Pregunta a cualquiera que asistiera a la primera edición de Paraíso, y todos te dirán lo mismo: fue como vivir en la paradisíaca comuna de Osho (y Sheela).
Durante mucho tiempo, mientras todo hijo de vecino montaba un festival en este país y no quedaba pueblo español sin su actuación de Grupo Random, Madrid miraba hacia otro lado. La capital parecía quedar saciada con sus decenas de conciertos por día, sin ningún ánimo de concentrarlos en fines de semana. Antes, todo esto era campo. ¿Qué digo campo? Un erial. Madrid estaba helado. Pero ya no ocurrirá nunca más. Florecen de nuevo festivales indies, menos indies, más cuñados; festivales con performances, festivales para figurar en la foto… Y festivales para amantes de la electrónica, como es el caso del Paraíso.
Espera, espera, si este era un festival para amantes de la electrónica, ¿qué hacía yo en él? Yo, que domingo tras domingo escucho a los Kings of Convenience. Yo, que miro por la ventana cuando llueve y me pongo discos de Fran Nixon creyendo que todas las canciones hablan de mí. ¿Qué historia podría encontrar en un festival de electrónica para hacerla mía?
Pues la cita en sí misma. Qué tontería. Te la voy a contar.
VIERNES 8 DE JUNIO. «Boda lluviosa, novia dichosa«, dicen. Pero nadie quiere que llueva en su boda ni, por supuesto, en la primera edición de su festival. «Entrar en el Paraíso debe llevar su tiempo«, me repetía por dentro en las horas de cola que tuvimos que hacer hasta que los bomberos nos permitieron el paso. La espera valió la pena, porque era necesario para estar contigo, amor.
Esto fue lo que le dije, también mentalmente, a Kelly Lee Owens, la encargada de dar la bienvenida al festival y el adiós al sol. Protegida por sus teclados y batería electrónica, solo salió de su zona de confort para acercarse a primera línea y gritarnos que aquí estábamos para puto-bailar. Mitad Nacho Cano entre teclados, mitad chamana aporreando el pad para que no lloviese nunca más, me resulta difícil pensar en un calentamiento mejor. El set que ofreció fue magnético, jugando con las pulsaciones de un público que venía muy tranquilo de casa y abandonaba el escenario Paraíso enchufadísimo mientras repetía mentalmente «evolution, evolution, evolution«… Intenté hacer un chiste con Chucho, pero creo que nadie lo pilló. Aquello me dio una pista acerca de dónde estaba… «Abandona el pop, amiga, y date a la electrónica«, volví a hablar conmigo misma. Se ve que no sabía la que se me venía encima.
Danny L Harle arrancaba minutos después en el Escenario Club. Sí, el de la bola de discoteca que habéis visto en quince stories, ¿no la ves? Mientras terminaban de montar el escenario, mucho reencuentro en la pista, muchos hola-qué-tal-pero-cómo-tú-por-aquí. Y, cuando por fin arranca a pinchar, mucho más cerca del público de lo que esperaba, se desata la locura, véase, decenas de millennials bailando PC Music. Pero, ¿por qué conocen todas las canciones? Yo bailaba y bailaba, es lo mejor (¿lo único?) que se puede hacer en estas ocasiones. Y, para cuando sonó «Échame la Culpa«, la sesión del londinense, las sonrisas de mis amigos y mis pasos de baile frenéticos ya eran uno.
Ni cinco minutos esperé en el set de Apparat para saber que tenía un reencuentro mucho más especial: el de los austríacos HVOB. Recuerdo cómo su álbum homónimo me reventó la cabeza en su día. Y lo bonito de aquel concierto en el Primavera Sound. Este, sin embargo, me dejó un poco más fría, quizá por una voz de Anna que apenas llegaba a mi sitio o porque, con tanto humo, casi ni les adivinaba en el escenario. Y, aún así, gocé mucho de su electrónica minimalista… Tanto, que se me pasó en un suspiro. Casi como si sólo hubieran sucedido tres canciones.
Era la hora de adentrarse en la jungla y ver qué se cocía en el escenario Manifesto by Absolut, “el del bosque”. No tenía ni idea de qué me iba a encontrar con Jamie Tiller, y lo que descubrí fue una amalgama de música disco japonesa y canciones desconocidas iluminando una sesión que al rato se volvió algo más barata. Una pausa para el baile y rotación de caderas que, entre la intensidad de HVOB y lo que vendría con Kiasmos, bien me sirvió para desengrasar el alma.
Porque, sí, queridas lectoras, lo de los Kiasmos no fue ni medio normal. Vale, también hay que reconocer que tuve la inmensa suerte de poder vivirlo desde el escenario. Me perdí las proyecciones porque sólo podía mirarles a ellos. Con la música de baile (si se me permite la expresión viejuna), una nunca falla al hacer un, dos, tres y SUBIDÓN. Pero los malditos Ólafur y Janus jugaban conmigo. ¿Qué extraña brujería era esa? ¿Por qué ver a Ólafur saltar mirando al público me generaba tantísima ternura? ¿Por qué cuando se miraban entre sí, mano a mano a los teclados y portátiles, sentía que miraba a dos teenagers haciendo magia? Tanta melancolía en sus temas provocó lo que tuvo que provocar: que, al abandonar el escenario, cayera alguna lágrima de emoción. Y también que tomase nota mental: no perderme nunca más un directo de Kiasmos.
Tras un parada técnica a repostar, llegaba la hora de quemar suela con Tornado Wallace. Era tarde, los feels ya estaban a flor de piel, pero, mira, chica, allí todo el mundo estaba súper contento. Que a mí me gusta mucho una sesión ecléctica, pero más me gusta la gente maja y la comunión que se crea en estos ambientes. Para cuando llegábamos a la carpita del bosque, el australiano andaba poniendo música disco… Pero, cuando nos íbamos a dormir, el set se había vuelto macarra y algo más sucio. Es lo que tiene el eclecticismo_ que tan pronto te lo quieres llevar a tu boda que te lanza de un cambio de ritmo a casa.
Y mira, hicimos bien. Porque el sábado se avecinaba fuertecito y estos cuerpos ya no son lo que eran…
SÁBADO 9 DE JUNIO. La segunda jornada del festival Paraíso arrancaba ya sin lluvias, pero con olor a hierba mojada, cumpliendo horarios y con el único incidente de una cancelación, la de Kalabrese, que supuso algún pequeño cambio en los horarios del escenario Manifesto.
Las encargadas de abrir el escenario Paraíso fueron las hermanas Ibeyi. La dulzura de Lisa en contraste con la fuerza de Naomi consiguió emocionarme cuando aún no había caído el sol. Y cómo no hacerlo con el speech que se marcó la primera antes de cantar «I Wanna Be Like You«… Mano a mano, defendieron con creces grandes hitazos de su álbum «Ash«, arrancando a gritos, y a la fuerza, a un público que todavía llegaba con resaca. Pero, sí, consiguieron que saliéramos del concierto sabiéndonos inmortales, como nos hicieron creer durante el rato largo que tanto nosotras como ellas compartimos cantando «Deathless» y pegando patadas al suelo. Yo me derretía cada vez que se tocaban el brazo para terminar la canción, y me brillaban los ojos cuando Naomi nos miraba cabreada porque no lo dábamos todo. No puede mirarse a estas hermanas sin el ansia de venerarlas, adorarlas, rendirles el culto que, espero, le rindan en su casa.
En la paraeta que había antes de Tune Yards me acerqué a ver cómo había crecido Henry Saiz. Y, si bien no me pareció tan fino como hace unos años en Sónar, sí que me resultó agradable encontrar lugares comunes, sonidos daft-punkeros y una combinación que siempre gusta mucho: batería acústica con bases electrónicas. Y los sintes, claro. Después de las gemelas, ver al productor madrileño afincado en Alicante era como montarse a un tren del techno del que no sabría si podría bajar. Pero pude, sí. Me bajé en marcha y me volví al africanismo.
Los de Merrill Garbus eran uno de mis must del festival. Tune-Yards convencieron y casi secuestraron al público en la primera mitad del concierto, con gran entusiasmo africanista y jueguecitos a los pedales. Y el carisma de ella, claro. Una vez más, el escenario tomado por una chamana, que esta vez hacía magia con el ukelele. Sin embargo hubo un valle eléctrico en el set que dispersó un poco la atención. Estaba todo estudiado, seguro que sí, pero arrancar pulsaciones para frenarlas después me resultó un tanto desconcertante. Claro que también supieron despertarnos para decir aquello del no-se-vayan-que-aún-hay-más cuando empezaron a sonar las sirenas de ambulancia y decenas de manos giraban en el aire. El cierre con «Heart Attack» fue lo que tenía que ser: la gran traca final, esa canción que te reconcilia con el resto pero que también te hace pensar que ojalá todo el concierto hubiera sido así.
Mi cuerpo seguía en el Paraíso, pero mi mente ya pensaba en lo que otros me habían dicho que era el verdadero edén: Dekmantel. Tras meses escuchando a varios amigos decir que aquello es el cielo en la tierra y aguantar la coletilla de “¿Esto que oyes? ¡Sonido Dekmantel!” cada vez que escuchaba alguna canción disco de estas que te trasladan al mejor Studio 54, mi hype con los holandeses era tremendo. Y no fallaron, Aitana, no fallaron. Thomas Martojo y Casper Tielrooij son unos visionarios, al menos para mí. Ver una sesión suya es saber que son los creadores de algo, el origen de una historia preciosa, quizá el espejo en que el que se miran festivales como este Paraíso y tantos otros. Si vinieron para convencer de que hay que ir a verles a los Países Bajos, lo consiguieron. Por supuesto que me perdí a Floating Points, pero si lo de Dekmantel Soundsystem era un anuncio, preferí quedarme bailando la publicidad.
Platazo fuerte, y no me refiero al que cené, porque el sábado no hubo tiempo para eso. Me refiero a Roísín inserte su emoji de corazón con corazón aquí Murphy. La gran performance. Yo creo que, si esta mujer tiene su propia ley de Murphy (tenía que decirlo), esta consiste en hacer lo que le sale del toto. Todos sus cambios de vestuario eran dignos de meme, desde el abrigo oversize estilo Balenciaga (disculpen, no podía ver la etiqueta desde mi sitio) al muñecajo plateado que se ató, desató y maltrató como le vino en gana, pasando por ese body negro que, madre mía, despertó las envidias de más de una y seguro que el deseo de otras tantas. En lo musical, arrancó con un rollo house bailable que se convirtió en un concierto complicado donde los protagonistas fueron sus últimos discos, «Hairless Toys» y «Take Her up to Monto«, que no son nada pop. Y, sí, ya sabemos que reniegas de «Overpowered«, cari, pero tampoco hacía falta ser tan poco complaciente. Aunque la muy pilla supo hacer que nos tragásemos nuestras palabras: fue decir aquello de que estaba haciendo lo que le daba la gana y arrancarse con «Sing It Back«. Se hizo la fiesta karaoke, por supuesto.
¿Y qué nos podía quedar después de esto? Pues una visita a la zona de gaming, por ejemplo, una gran idea que con tantísima oferta musical era difícil de encajar en horario. Pero servidora no puede dejar de competir si tiene ocasión, y ahí estaba, bailando con un amigo la banda sonora de «Grease«, claro que sí. También sacamos tiempo para disfrutar de «LNO«, la instalación de Light Notes Studio que te envolvía en imágenes y sonidos 360, una experiencia ASMR en toda regla realizada en doce pantallas que hicieron las delicias de los más instagramers. O sea, de todos los presentes. A ver si ahora resulta que nos gusta ir a festivales para no compartirlo con nadie.
A partir de aquí, recuerdo que me divertí muchísimo con Palms Trax, Hunee y Acid Pauli, pero me cuesta diferenciar quién puso «Ibiza» de Amnesia, «Renee Running» de Dude Energy o «The Path» de Concept Neuf. Sí que recuerdo que con esta última yo pensé que iban a poner a Jens Lekman, respirando tranquila al comprobar que mi esencia popi seguía allí después de tantas horas de electrónica. También sé que con Hunee me había creado una expectativa que no se cumplió, pero que aún así me enamoró.
Y sé que el año que viene, vuelvo. Si de algo puede presumir el festival Paraíso es de haber creado una buena base de adeptos al más rico estilo Osho. Y es que que levante la mano quien, bailando de forma descontrolada este fin de semana, no se viera a sí mismo viviendo en Rajneeshpuram. La música en general y la electrónica en particular tiene mucho de mantra. Yo lo he visto este pasado fin de semana: cómo algunos ritmos y palabras, repetidas una y otra vez, tuvieron poderes espirituales extraños sobre mí.
El Paraíso es el festival que Madrid necesitaba, una ceremonia a la que acudir para vivir y disfrutar entre amigos y sonrisas los sonidos más divertidos. Disfrutar sin mirar con quién, ni cómo. Sin una pelea, sin un mal rollo. NA-DA. En el Paraíso estamos en familia. Apostaría todos mis tuents sobrantes a que podríamos cerrar un círculo con la teoría de los seis grados de separación entre todos los que estábamos ahí dentro.
Tres escenarios, tres, funcionando con auténticas joyas. Sin solapes de sonido salvo en algunas pausas. Con un paseo de tres minutos de escenario a escenario. Sin colas para barras y con escasas colas para aseos unisex que además tenían grifo para lavarte las manos. Si de algo puede presumir el festival es de haber conseguido fieles. Aquí una predicadora.
Acudan al festival Paraíso, señoras y señores. No se arrepentirán. La paz y el sonido del Paraíso sea contigo, y con tu espíritu. Nos vemos el año que viene. [TEXTO: África Moya] [Más información en la web de Paraíso]