[CRÍTICA 2] Si “Natural BornKillers” resultó ser el mejor reflejo cinematográfico de la cultura popular finisecular, “Spring Breakers” sería justamente la primera obra maestra pop en el cine del siglo XXI. Con ella comparte no sólo una derivación estilizadísima de mil y una innovaciones formales (cada una, eso sí, con la idiosincrasia estilística propia de su época) y una moralidad que ha sido catalogada de cuestionable en algunos círculos, sino también una capacidad de seducción inmediata y efervescente. Harmony Korine no abandona su clásica explotación de un feísmo weirdo sorprendentemente atractivo (desde la escena de sexo hilarante y grotesca de Gucci Mane con su hiperbólica partenaire hasta el tour de force absolutamente pasado de revoluciones de James Franco), pero aquí lo contrapone a la belleza hipererotizada de las Hudgens, Gomez y Benson.
Hay quien se empeña en menoscabar la película de Korine tachándola de moralista, pero humildemente pienso que precisamente la punta de lanza moral en “Spring Breakers”, de haberla en cualquier caso, radica en la aparente glorificación de esas dos pequeñas bandidas que sobreviven a un descalzaperros nihilista de juerga, caos y violencia. Más allá de todo esto, uno debería enfrentarse a “Spring Breakers” libre de prejuicios, dispuesto a contemplar una de las cintas más alucinadas y alucinantes que han pasado por nuestros cines últimamente, y que convierte a Harmony Korine en un geniecillo muy a tener en cuenta.
Porque si ya han visto la película en cuestión, y, como a mi, se les ha acelerado un poco el corazón cuando ha empezado a sonar el “Everytime” de Britney Spears (maravilloso Deus ex machina) y las tres muchachas, cubiertas con el pasamontañas rosa de unicornio, brazos al cielo, han entrecruzado sus escopetas en el atardecer de St. Pete en una coreografía imposible, sabrán entonces que “Spring Breakers” es el último reducto en la polipoesía punk. Un inapelable diez, vamos. [David Martínez de la Haza]