Paredes de Coura 2023 tenía el listón muy alto para su 30 Aniversario… Pero nuestra crónica deja bien claro que el listón fue superado. Con creces.
30 años. El Paredes de Coura celebró en 2023 un aniversario que, probablemente, aquellos jóvenes que decidieron animar el verano de 1993 montando su propio festival en la playa fluvial de su pequeño pueblo del norte de Portugal jamás se imaginarían.
A lo largo de la extensa trayectoria de uno de los eventos musicales al aire libre más importantes del país vecino se han vivido buenos y malos momentos, han surgido dudas y certezas, se han visto conciertos fabulosos y otros que pasaron desapercibidos y se han creado muchos recuerdos memorables y unos cuantos efímeros. Toda una concatenación de escenas y situaciones propia de una cita que alcanza las tres décadas de recorrido.
Sin embargo, en el caso del Paredes de Coura se ha mantenido una constante inalterable: el amor, el cariño y la fidelidad de un público de diferentes generaciones siempre entregado a la causa. En la exposición instalada en el centro de la villa courense que repasaba gráficamente su historia, se veían imágenes y se leían frases que capturaban esa conexión en forma de respeto y afecto mutuos.
Hoy en día, el Paredes de Coura es considerado un símbolo inmaterial de enorme valor en su región (el Alto Minho) y un elemento clave en el desarrollo del lugar en el que se organiza. Es decir, que ha trascendido su condición musical hasta erigirse en un acontecimiento de gran impacto social, económico, cultural e incluso vital.
En otra de las plazas de Paredes de Coura se encontraban alineados en orden cronológico varios carteles de ediciones pasadas que, si se revisaban en conjunto, traían a la cabeza múltiples vivencias concentradas en capítulos musicales y extramusicales (por ejemplo, las seis veces anteriores más esta contadas por fantasticmag). Al contrario de lo que sucede en otros certámenes similares, lo que pasa en el festival portugués no se queda allí, sino que continúa fuera y se prolonga en el tiempo.
El Paredes de Coura es, por tanto, un reflejo de la vida misma. Por eso el evento no pudo esquivar este año los efectos del contexto de crisis derivado de las secuelas post-coronavirus y de la subida de la inflación a nivel global, hechos que repercutieron en la configuración de la programación (no presumía de nombres legendarios, consagrados o con poder de convocatoria masivo, pero sí fue equilibrada, contó con varias sorpresas y otorgó relevancia a artistas portugueses) y provocaron que, en sus cuatro jornadas acumuladas, se rozaran los 80.000 asistentes frente a los 100.000 de ediciones recientes.
Con todo, este descenso numérico no influyó en el ambiente del recinto de la playa do Taboão y de las calles de la villa. De hecho, en la víspera de su inicio oficial, ya se palpaba que la atmósfera iba a avanzar en consonancia con la temperatura estival reinante durante los conciertos realizados al mismo tiempo que se celebraban las fiestas locales con mayores y pequeños disfrutando de una de las actividades más singulares del festival. Esta era la prueba fehaciente de cómo el Paredes de Coura se relaciona de modo simbiótico con el pueblo hasta formar parte de su ADN. Cuando se habla de Paredes de Coura, automáticamente se piensa en el festival.
Miércoles 16 de agosto || La veteranía es un grado
En cualquier otro sitio, la mezcla de calor pegajoso y polvo en suspensión resultaría molesta. Dentro del Paredes de Coura, no: forma parte de su ecosistema y es fácil acostumbrarse a ella asimilándola como una característica más del paisaje que se levanta temporalmente a orillas del río Coura entre una armoniosa convivencia que se extrapola al espacio principal.
PALCO VODAFONE. Dry Cleaning se encargaron de inaugurar el escenario grande con su particular fórmula comandada por la enigmática Florence Shaw, que parecía ir a su rollo spoken word por un lado y sus compañeros por otro siguiendo su ruta sonora. Pero, en realidad, sus caminos se unían en perfecta sincronía. Haciendo alarde de una curiosa variedad de muecas y como si la cosa no fuera con ella, Florence ponía voz a un ramillete de canciones que tanto se movían con brío indie-pop como se introducían en el post-punk relativamente oscuro pero de melodía infecciosa.
Aunque Dry Cleaning demostraron que su seña identificativa no es solo la (no) interpretación vocal de su frontwoman, sino también su poderosa sección rítmica y los punteos afilados y vitaminados de la guitarra de Tom Dowse, que a veces recordaban los latigazos de los Joy Division primigenios. Pese a esa evidente comparación, se constató que Dry Cleaning poseen una imaginativa visión del post-punk.
La propuesta de la banda del sur de Londres quizá no era la más previsible para enardecer los ánimos en el arranque de la tarde. Mucho menos, la de Yo La Tengo. Son tan suyos y llevan tanto tiempo bregando contra las modas musicales imperantes, que pareció normal que abrieran su directo con la ‘interminable’ “Sinatra Drive Breakdown”, durante la cual Ira Kaplan empezó a lucirse con sus seis cuerdas. A renglón seguido, cambiaron las tornas radicalmente con la tersa “Miles Away”, cantada por Georgia Hubley.
Teniendo en cuenta la veteranía inmarchitable, el espíritu independiente incorruptible y su categoría de quintaesencia del indie-rock, Yo La Tengo podían hacer lo que les diese la gana. Y lo hicieron: si Ira deseaba volver practicar virguerías con su guitarra en “Flying Lesson (Hot Chicken #1)”, adelante; si le correspondía a James McNew (los tres se intercambiaban sus papeles de manera natural) ponerse ante el micrófono en “Stockholm Syndrome”, sin problema; y si querían traer de épocas pretéritas la placidez veraniega de “The Summer”, maravilloso.
Yo La Tengo dieron lustre a su inimitable eclecticismo estilístico con tanta libertad que, más que tocar en un anfiteatro natural repleto de gente, daba la sensación de que se encontraban en una sala de tamaño medio. Y, además de la distancia espacial, el trío salvó la distancia temporal, lo que condujo a Ira a bromear con el hecho de que algunos temas fuesen más viejos que buena parte de los presentes.
Eso sí, no había que olvidar que el motivo de su aparición en el Paredes de Coura era el álbum publicado en febrero “This Stupid World”, del que destacó “Fallout” en otra prueba de nervio eléctrico que, en último término, palideció con los tramos en los que Ira jugaba con el ruido hasta llevarlo al límite. La final “Pass The Hatchet, I Think I’m Goodkind” y su acentuada y repetitiva línea de bajo rubricó el concierto antifestivalero de Yo La Tengo. Toquen donde toquen, jamás pierden su indomable esencia ni su denominación de origen de Hoboken.
Todo lo contrario supuso la intervención de Frank Carter & The Rattlesnakes, una banda idónea para que el público se desmadrara a golpe de miércoles, como comprobó un asombrado Frank cuando vio a la peña metida en mosh pits descontrolados. Resultaba sencillo que algo así ocurriese, porque la banda británica es experta en punk-rock de pub y cerveza en mano para saltar y sudar. El acelerador estuvo apretado a fondo y hubo mínimas concesiones a la pausa, solo en contadas ocasiones con el fin de que Frank Carter tomase aire después de desgañitarse en respuesta a la explosiva reacción de la apasionada audiencia.
Puede que, con respecto a otros grupos compatriotas del ramo, Frank Carter & The Rattlesnakes pertenezcan a una división inferior; pero, como buenos británicos, derrocharon profesionalidad y lograron su objetivo con creces. Fue uno de esos conciertos que, aunque no sigas a la banda y aunque su sonido y su método no te entusiasmen, te acaban ganando a base de guitarrazos, arengas a armar jaleo y contundencia.
Sin soltarse el pelo, literalmente, Jessie Ware se erigió en la estrella de la noche. Engalanada a modo de diva disco-house, brilló secundada por dos estupendas coristas que la arropaban con clase y dos bailarines que efectuaban coreografías tan lúbricas como sensuales. De entrada, la británica enseñó sus ropajes más elegantes y glamurosos; pero, en cuanto se calentó el show, se vistió el (metafórico) disfraz de dominatrix si el baile lo exigía.
Luego, las canciones hicieron el resto. Jessie abrió su tarro de hits, como “Freak Me Now” -a la que solo faltó que irrumpieses inesperadamente como invitada Róisín Murphy– o una gran apropiación de “Believe” de Cher, recibida con algarabía. El terreno estaba preparado para que sus dos bombazos, “Hot N Heavy” y “Free Yourself”, cayeran como maná del cielo y ratificaran que, con una facilidad aplastante, Jessie Ware se había comido el palco Vodafone. El único punto negativo de su espectáculo fue que duró menos de lo esperado… A pesar de ello, la británica salió encumbrada como reina dance.
Andrew Ferguson y Matthew McBriar, miembros de Bicep, se colocaron frente a frente para manejar sus artilugios electrónicos en medio de la penumbra y sacudir la madrugada con beats pesados y bajos retumbantes. La sesión en vivo de future electro y deep techno del dúo se movió entre la hipnosis de la escuela Burial y los fogonazos que estimulaban químicamente las neuronas con tanta fluidez que Bicep se confundían con los mismísimos Orbital.
PALCO YORN. Este año el escenario secundario se replanteó como plataforma mediante la que presentar nuevos talentos, proyectos poco conocidos y auténticos outsiders. Snail Mail, realmente, ya no encaja en ninguna de esas etiquetas porque su lideresa, Lindsay Jordan, ha demostrado de sobra desde la salida de su disco “Lush” en 2018 su habilidad para darle aire fresco al indie-rock.
Su menuda figura contrastaba con la fuerza de sus composiciones y de su traslación al directo y su aura de cantautora generacional no se quedó en su Estados Unidos natal, sino que traspasó las fronteras hasta Paredes de Coura en forma de letras coreadas desde el foso a pleno pulmón. Lindsay transmitió personalidad y el arrojo que propicia la juventud impulsada por un gran sonido, que se balanceó entre la agilidad rítmica y los medios tiempos. Se justificó así la relevancia que Snail Mail han adquirido dentro del rock alternativo norteamericano durante el último lustro.
Otro grupo cuya buena fama queda fuera de toda duda es Squid. Incluso se diría que los vientos a favor de su estilo aumentaron cuando, a través de su segundo álbum, “O Monolith”, pasaron del post-punk convencional al no wave y free jazz combinados con rock y secuencias electrónicas. Esa transición resultó sorprendente en su momento y, de idéntico modo, en Paredes de Coura por la forma en que exhibieron las aristas y los vértices de su reformulación sonora, aunque igualmente enseñaron su anterior cara más inmediata y estruendosa.
Su batería y vocalista, Ollie Judge, ejerció de jefe de operaciones de una maquinaria bien engrasada que no desdeñó el detallismo dentro de su potente y poliédrica ejecución. Squid confirmaron que ahora son un grupo más completo que no ha perdido rotundidad en su empeño por huir de las direcciones más evidentes del neo post-punk británico.
¿Es posible recurrir al punk como medio de agitación de un festival de la idiosincrasia del Paredes de Coura a las tres de la madrugada? Con Special Interest, por supuesto. Dio igual que sacaran el martillo pilón del tecno-punk extremo o hicieran girar la bola de espejos al compás de su electro-rock bailable: su pegada era automática por obra y gracia de la tremenda presencia de Alli Logout, una fuerza de la naturaleza capaz de arrancarte la piel a gritos o de atraparte como el ser más lascivo del planeta.
Entre ráfagas de salvajismo y de voluptuosidad, Special Interest agujerearon los oídos de la aves nocturnas que esperaban hambrientas devorar el techno pinchado por el hijo pródigo del festival, el dj (y actor) Nuno Lopes.
Jueves 17 de agosto || El futuro ya está aquí…
… y se cruzó con el pasado en la segunda Vodafone Music Session (la primera se había realizado 24 horas antes con Samuel Úria como protagonista) del Paredes de Coura 2023, dentro de uno de esos conciertos secretos que ya son una de las marcas distintivas del festival.
Siguiendo la tónica de los últimos años como escaparate de artistas portugueses consolidados o noveles, esta sesión llevó a CAIO -alias del cantautor João Santos– a la iglesia románica de Rubiães, edificación medieval del siglo XIII enclavada en un sitio litúrgico y místico. En tan solemne y bella plaza, CAIO se valió de guitarra acústica y de teclado-piano para embelesar a su privilegiado público, que parecía conectarse espiritualmente con el lugar a través de sonidos cálidos y delicados que incluso se entrelazaron mágicamente con las campanas de la iglesia cuando dieron las cuatro en punto.
PALCO YORN. Después se retomaría la acción en la playa do Taboão con una artista multidisciplinar que en 2022 dio el gran salto hacia adelante: A garota não, proyecto de Cátia Mazari Oliveira. El lleno de la carpa Yorn reflejaba la expectación generada en torno a su directo y sugería que, quizá, debería haberse hecho en el escenario principal.
Sin embargo, a Cátia le sentaban mejor las distancias cortas porque a su combinación de folk, pop, hip hop o fado aderezada con bases sintéticas se le añadía su poderoso discurso de denuncia, con el que defendió los derechos humanos, la dignidad social y los valores que se deben compartir colectivamente como escudo contra la xenofobia, el fascismo, el sexismo o la violencia de género. De hecho, tras interpretar “Mulher Batida (Ready?)”, Cátia pasó las hojas de un cuaderno con los nombres de las mujeres asesinadas por hombres en Portugal en 2022 en un momento subyugante.
La música de A garota não es esencialmente política, por algo el título del disco que la convirtió en revelación en su tierra, “2 de Abril”, proviene de la fecha en que aprobó la Constitución de la República portuguesa en 1976. Dado que el formato festivalero es breve y encorsetado, Cátia no tuvo margen para explayarse contando los relatos que desembocaron en sus composiciones. En realidad, no fue necesario, ya que sus canciones hablaron por sí solas.
Mientras el brasileño Tim Bernardes tenía embobado al gentío que poblaba el anfiteatro natural del palco Vodafone, unos metros más allá una de las sorpresas musicales de 2023 se disponía a transformar la media tarde en un festín chill y baleárico: Avalon Emerson, productora y dj que debutó discográficamente hace unos meses con banda, The Charm, dos compañeros que la rodearon sobre las tablas con guitarra, contrabajo eléctrico y bajo.
El trío transmitió (bases programadas mediante) las apacibles sensaciones que desprende su ópera prima, “Avalon Emerson & The Charm”, con la californiana surfeando suavemente sobre el oleaje melódico de unas piezas que se balanceaban entre el éxtasis y el relax, entre la emotividad y el baile. Eso consiguió Avalon, que nadie dejara de moverse, ya fuese con la dulzura estival de “Sandrail Silhouette” o “A Vision”, el breakbeat noventero de “Hot Evening”, el punch rave de “A Dam Will Always Divide” o el espíritu discotequero de un tema inédito que encajó como un guante en el resto del repertorio.
Como guinda del pastel, Avalon regaló una cover de “Long-Forgotten Fairytale” de The Magnetic Fields, cuya brisa electrónica refrescó todavía más unos deliciosos minutos que se disfrutaron al máximo con los ojos cerrados y las extremidades totalmente sueltas.
Una estampa similar se vivió más tarde con Desire, aunque el dúo canadiense situó el palco Yorn entre unas coordenadas urbanas y adornadas con luces de neón. Ese es el hábitat en el que mejor se desenvuelven Megan Louise y Johnny Jewel, y el que replicaron en una actuación salpicada de electropop ochentero, disco music refinada y sonidos ibicencos.
Mientras Megan jugaba a ser una femme fatal noctívaga (con calavera shakesperiana incluida), Johnny la envolvía con su sintetizador colorista multiplicando su aura seductora, que brilló en dos relecturas muy celebradas: “Bizarre Love Triangle” de New Order y “Can’t Get You Out Of My Head” de Kylie Minogue. Desire supieron capturar el calor de la noche con canciones sugerentes e insinuantes.
PALCO VODAFONE. Como maestros del ramo psicodélico y experimentados conocedores de los efectos narcóticos del rock, The Brian Jonestown Massacre tenían en su mano introducir por completo a la audiencia en su universo arenoso y caleidoscópico y elevarla a estados de conciencia inexplorados. Pero su plan no se resolvió de la manera esperada.
Básicamente, porque una de las cuatro guitarras fallaba más de la cuenta, el bajo no sonaba como debía y un intranquilo Anton Newcombe, a pesar de su posición estática, veía que los problemas no se solucionaban. El que parecía despreocupado era Joel Gion, pegado a su eterna pandereta y pendiente de sorber a morro una botella de vino verde. El disgusto final que (entre bromas) mostró Newcombe dejaba claro que el bolo no había salido según lo previsto. Correspondía a los fans acérrimos -y allí había unos cuantos…- de The Brian Jonestown Massacre decidir si se habían satisfecho sus expectativas.
The Walkmen ya tenían a buena parte de la afición ganada de antemano porque en Portugal se siente devoción por su música y por su líder, Hamilton Leithauser, encarnación individual de la intensidad de su grupo. También tuvo que ver en ello el hecho de que los neoyorquinos volvían a los escenarios tras diez años de paréntesis, lo que aumentaba el deseo de verlos otra vez reunidos y despertó la curiosidad por comprobar su actual estado de forma.
Y, ante los visto en el palco Vodafone, no ha decaído. Planteado como un repaso a su carrera, iniciada en el 2000 (dato que Hamilton repitió recurrentemente), su directo resultó incandescente por los incendios emocionales que provocaron las fibrosas “The Rat”, “Angela Surf City” o “All Hands And The Cook” o las más quebradizas “Blues As Your Blood” o “Canadian Girl”.
En cierto modo, The Walkmen cogieron el testigo dejado por The National cuatro años antes en el mismo espacio, aunque los neoyorquinos resolvieron la papeleta con más temperamento. Para cerrar su revisión biográfica, se remontaron a la canción que inició su historia, “We’ve Been Had”, todo un gesto para el público y para ellos mismos como reivindicación de una fructífera carrera.
Y en este punto se acabaron los conciertos terrenales: iba a aterrizar Fever Ray de otra dimensión, otro planeta o del futuro, directamente, con el propósito de impactar de lleno en las cabezas de los seres humanos del siglo 21 presentes con una ópera synthpop transgresora basada en su último álbum, “Radical Romantics”. Para materializarla, Fever Ray salió de su nave alienígena y se dividió en cinco elementos: la andrógina y magnética Karin Dreijer Andersson, las dos bailarinas y vocalistas Maryam y Helena y las dos instrumentistas Romarna y Minna, que tejieron un entramado sintético apabullante.
En medio, sobresalían los movimientos, tan fascinantes como desafiantes, que dirigía Karin en su papel de intimidante maestra de ceremonias vestida con traje blanco. Entre los golpazos que emitían los bafles y el humo que invadía el escenario como procedente del infierno, se produjo una extraña mezcla de placer y miedo. Pero es que la música de Fever Ray (como en su época de The Knife) busca justamente ese choque desarmante. El despliegue de su meticuloso directo en Paredes de Coura la colocó en lo más alto del festival. Sin discusión.
Viernes 18 de agosto || No hay lluvia que por bien no venga
Que el Paredes de Coura 2023 iba a ser el del triunfo de las mujeres quedó clarísimo cuando en la Vodafone Music Session del día volvió a acaparar el protagonismo A garota não en el Quartel das Artes, edificio ubicado en el centro de la villa. Esta vez Cátia sí pudo hablar a gusto ante su audiencia, que contaba con un grupito de atentos niños que le recordaban cuando trabajó de profesora de inglés infantil.
Apoyada en guitarra acústica y con la ayuda de su colega Sérgio Mendes a la eléctrica, aprovechó el ambiente intimista para interpretar cuatro canciones de amor y una de protesta que no habían entrado en su repertorio de la tarde anterior mientras explicaba el origen de cada una (situaciones sentimentales personales y ajenas, colaboraciones, influencia de la poesía…). La forma de A garota não de cantar, expresarse y dar un profundo significado a su música fue la de una cantautora que se escapa de la norma y que es muy necesaria dados los turbios tiempos que corren.
PALCO YORN. Sin abandonar la escena alternativa portuguesa, otro grupo que llamó mucho la atención por su peculiar estilo fue Expresso Transatlântico, que fundieron rock con sonoridades tradicionales lusas, resonancias fronterizas y espagueti-western. Para comprenderlo desde una perspectiva española, este combo sería como si Los Coronas hubiesen nacido en Lisboa y sus temas instrumentales cambiasen el rollo surfero por influencias nativas.
En este aspecto, la principal seña de identidad de Expresso Transatlântico es el uso de la guitarra portuguesa, de la que Gaspar Varela extrajo riffs psicodélicos, espídicos y explosivos. Si Quentin Tarantino los hubiese conocido, seguro que le habría encantado incluir alguna de sus piezas en sus soundtracks más recientes. Los lisboetas arrasaron con un directo arrollador que puso patas arriba el palco Yorn.
Thus Love entregaron otra de las (escasas) raciones de indie-pop del Paredes de Coura 2023, en su caso nutrido de la sangre post-punk y new wave que corre por su estreno en largo, “Memorial”. Su arranque fue prometedor, invocando las esencias melódicas de The Smiths y todo continuó como la seda hasta que Echo Marshall empezó a notar fallos en su pedalera. Pese a los parones para arreglar la avería, el concierto no decayó gracias a la prestancia del trío estadounidense. De hecho, fue creciendo a cada paso.
Pero Marshall seguía sin tenerlas todas consigo. Conectó su guitarra a un amplificador y tiró para adelante con rabia. Al acabar, estampó el instrumento contra el suelo y liberó toda la frustración acumulada. Daba la sensación de que la noche se torcía, como ya había presagiado la ausencia a última hora por enfermedad de The Last Dinner Party, el nuevo hype británico. La lluvia comenzó a caer y amenazaba el devenir del festival…
PALCO VODAFONE. Hasta ese momento, no existía ningún mal augurio meteorológico ni de otro tipo. Todo lo contrario: la salida Kokoroko iluminó el panorama gracias a sus sonoridades africanas condimentadas con especias jazz, a su estilo pulcro adornado con metales, a una percusión exuberante y a sus coros efusivos.
El colectivo londinense logró rápidamente contagiar su espíritu optimista, ya que su música no estaba destinada únicamente a ser escuchada, sino también a ser celebrada en comunión. A priori, podría pensarse que a la propuesta de Kokoroko le iba a quedar grande el palco Vodafone, pero funcionó muy bien como apertura vespertina a pesar de que las nubes ya empezaban a cubrir el cielo courense.
Cuando llegó el turno de una de las bandas más solicitadas del Paredes de Coura 2023, el suelo ya estaba completamente empapado y la lluvia arreciaba. No importó, ni a black midi ni a su entregada audiencia. De hecho, su concierto adquirió mayor épica, pese a que su arranque desconcertó a más de uno y de una: como intro, los ingleses usaron el “Suavemente” de Elvis Crespo…
Una vez hecha la broma, black midi estaban dispuestos a justificar su fulgurante ascenso en el territorio post-rock que les había llevado de la carpa secundaria del festival en 2019 al escenario principal. Bueno, quien dice post-rock puede recurrir a otra definición distinta sobre el género que cultivan añadiendo prefijos variopintos como heavy, math, free, arty o avant. Cualquier etiqueta sirve, pero ellos mismos las detonaron activando la fisión nuclear que daba energía a una montaña rusa sónica en la que se pasaba de la tormenta a la calma y viceversa en menos de un segundo
Su ruidismo poliédrico, cuasi improvisado aunque perfectamente calculado y ejecutado con fiereza, no dejó títere con cabeza y a su vocalista, Geordie Greep, por poco le secó la garganta. Cuanta más agua caía, más brutos se ponían black midi, como Gremlins mojados. Sin embargo, en su despedida sonó “Wonderful Life” de Black… Aparte de implacables, son también unos cachondos.
La cosa se puso mucho más seria con la irrupción de Little Simz. La actual estrella del hip hop británico se bastó ella sola sobre las tablas para atraer todas las miradas y todos los oídos, armada con un rapeado poderoso y unos fraseos disparados a todo trapo. Al mismo tiempo, sus beats gordísimos y bajos martilleantes llegaban en forma de sacudidas que atravesaban el cuerpo como un cuchillo la mantequilla.
Una situación que no varió cuando, en la segunda mitad del show, se unieron a su aquelarre dos músicos de apoyo cuya influencia no se apreció demasiado ante el alarde de chulería y contundencia de Little Simz en ¿Paredes de Coura? No, aquello ya se había transformado en Glastonbury con la muchedumbre chapoteando sobre el barro.
Sábado 19 de agosto || Cumpleaños muy feliz
A pesar de las adversidades, el Paredes de Coura 2023 prosiguió con firmeza. Eso sí, cuando comenzó la mañana sabatina, bajo un manto húmedo y un silencio que permitía escuchar los bucólicos sonidos de la naturaleza de la playa do Taboão, un sentimiento de melancolía embargaba el alma ante la cercanía del desenlace del festival.
PALCO YORN. Hasta que, por la tarde, el sol salió por el este. En concreto, de Tailandia, de donde absorben vibraciones psicotrópicas Yīn Yīn para elaborar lo que el grupo de origen neerlandés llama thaichedelic rock. Su amalgama de electricidad y raíces tradicionales del sudeste asiático encapsulada en piezas instrumentales invitaba tanto a la dispersión mental como al bailoteo sin complejos animado por los alegres gestos de los miembros de la banda.
Se notaba que disfrutaban al observar cómo la carpa se rendía a sus lisérgicos y setenteros riffs guitarreros y a las ácidas notas del teclado que, en determinadas fases, los conectaban directamente con sus compatriotas Altın Gün. Yīn Yīn no es el típico nombre que suele incluirse en los carteles del Paredes de Coura, aunque con el cuarteto se abrió una vía que el festival luso puede explorar con mayor ahínco.
Los amantes del punk-rock anglosajón ya conocían previamente las andanzas de Les Savy Fav y de su estrafalario líder, Tim Harrington, una especie de Papá Noel con ganas de enseñar culo y barriga y de liarla pardísima. Ya en la segunda canción bajó al foso y comenzó a desatar la locura con el personal de seguridad de los nervios. Y no tardaría demasiado en repetir la jugada a medida que el griterío aumentaba y la cerveza volaba de lado a lado. Vamos, un despiporre.
Mientras tanto, la banda iba a lo suyo lanzando pepinazos a diestro y siniestro. Pero el espectáculo pertenecía totalmente a Harrington, ataviado con un disfraz de cuerpo despellejado que se fue quitando hasta quedarse medio en pelotas. No hubo nada ni nadie capaz de frenar a este torbellino barbudo.
PALCO VODAFONE. Que se llegara a ese punto de ebullición por la noche se debió a que horas antes se había producido un pequeño milagro: el cielo se había abierto y despejado con la aparición de Lee Fields, un veterano de guerra (73 tacos) del r&b, el funk y el soul de corte clásico y protector de la herencia de James Brown. De ahí que su big band lo introdujese con todos los honores que merecía un intérprete de la vieja escuela, un entertainer con voz impetuosa cuando afloraba su poderío y sutil cuando llamaba al amor.
No resultó tan arrebatador como el malogrado Charles Bradley siete años antes en el palco Vodafone, pero supo cómo ganarse al público y metérselo en el bolsillo. Especialmente en los tramos melosos (“Beautiful Ladies”, “Forever”), cantos a la unión y felicidad colectivas. Lee Fields abrió su corazón y esparció todo su sentimiento por la ladera.
A Sleaford Mods no les va decir palabras bonitas ni soltar besos a todo el mundo. Qué va. Lo que les gusta es dar puñetazos en la mandíbula de los personajes que pueblan el antiguo imperio británico, esos vasallos de su graciosa majestad Carlos III (y Camila) que se dedican a tocar los huevos al populacho.
La única diferencia con respecto a su concierto en Paredes de Coura en 2016 consistió en que Andrew Fearn no se quedaba pegado a su portátil birra en mano, sino que danzó como una peonza al compás del, como siempre, vacilón Jason Williamson. Su inicio con “UK Grim” marcó el tono de su actuación, una andanada de punk-post-punk manejado con pericia y mucha gracia, la que Williamson aplicaba a sus veloces rimas mientras realizaba sus acostumbrados gestos, movimientos y graznidos chanantes.
Quizá ya no resulte tan rompedor el modus operandi de este par de lads, orgullo obrero de Nottingham, pero sigue siendo impactante y magnético. Y, tal como entraron al escenario, se fueron: Jason tiró el micro al terminar su bombástica intervención y Andrew cogió el ordenador y lo guardó en su mochila. La gente corriente y currante es así, tenga delante a dos o a casi 20.000 personas.
En el extremo opuesto se movieron (es un decir…) Explosions In The Sky, expertos en acariciar los oídos sin abrir la boca, solo mediante su post-rock instrumental de estructura progresiva y ascendente. Sus riffs flamígeros daban calor y color a una atmósfera delicada por fuera pero sólida dentro.
El proceso de la banda texana era sencillo: prendía una llama en medio de un silencio sepulcral y la iba avivando hasta convertirla en una lengua de fuego que soltaba chispas sonoras entre viscerales y sensitivas. Probablemente, hubiera sido más adecuado que hubieran intercambiado el horario con Sleaford Mods, aunque Explosions In The Sky se valieron adecuadamente de la noche para ejecutar sus maniobras de evasión en la oscuridad.
A Wilco también les vino muy bien tocar bajo el cielo (por suerte) estrellado. Parece mentira, pero Jeff Tweedy, Nels Cline y compañía no eran la gran atracción de la velada… pero se ganaron a pulso esa condición. Hoy por hoy, son una de las mejores bandas indie-country-rock de Estados Unidos, si no la mejor. Tweedy dominó las guitarras eléctrica y acústica a su antojo, las cuales trató como un tesoro sagrado.
A punto de publicar nuevo álbum, “Cousin”, el carrete del anterior “Cruel Country” aún tenía recorrido suficiente para que luciera en Paredes de Coura. Por ejemplo, “I Am My Mother” o el tema titular, puro sonido Americana que se combinó con rock de 24 quilates, rico, lustroso, repleto de detalles e incluso experimental. Lógicamente, las canciones más vitoreadas fueron algunas de las joyas que pueblan la extensa discografía de los de Chicago y que han marcado su trayectoria: “I’m Trying To Break Your Heart”, una sublime “Jesus Etc.” o “Impossible Germany”, plasmada con unos desarrollos melódicos epatantes.
Parco en palabras, Jeff Tweedy se centró en canalizar el brillante despliegue de su banda, unas veces ensordecedora (“Misunderstood”) y, otras, sureña (“The Late Greats”). Wilco salvaron la posible encrucijada generacional (como Yo La Tengo tres días antes) a base de experiencia y una solvencia abrumadoras. Con “A Shot In The Arm” enseñaron su patita más pop y, de paso, pusieron el broche centelleante a un directo de esos que, gota a gota, se queda grabado en el cerebro.
A pesar de que la presencia de Lorde se consideraba, en parte, como un elemento extraño dentro de su cartel, no hubo duda de que fue una decisión acertada incluirla, al igual que colocarla como gran despedida del Paredes de Coura 2023 por mucho que a ella le llamase la atención salir a la palestra a la 1:00 de la madrugada. De ahí que le superase en cierta manera el enorme recibimiento que se le dispensó, como si no fuese consciente de que realmente es una pop star en toda regla.
Y su arranque así lo atestiguó: escondida tras el gran sol artificial que presidía el escenario y con una cámara delante, soltó de buenas a primeras “Royals” viéndose su cara solo a través de las pantallas gigantes y entre el delirio del respetable (sobre todo de sus fans en las filas delanteras), que se multiplicó cuando la enlazó con una inflada “Solar Power”.
La estrategia de Lorde se basó en vigorizar el cuerpo de sus canciones para agrandarlas en vivo. Y aquí surgió uno de los aspectos más debatibles: pese a que disponía de un batería y un teclista difuminados por el decorado, el abuso de las bases rítmicas y los coros pregrabados podía reducir el show a un simple karaoke (como ha ocurrido con Rosalía, Madonna, Katy Perry y otras artistas de relumbrón).
Esa polémica cuestión, con todo, no distorsionó la agitación que generaba cada pieza y cada mensaje de Lorde (quien, por cierto, se refirió varias veces a Porto, ciudad que se encuentra a más de cien kilómetros de distancia de Paredes de Coura…). Antes de entonar “Liability” y sentada al borde de las tablas, casi derramó unas lagrimillas recordando el último año tan complicado que ha vivido.
Cumplida esa parte sensiblera, Lorde cambió por un momento el sol por la luna en un tema inédito, “Silver Moon”, que recuperó la efervescencia dance-pop predominante que estalló en el apoteósico final con “Green Light”.
Ese fue el aperitivo ideal para que, sin que diese tiempo a pestañear, se proyectase por las pantallas una serie de imágenes que condensaban lo sucedido durante el Paredes de Coura 2023 y que se festejaron con música a todo volumen, confeti y globos tamaño XXL. Claro, además de anunciar que su edición de 2024 se realizará del 14 al 17 de agosto, no había que olvidar que estábamos celebrando un aniversario muy señalado. Felices 30 años. [FOTOS (excepto portada): Hugo Lima] [Más información en la web de Paredes de Coura]