¿Fue el Paredes de Coura 2019 el mejor Paredes de Coura de la historia? Nuestra crónica (al detalle) lo tiene bien claro: va a ser que sí.
Una persona, un instante, un recuerdo y una situación no vivida o aún por vivir pueden producir nostalgia. También un lugar, claro, recreado en la memoria con una distancia tanto física como mental que multiplica ese sentimiento melancólico. Pero si ese sitio es Paredes de Coura y, en concreto, el festival que se celebra a orillas del río que le da nombre, entonces no se debería usar la palabra nostalgia, sino saudade, un término de difícil definición incluso donde se originó, en Portugal, tierra por excelencia de la tristeza placentera o de la placidez triste. En este caso, el orden de los factores no altera el producto.
Saudade fue, precisamente, lo que sentimos en fantasticmag al rememorar durante los dos años en que faltamos a la cita los momentos vividos en las ediciones anteriores del festival Paredes de Coura; y lo que nos empujaba a pensar que, tarde o temprano, teníamos que regresar allí para hacer desparecer de una vez por todas esa profunda añoranza y volver a palpar las sensaciones que se generan en la villa del norte de Portugal durante cuatro días de agosto.
Ese impulso nos dirigió de nuevo a Paredes de Coura, adonde llegamos dispuestos a exprimentar de nuevo en primera persona cómo respira y late la playa fluvial de Taboão, transformada en un pequeño pueblo construido con tiendas de campaña y decorado con colchonetas y balsas cuyo tamaño supera el del centro de la villa que lo acoge.
Como un hormiguero en estado de ebullición, los habitantes de ese poblado temporal se movían sin parar de acá para allá siguiendo un desordenado orden aun cuando se observaba sobre el terreno cómo se acumulaba la muchedumbre atraída por la fuerza de un Paredes de Coura 2019 para el que se habían agotado todos los abonos y todas la entradas diarias disponibles. No era de extrañar, por tanto, que se escucharan diversos idiomas conviviendo en perfecta armonía, entre ellos el español, cada vez con mayor presencia dada la proximidad (a poco más de una hora de distancia en automóvil) de Paredes de Coura con la frontera con Galicia que cruza el río Miño.
Según la organización, el Paredes de Coura 2019 alcanzó la cifra de 26.000 asistentes por jornada, seducidos por un cartel que ya se considera el mejor de los más de 25 años de historia del festival. Tal afirmación se suele aplicar en la última década en cuanto termina cada una de sus ediciones, pero esta vez había varias razones para asegurarlo: desde la mencionada composición musical hasta la forma en que esta se materializó en sus dos escenarios -divididos en tres espacios: Vodafone, Vodafone.FM y After Hours-, pasando por la constante reacción del variado público que llenó el auditorio natural del Taboão, cuya fogosidad y respetuosa admiración por los artistas que tuvo ante sí son difíciles de encontrar en otro evento de similares características.
MIÉRCOLES 14 DE AGOSTO: Un buen día (y una mejor noche)
Uno de los alicientes del Paredes de Coura es la oferta que se despliega en los márgenes del río Coura, un vergel en el que, en esta ocasión, se combinaron desde la mañana actividades como yoga, debates, literatura y, por supuesto, música, en el apartado denominado Jazz na Relva.
Sin embargo, durante la hora de sobremesa, en la relva (hierba) se escuchó, más que jazz, el new wave y el post-punk de una de nuestras bandas portuguesas favoritas: Plastic People.
Casi a ras de suelo, el grupo de Alcobaça aprovechó el buen ambiente reinante (por eso algunos miembros de Parcels se acercaron como espectadores asaltados por varios fans…) para abrir el tarro de las esencias de su excelente ópera prima, «Visions» (autoeditado, 2018), cuyo repertorio tan sólido como excitante defendieron con empaque y energía. Sinceramente, Plastic People merecían haber tocado, como mínimo, en el recinto encima del escenario secundario y en un horario más apropiado.
PALCO VODAFONE. Allí mismo, en el recinto, se apreciaba rápidamente que el día inaugural del Paredes de Coura 2019 no iba a ser como los de los años anteriores: un simple aperitivo de lo que vendría más adelante.
Bastaba con ver el aspecto de la ladera, que empezó a cubrirse minutos después de que se abrieran las puertas y a la que poco faltaba para llenarse cuando los locales Bed Legs se subieron al palco Vodafone y lo regaron con los chorros eléctricos y los riffs incendiarios de su poderoso rock de aroma clásico y raíces negras.
Disipados los efectos de las descargas guitarreras de la banda de Braga, los cuerpos de los presentes adoptaron una postura más relajada, tendidos o sentados, para absorber el folk-rock reposado de Julia Jacklin. Sus sedosos rasgueos y su lánguida modulación vocal tejieron una ensoñadora atmósfera que acompañaba cadenciosamente la puesta de sol, aunque esa parsimonia se alteraba en ciertas fases, cuando la australiana tensaba el nervio o colaba alguna ágil melodía pop con pátina sesentera. A pesar de ese balanceo sonoro, en ningún momento desapareció el hechizo con el que Jacklin logró tener a la audiencia embelesada.
Entrada la noche, se iba a dejar atrás la calma chicha para iniciar una agitada travesía que tendría a Boogarins como primeros protagonistas. Parece mentira, pero uno de los grupos brasileños con más seguidores en Portugal nunca había participado en el Paredes de Coura, con lo que su actuación fue una especie de cuenta pendiente que Dinho Almeida y amigos saldaron apoyados en su reciente trabajo, “Sombrou Dúvida” (LAB 344, 2019).
Dicho disco se inclina más hacia el pop que el rock psicodélico, circunstancia que se trasladó sobre las tablas. Al menos en el arranque de su set, en el que predominaron los sintetizadores cósmicos y los desarrollos instrumentales envolventes tan característicos de la psicodelia contemporánea. De hecho, más que brasileña, la lisergia practicada por Boogarins tenía un aspecto más austral, lo que provocaba que se mostraran más inmediatos que antaño. Eso sí, Boogarins no se olvidaron de introducir fulgurantes cambios de ritmo -al más puro estilo de su compatriota Neymar-, que catapultaban las progresiones psicotrópicas de la sección más efervescente de un directo cuyo desenlace más disperso no ensombreció su proteínico despliegue.
El efecto arrastre del cartel del Paredes de Coura 2019 facilitó que se viviese el miércoles con más asistentes de la historia del festival. Se notaba en todos los rincones de la ladera, que a veces rozaba la saturación. Y se apreció en la algarabía del auditorio, lo que benefició a la salida de Parcels. Ante tal favorable panorama, los australianos aprovecharon la ocasión y recurrieron a su mejor arma: el funk añejo a la vez que modernizado y diseñado única y exclusivamente para bailar.
Eso fue lo que hizo el gentío, excitado por los falsetes impecablemente empastados a lo Bee Gees, el pulso rítmico del Jamiroquai más dinámico, un sonido engordado con respecto al que se escucha en su estreno en largo, “Parcels” (Kitsuné / Because Music, 2018), y unos interludios en los que Parcels exhibían su cara más electrónica y coreografiada. Sus hits “Overnight”, “Lightenup” y “Tieduprightnow” cayeron como bombazos que se convirtieron en himnos oficiosos del Paredes de Coura 2019 por ser la banda sonora de una velada memorable. La banda disfrutó. El público disfrutó. Todo el mundo disfrutó. Parcels no habían imaginado verse en una situación igual y ante una audiencia de tal tamaño. Alucinaron con la estampa, claro.
Sorprendentemente, a la gran atracción de la jornada, The National, se les presentaba la complicada misión de, al menos, alcanzar la altura del listón colocado por Parcels. Hay que reconocer que “I Am Easy To Find” (4AD, 2019), editado hace unos meses, no es precisamente su álbum más brillante, lo que generaba alguna duda acerca de cómo realizarían su presentación en Portugal. Sobre todo teniendo en cuenta su aire de experimento, con varias voces femeninas acompañando a Matt Berninger. Ese papel recaería en el valle courense en Mina Tindle, adecuado refuerzo que no restó fulgor a un Berninger que no se guardó su labia ni su carisma para manejar su acostumbrada combinación de sentimiento a flor de piel y grandilocuencia emocional, fórmula que empezó a exponer con “You Had Your Soul With You”, “Don’t Swallow The Cap” y “Bloodbuzz Ohio”.
Con los hermanos Dessner construyendo tramas eléctricas tan penetrantes como delicadas, The National no pudieron evitar que los que los rescates de “I Am Easy To Find” quedaran eclipsados por un buen puñado de sus incontestables clásicos. La respuesta del público no engañaba: deseaba gozar con la épica de una incandescente “Sea Of Love” o “Graceless” (con la que Berninger se abrazó a las filas delanteras) y rozar el llanto con “I Need My Girl” o “Fake Empire”.
Algunos seguro que recordaban cuando The National habían aparecido en el Paredes de Coura 2005 y trazaban la diferencia entre aquel concierto y el de catorce años después, con la banda absolutamente consolidada como referencia del indie-rock norteamericano, mientras de fondo sonaba la explosiva “Mr. November”, que obligó a Berninger a forzar sus cuerdas vocales. Difuminada la bola de ruido, la conocida -pero no por ello menos emotiva- despedida del grupo, situado al frente del escenario en un acto de comunión, con una sentida lectura acústica de “Vanderlyle Crybaby Geeks” fue el colofón a un directo al que le había faltado una pizca de más… ¿Entusiasmo? ¿Chispa?
AFTER HOURS. Definitivamente, quizá. Daba la sensación de que a The National les habían faltado esos ingredientes que hubieran redondeado su show y que a KOKOKO! les salieron a borbotones en su empeño por mezclar instrumentos y sonidos tradicionales de su República Democrática del Congo natal con teclados y samples hasta alumbrar lo que se denominaría post-punk africanista. Encadenando ritmos repetitivos en secuencias casi infinitas, KOKOKO! llevaron a cabo un ritual tribal presidido por la danza ancestral y los gritos chamánicos insertados en kokokofonías frenéticas que retumbaban en toda la carpa, llena a rebosar y convenientemente estimulada para recibir después al hijo pródigo del Paredes de Coura: Nuno Lopes, que entregó a los platos su habitual ración de techno para quemar zapatilla hasta el amanecer.
JUEVES 15 DE AGOSTO: Triángulo de amor, música y naturaleza
Esos los tres componentes fundamentales del Couraíso, el hábitat natural de la música, que se alimenta del amor y del espíritu de concordia que lo convierten en el edén de cualquier auténtico festivalero. Un mundo ideal alejado de los grises rigores de la realidad que se extiende también a los alrededores de la villa…
CENTRO DE EDUCAÇÃO E INTERPRETAÇÃO AMBIENTAL (CEIA). El emplazamiento elegido para efectuar la segunda Vodafone Music Session (la primera había estado protagonizada en la víspera por Boogarins) se relacionaba directamente con el propósito sostenible, ecológico y de protección del medio ambiente del Paredes de Coura 2019, un festival con sello verde.
Este nuevo concierto especial contaría con Avi Buffalo, presentado con la banda al completo. Bajo la confortable sombra de la arboleda del lugar, Avi Zahner-Isenberg regaló en un remanso de paz un postre de pop cristalino que tuvo en “What’s In It For?” la guinda más dulce, a la que añadió un inesperado tema inédito con cuerpo transparente y estribillo y segmento final enérgicos que pronto saldrá en plataformas de streaming.
PALCO VODAFONE.FM. La tranquilidad que se respiró en la parroquia de Vascões saltó en buena medida a la playa de Taboão con el esquemático arranque (guitarra eléctrica más teclado) de Stella Donnelly, última revelación del folk-rock femenino cantautoril anglosajón que se metió con facilidad al público en el bolsillo gracias a sus monólogos, en los que tanto recordaba a su exjefe (al que le dedicó una peineta antes de interpretar “U Owe Me”) como a su madre (antes de “Mosquito”).
Aunque también lo conquistó a base de canciones, ya fuese en modo minimalista (“Beware Of The Dogs”, “Mechanical Bull”) o rodeada por su grupo (“Old Man”, “Watching Telly”). Donnelly estaba impactada por la calurosa acogida recibida en Portugal; y por el hecho de que la audiencia no prefiriera irse a ver a Khruangbin al escenario principal… No en vano, era su debut en el país vecino, así que se había ganado que buena parte de la atención durante la tarde se centrase en su simpatía y en su rico repertorio.
Esa atención se multiplicaría exponencialmente con la salida de boy pablo, aupado como ídolo por una audiencia que se sabía sus letras al dedillo y celebraba cada tema entre arrebatados gritos. Es lo que ocurre cuando te vuelves viral por obra y gracia del algoritmo de YouTube, situación que permitió que el joven noruego de origen chileno creciera en notoriedad desde 2017. Un ejemplo paroxista de ello fue el revuelo que causó “Feeling Lonely” en forma de estallido de euforia desmedida que encendió la mecha de la locura fan en el palco Vodafone.FM.
Para comprender en toda su dimensión el fenómeno boy pablo, solo había que comprobar la edad media de los espectadores que poblaban la carpa, veinteañeros como Nicolás Pablo Muñoz. Por lo tanto, la conexión entre uno y otros era automática, con más razón cuando el indie-pop más efervescente lo cubría todo. Quedó demostrado que los postmillennial no se fijan únicamente en el hip hop, el trap y otros nuevos estilos urbanos, sino también en el pop que, en el fondo, no se aleja de sus cánones seculares: ritmos saltarines, melodías pegadizas y estribillos infalibles. Luego hay que actualizarlos y ejecutarlos con los alegres y desacomplejados modos de boy pablo en Paredes de Coura y el éxito entre la chavalada está garantizado.
PALCO VODAFONE. Un par de horas antes, pocos presagiaban el vendaval de boy pablo mientras paladeaban el chill-funk psicodélico de tintes exóticos de Khruangbin. El trío trasladó pieza por pieza el peculiar puente que ha construido entre Houston y Tailandia a lo largo de su discografía mediante (semi)instrumentales activados a bajas revoluciones. Quizá demasiado bajas para que Khruangbin no se quedasen pequeños en el palco grande, aunque les ayudaron la temprana hora de su actuación y la calidez estival reinante.
Ese era el ambiente oportuno para asimilar los efectos narcóticos de acción lenta de su sonido, que se acompasaba son los sinuosos movimientos de la bajista Laura Lee, faro guía del grupo en todos los sentidos. En el tramo final, Khruangbin aplicaron mayor brío a su set, dando a entender que no solo se dedican a repartir píldoras somníferas que conducen al máximo relax.
Se suponía que Alvvays iban a lucirse apoyados en su resplandeciente indie-pop. Pero la ¿resacosa? actitud de su frontwoman, Molly Rankin, no reflejaba precisamente esa pretensión. Y eso que los canadienses enseñaron material suficiente para levantar a un muerto, como “In Undertow” o “Archie, Marry Me”. Sin embargo, algo fallaba, el suflé no acababa se subir… De Alvvays se esperaba mucho más, no solo que pasaran el trámite apretando el piloto automático. Probablemente, el problema fue que las expectativas depositadas en ellos eran muy altas y no se cumplieron ni al 50%.
Todo lo contrario sucedió con Car Seat Headrest, que regresaban a Paredes de Coura sólo dos años después de su anterior visita. Si en aquella ocasión Will Toledo había dejado una débil impronta, en 2019 sí que la marcó profundamente al exhibir desde el minuto uno el lado más impetuoso y fibroso de su indie-rock. La estrategia de Toledo consistió en fortalecer sus composiciones y adaptarlas a un contexto que requería empuje y celeridad, cualidades de las que anduvo sobrado hasta el punto de generar varios pogos en el foso que levantaban una tremenda polvareda. Esa imagen definía muy bien qué provocaba la onda expansiva de un directo culminado por una bombástica “Beach Life-In-Death”. Si hubieran distribuido unos formularios para pedir la vuelta de Car Seat Headrest al festival en 2021, se habrían acumulado las solicitudes…
En vez de esas peticiones, algunos habrían exigido la hoja de reclamaciones si hubiese sido posible tras finalizar el concierto de New Order. Su motivo era haber tenido delante a unos sucedáneos o, directamente, a una banda tributo de los de Manchester. A esos mismos indignados habría que decirles que comparasen lo que habían oído con los bochornosos espectáculos de Peter Hook, atracos a mano armada de la discografía de Joy Division y New Order. Para tener razón en este debate no basta con vestir camiseta de Inditex y presumir de tatuaje de la portada de “Unknown Pleasures”. De acuerdo, Bernard Sumner ya tiene una edad y su voz no está para muchos trotes (el sábado siguiente, Patti Smith y Brett Anderson lo dejarían en calzoncillos, pero esa es otra historia…), aunque no se le demandaba que se disfrazara de tenor, sino que ejerciera de líder de New Order y honroso defensor del legado de Joy Division.
Y lo logró, dosificando su impepinable colección de grandes éxitos. Hubo de todo y para todos: de Joy Division, “She’s Lost Control” y “Transmission”; y de New Order, “Bizarre Love Triangle”, “True Faith” o “Temptation”, a las que se sumaron algunos temas más recientes como “Tutti Frutti” o “Plastic”, que no desentonaron en el conjunto. Un despiporre, vamos. El tecnopop de los mancunianos fue más tecno que nunca, reciclado en pop ultrabailable. De esa forma llegó el primero de los momentos previsibles a la par que deseados: “Blue Monday”, en catártica versión. El segundo se produjo en el bis, dedicado a la memoria de Ian Curtis vía “Atmosphere” y, claro, “Love Will Tear Us Apart”, de la que había que eliminar los cánticos hooliganeros circundantes para que su inmarchitable emotividad no se difuminara. Con lo cual, repetimos: las quejas de los escrupulosos sobre las prestaciones de los actuales New Order, preséntenlas en otra ventanilla.
Con Capitão Fausto no hubo esa clase de discrepancias. Al menos entre sus adeptos portugueses, que se rindieron a los pies de una de las bandas lusas alternativas más seguidas, si no la que más. De ahí que los lisboetas fueran los encargados de cerrar el palco Vodafone con el anfiteatro natural abarrotado y dispuesto a elevar al cielo al grupo comandado por Tomás Wallenstein. Y Capitão Fausto lo tocaron con los dedos, espoleados por cada canción coreada en modo karaoke colectivo. Fue su gran noche y, posiblemente, el concierto más grande su carrera.
AFTER HOURS. Como su nombre indica, Acid Arab fueron implacables a la hora de soltar sus golpes de techno arábigo y de electrorientalismo salpicado de gotas acid-house, un cóctel molotov con el que el dúo francés incendió la carpa dance. La fiesta continuó con Krystal Klear, quien apartó por un momento el nu-disco para darle sin compasión a la máquina del bombo, el platillo y el grave percutor.
VIERNES 16 DE AGOSTO: De viaje por el espacio y el tiempo
El tercer día se redujeron las aglomeraciones en el recinto del Paredes de Coura 2019. No tanto porque la parte correspondiente del cartel no resultase apetecible, sino porque la marea de gente se dispersó y fluyó de un lado a otro entre los dos escenarios. Igualmente, el menú musical de la jornada se balanceó entre lo espiritual y lo terrenal, lo etéreo y lo concreto, lo real y lo imaginado, la calma y la tormenta…
SANTUÁRIO DA NOSSA SENHORA DO LIVRAMENTO. Una noche de agosto de 2011, una panda de mozalbetes de Lisboa apareció en la verbena de Nossa Senhora do Livramento, en la parroquia de Formariz, durante un descanso de la grabación de su primer disco en un estudio cercano. La juerga se calentó y aquellos chicos acabarían liándola parda. Se trataban de Capitão Fausto, que se inspirarían en la hazaña para componer “Célebre Batalha de Formariz”. Por eso su Vodafone Music Session en el mismo lugar ocho años más tarde estuvo cargada de recuerdos y simbolismo, empezando por los chupitos que se tomaron antes de su actuación. Todavía notaban las secuelas de su triunfo la noche anterior, lo que no les impidió animar una sesión distendida, mitad festivalera mitad familiar.
PALCO VODAFONE.FM. La idílica postal cambiaría radicalmente de vuelta a la playa de Taboão de la mano del único grupo patrio incluido en el Paredes de Coura 2019: Derby Motoreta’s Burrito Kachimba.
El público español respondió a su llamada subiendo la temperatura del escenario secundario a la espera de que la kinkidelia lo llevara montado en un Seat 131 al particular universo psicodélico de los sevillanos, incrustado en una película de cine quinqui sobre cuya banda sonora planean Triana, King Gizzard & The Lizard Wizard y Led Zeppelin. Pero la personalidad de Derby Motoreta’s Burrito Kachimba es tan singular y arrolladora que pronto las comparaciones dejarían paso a sus apabullantes temas atravesados por los sintetizadores psicotrópicos de un intimidante Von Máscara y cantados a pleno pulmón por Dandy Piranha.
La granítica sección rítmica hizo el resto e introdujo al personal en el volcán sónico que es su primer disco, “Derby Motoreta’s Burrito Kachimba” (El Segell del Primavera / Universal, 2019), del que brotaron como bolas de lava “The New Gizz”, “Aliento de Dragón” o “El Salto del Gitano”, que cerró el trip kinkidélico de la única manera imaginable: con un circle pit, pogos y brincos desatados. No había duda: Derby Motoreta’s Burrito Kachimba habían reventado en plena tarde el viernes del festival. Ya nadie sería capaz (ni tendría el valor) de superar la proeza del grupo sevillano.
Al lado de Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, Balthazar parecieron unos mojigatos. Sí, muy bien, los belgas poseen buen porte y rezuman elegancia, pero su rock alternativo blando, insípido y accesible no aportó nada nuevo ni sorprendente. De hecho, en Paredes de Coura cumplieron a rajatabla con todos los requisitos que necesita toda banda que quiere encajar en cualquier festival -a veces como simple relleno- por su sonido limpio y amable, pero de tan fácil digestión que se olvida al cabo de unos minutos.
En el extremo opuesto emergieron los enigmáticos black midi, que volvieron a poner en riesgo la estabilidad del palco Vodafone.FM. Su propuesta fue complicada de etiquetar, porque este cuarteto londinense iconoclasta se empeñó en crear con sus flamígeros riffs guitarreros un mejunje que, cuando se escoraba hacia el free-punk, inmediatamente se transformaba en noise desbocado o trash-hardcore espídico. Entre esas coordenadas se mueve su LP de estreno, “Schlagenheim” (Rough Trade, 2019), aunque sobre las tablas las distorsionaban empujados por su carácter experimental, al colocar dinamita en los cimientos del punk y el math rock para derribarlos a base de trallazos eléctricos guiados por la garganta llevada al límite de Geordie Greep. Ese aparente caos se ordenaba con sus sacudidas, que se clavaban en el cerebro como flechas envenenadas en una demostración de verdadera vanguardia rockera.
La montaña rusa sensorial que fue la tercera jornada del Paredes de Coura 2019 llevó a los asistentes cuesta abajo a toda velocidad con Connan Mockasin. Conocida la psicodelia lo-fi, lúbrica y sosegada del neozelandés, sobre todo la que contiene su última referencia, “Jassbusters” (Mexican Summer, 2018), se estableció un paralelismo con el concierto que Cigarettes After Sex habían concedido en idéntico espacio tres años antes.
En aquella edición, los texanos consiguieron -al contrario de lo que se creía a priori- evitar el tedio amparados por una audiencia absolutamente cautivada, a pesar de que el momento no era, en teoría, el idóneo. Mockasin no lo logró, por mucho que sus fans se derritieran con sus gestos faciales y su lengua juguetona. En realidad, se veía venir por la languidez del citado “Jassbusters”: una cosa en escucharlo en la intimidad y otra muy distinta intentar no desconectar de sus parsimoniosos y extensos desarrollos instrumentales en directo pasadas las diez de la noche…
PALCO VODAFONE. Una sensación similar había aflorado en el comienzo del turno vespertino, cuando los lusos First Breath After Coma y el angelino Jonathan Wilson invitaron a prolongar la siesta sobre la hierba de la ladera.
Menos mal que Deerhunter pincharían la burbuja somnolienta y prepararían la rampa de despegue apelando en el inicio a su pasado, a su época shoegazer, con las lejanas “Cover Me (Slowly)” y “Agoraphobia”. Dada su vasta y completa discografía, Bradford Cox y compañía podían tirar por donde les diera la gana y hasta obviar su trabajo editado a principios de año, “Why Hasn’t Everything Already Disappeared?” (4AD, 2019).
Con todo, la siguiente tríada, “Death In Midsummer”–«No One’s Sleeping”–“What Happens To People?”, trajo al presente a la banda, propulsada por el potente sonido del escenario, que permitió a su paleta indie-pop pasar a componerse de un indie-rock tan melodioso como vitaminado. Del mismo modo, Cox manejaba sus canciones con firmeza y la flexibilidad necesaria para adentrarse en ensoñadoras nebulosas, como la que se formó alrededor de la flotante “Helicopter”, que cubrió de polvo cósmico y neopsicodélico uno de los conciertos deluxe del viernes.
El otro sería el de Spiritualized. Aunque, más que como concierto, habría que calificarlo de ceremonia litúrgica, con Jason Pierce erigido en predicador sentado y acompañado de un trío de coristas góspel que iluminaban el solemne acto. Al igual que Deerhunter, en el comienzo Spiritualized realizaron un largo viaje atrás en el tiempo y, de buenas a primeras, entregaron la mesiánica “Come Together”. Eso es lo que buscaban, que todos y todas las presentes se uniesen a sus salmos en forma de slow rock curativo, cuyo grueso se basó en “And Nothing Hurt” (Fat Possum, 2018). De ahí que, antes de desgranar buen parte de su contenido, decidiera cerrar la revisión de su catálogo pretérito con “Shine A Light”, “Soul On Fire” y una estruendosa “She Kissed Me (It Felt Like A Hit)”.
Se echó de menos que Pierce desempolvara algún clásico más antes de que utilizase “A Perfect Miracle” para iniciar el repaso a su última obra aplicando al dedillo su anestésico libro de estilo, con el que sumió a los testigos de su particular homilía en un maremágnum de fases intimistas y explosiones sónicas que iban creciendo en intensidad hasta que apagaban como estrellas supernova. Ese vaivén de rock espacial agitado e introspectivo -un reflejo de la tumultuosa vida personal y profesional de Pierce– funcionó como una centrifugadora mística que sólo se detuvo con la lectura narcótico-épica del himno “Oh Happy Day”, el desenlace más lógico a una especie de misa eléctrica que recompuso cuerpo y alma. Alabado seas, Jason Pierce.
De su ritual psico-espiritual se pasó al episodio carnal de Father John Misty. Josh Tillman sigue levantando pasiones allá donde va, pero ya no viste el traje de aquel anticrooner que se divertía parodiando los clichés del galán seductor con micrófono en mano. Así fue cómo había destacado en el mismo escenario en 2015.
En cambio, el Father John Misty que se vio esta vez fue diferente, mucho más sobrio, como si el soft-pop de “God’s Favorite Customer” (Sub Pop, 2018) le exigiese mostrarse como un hombre comedido, preocupado por purgar sus excesos y despojado de la teatralidad de la época de “I Love You, Honeybear” (Bella Union, 2015). Para compensar esa rebaja de ardor que caracterizaba al Tillman más provocativo, él y su banda armaron un sonido prístino y enriquecido con metales, de irreprochable exquisitez. Sin embargo, al final quedó el agridulce regusto de que resultaba más atractiva aquella versión de Father John Misty más descarada.
AFTER HOURS. También hubiera sido más interesante entrar en la madrugada con unas marchas más que la que Peaking Lights metieron en su set, preñado de un electropop cadencioso que debía seguirse con el freno de mano echado y no con el brío que ya pedía el momento.
SÁBADO 17 DE AGOSTO: El pueblo es quien más ordena
Y quien tiene el poder. El día de clausura del Paredes de Coura 2019, la gente se propuso que, la que en apariencia era la jornada más ecléctica y descompensada del festival, se convirtiera en toda una fiesta que invadió la ladera de arriba abajo y de izquierda a derecha. Ni los negros nubarrones pudieron descargar la temida lluvia que amenazaba con estropear un sábado en el que tres mujeres y un hombre iban a ser sus estrellas.
PALCO VODAFONE.FM. Gracias a la gente, a la menuda y pizpireta Alice Phoebe Lou no le afectaron los problemas de sonido que impedían apreciar su voz y su guitarra en el arranque de su intervención. Esos fueron los elementos primordiales de su fórmula, unas veces extremadamente frágil y, otras, rebosante de vitalidad. Ella misma confesó que sentía algunas molestias en su garganta que mermaban su capacidad vocal, pero también superó ese obstáculo y logró que su folk-rock fluyera tanto con suavidad como con vehemencia.
PALCO VODAFONE. Gracias a la gente, la hierática Mitski convenció con un planteamiento que descolocó (e incluso desconcertó) a un público que esperaba un directo al uso. Ahí residió su gran mérito: pillar a contrapié a todo el mundo desde la introductoria “Cucurrucucú Paloma”. Con una mesa y una silla acaparando el centro del escenario, Mitski rompió el rutinario molde que la debería haber colocado ante el micro guitarra en ristre y ejecutó una serie de ejercicios perfectamente coordinados con sus canciones, ya fuese de pie, sentada o tumbada sobre el tablón mientras su cara se mantenía seria, muy seria.
Esa rigidez contrastaba con su sugerente performance, que abarcaba desde sutiles gestos hasta posturas provocadoras. Lo más fácil hubiera sido atacar de un tirón sin ninguna parafernalia lo más granado de su discografía, no solo de “Be The Cowboy” (Dead Oceans, 2018), pero el propósito de su espectáculo era redimensionar su discurso mediante la dramatización de un repertorio extenso, sin que este perdiera su gancho sonoro. Mistki exprimió todas las posibilidades del minimalismo escenográfico y demostró que un concierto de indie-rock adquiere otro significado si se efectúa desde una perspectiva original.
Gracias a la gente, la irrupción de Patti Smith alcanzó la categoría de legendaria, traspasando los límites de reclamo estelar del Paredes de Coura 2019. La poetisa más rebelde del punk justificó con creces su condición mítica. En plena forma física y vocal, Patti Smith amalgamó con su banda un conjunto de piezas propias y ajenas que sirvió de lección de historia de la música popular abierta de manera rotunda con “People Have The Power”, toda una declaración de intenciones dirigida directamente a una audiencia que elevaba los puños en su estribillo.
Las covers intercaladas con sus composiciones definieron la esencia de su show, una traslación al siglo 21 del espíritu de Woodstock, justo cuando se cumplía su 50 aniversario. Al mismo tiempo, esa maniobra expresaba el respeto que se debe tener hoy en día al rock clásico, siempre dado por muerto. Patti Smith llevó al valle courense a Jimi Hendrix (“Are You Experienced?”), Midnight Oil (“Beds Are Burning”), The Rolling Stones (“I’m Free”, con medley de “Walk On The Wild Side” de Lou Reed incluido) y Neil Young (“After The Gold Rush”), del que recuperó la denuncia ecologista que completó sus arengas a la unidad, la libertad, la paz y el amor.
Así emergió en todo su esplendor la figura de Patti Smith como catalizadora del anhelo de un mundo mejor. Sí, suena a quimera en la convulsa época que vivimos, pero mientras ella estuvo sobre el palco Vodafone no resultaba imposible creerlo a juzgar por la emoción que se palpaba en la ladera y sobre el escenario: cuando el respetable no paró de gritar su nombre repetidamente, Patti Smith no fue capaz de contener alguna que otra lágrima furtiva que quería escaparse de sus ojos.
Todo estaba preparado para el éxtasis final, que puso a los presentes a cantar al alimón “Because The Night” y otra de esas versiones que Patti Smith ha hecho suyas: “Gloria”, sinónimo de un concierto que pasó a los anales del Paredes de Coura por la relevancia de su protagonista, los mensajes, las sensaciones, la unión intergeneracional y la réplica de las 26.000 almas allí congregadas. La noche les perteneció.
[En el siguiente turno, Freddie Gibbs & Madlib derrocharon flow, scratches y eficaces bases. Aunque, en comparación con lo visto anteriormente, se redujo a una anécdota amenizada por los tocamientos de paquete del despendolado (y mazado) Gibbs y sus continuos “fuck police” jaleados por la muchachada. Eso sí, se constató la creciente querencia del Paredes de Coura por el hip hop y derivados, posteriormente ratificada por Flohio en la carpa After Hours]Gracias a la gente, el pop británico de los 90 (no lo reduzcamos a la etiqueta brit-pop…) al que dieron lustre Suede volvió a sonar con la frescura de hace más de dos décadas. A ello contribuyó decisivamente un hipermotivado Brett Anderson, un animal escénico que disimuló sus 51 años con una entrega total desde el segundo inicial. Tal fue su sacrificio, que el escenario principal se le quedaba escaso y tenía que bajar al foso o, directamente, saltar la valla y perderse en medio del gentío para continuar su impresionante actuación.
De hecho, no tardó mucho en empapar su camisa en sudor (algo que un servidor certificó con la palma de la mano en una de sus incursiones entre el público), señal de que había aterrizado en Portugal dispuesto a dejarse la piel en la cadena de contundentes hits que despachó el grupo: “We Are The Pigs”, “So Young”, “Metal Mickey”, “The Drowners”, “Can’t Get Enough”, “Trash”… Es decir, que “The Blue Hour” (Warner, 2018) fue una mera excusa para explicar la presencia de Suede en el festival. Tenía más sentido, si cabe, conmemorar los 25 años de “Dog Man Star” (Nude, 1994)…
Por dejarse, Anderson prácticamente se dejó la voz, que se quebró durante una deliciosa interpretación acústica de “The Drowners” antes de alcanzar la cumbre con “Beautiful Ones”, cuyos ‘lalalas’ se prolongaron al comienzo del deseado y obligatorio bis. En él, Brett guió otra vez a la audiencia al éxtasis con el acústico de “She’s In Fashion” y una conclusión que, a pesar del tiempo transcurrido, sigue vigente: “New Generation”, canción emblema de la transición entre viejas y nuevas generaciones que cuajó durante la noche en el auditorio de la playa de Taboão.
El Paredes de Coura 2019 plasmó a lo largo de sus cuatro días de duración ese cruce entre pasado y presente que marca el futuro del festival. En 2020, del 19 al 22 de agosto, volverá a ser el Couraíso en el que confluyan la música más representativa de ayer con la más candente de hoy y se junten los jóvenes que disfruten por primera vez de la experiencia con los veteranos que, verano tras verano, no pueden prescindir de un acontecimiento que forma parte indisoluble de sus vidas. Y si, por alguna razón, se lo pierden, saben que les invadirá la nostalgia. Mejor dicho, la inevitable saudade… [Fotos: Iria Muiños] [Más imágenes en esta carpeta y en esta otra de nuestro Photobucket] [Más información en la web del Paredes de Coura 2019]