?). Alynda Segarra capturó la calidez reinante y la trasladó al rasgueo de su guitarra acústica para moldear el country-pop de Hurray For The Riff Raff.
En algunos tramos se acentuaba su aspecto country y, en otros, sus trazas más pop (y viceversa). Su sonido pulcro y aseado resplandecía cuando subía las pulsaciones y se bailaba contenidamente aunque la postura preferida para escucharlo era en horizontal sobre la hierba de la ladera. Había que guardar fuerzas ante la avalancha eléctrica, activada desde tres perspectivas opuestas, que iba producirse después.
Al cabo de unas tres o cuatro canciones, un espectador (español) preguntaba si el grupo que estaba sobre el escenario, dado que sus rostros denotaban cierta edad, llevaba mucho tiempo tocando… Más de treinta años, período en el que el hombre, según sus propias palabras, había estado absorbido por otros estilos musicales. Nunca es tarde para descubrir a Slowdive, sobre todo teniendo en cuenta su estado de forma desde su retorno en directo en 2014 y discográficamente en 2017. De hecho, casi la mitad de su setlist se basó en los dos álbumes de su nueva etapa, “Slowdive” y “everything is alive”, cuyos temas se agrandaron con Neil Halstead firme como una roca y Rachel Goswell aportando su acostumbrada delicadeza.
Slowdive ofrecieron toda una lección sobre cómo hipnotizar a miles de personas (de todas las generaciones) mediante un ritmo brioso (“Star Roving”, “kisses”) o en medio de las espirales ensoñadoras que practican con destreza (“Sugar For The Pill” o las clásicas “Catch The Breeze” y “Crazy For You”, que supieron a ambrosía divina).
Con la luna llena otra vez iluminando el recinto, Goswell y Halstead culminaron su viaje al pasado rescatando los dos pilares de su carrera conjunta: “Alison” y “When The Sun Hits”, interpretadas consecutivamente en un acto de autoafrimación como adalides del shoegaze sensible y emotivo. Slowdive maravillaron con su brillante veteranía adaptada a los tiempos modernos.
Lo mismo se diría de The Jesus and Mary Chain, con la salvedad de que el LP que editaron unos meses atrás, “Glasgow Eyes”, no es precisamente para tirar cohetes… En vivo ya fue otra cosa, con “Jamcod” como apertura de un show que constató la solvencia de los hermanos Reid tras cuarenta años en el negocio.
Con William comandando las operaciones guitarreras desde la retaguardia, Jim impasible ante el micrófono (sin fotos desde el frontal, por favor…) y envueltos por una tupida humareda, los escoceses constataron porque son los reyes del noise (pop-rock) y derivados. De ahí que no faltaran incunables del ramo como “Head On”, “Happy When It Rains”, “Blues From A Gun” o “Sidewalking”, con la más actual “All Things Must Pass” intercalada sin que desentonara.
The Jesus and Mary Chain habían elegido para la ocasión un repertorio sin fisuras que voló por los aires con la catártica “I Hate Rock ‘n’ Roll” y dentro del que se llevó la palma la porción reservada a “Psychocandy” (“In A Hole”, “Some Candy Talking” o “Taste Of Cindy”). Como era de esperar -aunque no por ello le restó impacto-, los Reid colocaron la guinda a su pastel con “Just Like Honey”, a la que se unió a los coros como invitada de excepción Rachel Goswell de Slowdive. Sin embargo, The Jesus and Mary Chain sufrieron, sorprendentemente, la indiferencia de parte del respetable como les había sucedido a Sleater-Kinney. Poco después, esa situación se explicaría claramente: la muchachada rockera dirige sus oídos con mayor atención (y frenesí) hacia bandas coetáneas.
Fontaines D.C. son la mejor prueba de esa tendencia (por otra parte, lógica). La evolución de la banda de Dublín desde su irrupción en 2018 como outsiders de la ola post-punk británica ha sido meteórica y -más importante- bien orientada. Bastaba con ver su estética en cuanto aparecieron en el palco principal, como sacada de un cómic cyberpunk, que contrastaba con la de aquellos chicos que antaño hablaban de sus experiencias en su ciudad de origen desde una óptica 100% irlandesa. Sin embargo, el disco que publicarían una semana después de su concierto en Paredes de Coura, “Romance”, poco tiene que ver con esa irlandesidad, sino que se expande a temáticas globales y, en consonancia, hacia el rock de estadio.
Ese fue el efecto de Fontaines D.C. en Portugal, quizá el grupo al que más se entregó el público junto con IDLES. Se palpaba en el ambiente que los dublineses están dispuestos a dar el gran salto: Grian Chatten lucía una presencia imponente y sus compañeros actuaron con una compenetración abrumadora. Los singles de adelanto de “Romance” que se habían ido descubriendo las semanas previas auguraban que la banda exhibiría sus múltiples registros con su habitual poderío, sin olvidarse del post-punk, claro. Es más, la dupla “Jackie Down The Line” + “Televised Mind” recordó las raíces de Fontaines D.C. antes de que la novedosa “Death Kink” y una apoteósica “Here’s The Thing” -con “A Hero’s Death” situada como puente- diesen un protagonismo merecido a “Romance”.
Que Fontaines D.C. saben perfectamente cuál es su objetivo quedó patente con “Big”, en la que Chatten parecía gritarse a sí mismo su estribillo: “My childhood was small, but I’m gonna be big”, cuyos ecos rebotaron en el himno por excelencia de los irlandeses, el celebradísimo y canturreado “Boys In The Betterland”. Si en ese momento Fontaines D.C. hubiesen decidido finiquitar su show, ya habrían cumplido con creces. Pero faltaba la traca final, centrada en el inminente “Romance”, con la que hicieron los oídos agua al destapar tres de sus cortes más destacados: “In The Modern World”, la gema indie-pop “Favourite” y, como desenlace, “Starbuster”, el tema que catapultó a Fontaines D.C., preparados para transformarse en estrellas mundiales.
Una vez apagados los focos y hecho el silencio -de nuevo- en el palco Vodafone, se pidió al púbico que no se moviese de su sitio. El festival sabe cómo cuidarlo y agradecer su atención y, como ya es tradición a lo largo de las últimas ediciones, lo cubrió de confeti y de serpentinas en un eufórico fin de fiesta que fijó las fechas del próximo capítulo del Paredes de Coura: del 13 al 16 de agosto de 2025.
Esos serán los días en los que sus asistentes más fieles regresen al Couraíso, su segundo hogar. Porque en Paredes de Coura es muy fácil sentirse como en casa. [FOTOS: Stephanie Whybrow] [Más imágenes en el Flickr de fantasticmag] [Más información en la web de Paredes de Coura 2024]