[Estela Cebrián] Días antes de que lo escucháramos en exclusiva, cuando el ambiente ya estaba bastante calentito gracias a la apisonadora promocional del disco, alguien se atrevió a lanzar una pregunta insidiosa al aire: «¿y si el cuarto disco de Daft Punk fuera más para escuchar en posición horizontal que en la pista de baile?» Y resultó que sí, que Daft Punk volvían con un disco curioso bajo el brazo. Un híbrido entre los pasajes de medio tiempo del «Discovery» y la banda sonora de una peli softcore de los 70. Trece canciones que reivindican un sonido más orgánico que electrónico con el que los franceses han conseguido que todo el mundo hable de ellos y se posicione a favor o en contra. Random Access Memories no es el disco vanguardista que muchos esperaban, pero es un disco de aires retro que funciona como perfecto homenaje a toda esa música que ha influido a sus creadores a lo largo de su carrera. Y si a algo invita es a no quedarse en la superficie (esos guitarreos tan AOR, esas baterías que suenan a lata…) y a indagar un poco en el ADN de uno de los dúos más importantes de la música de nuestro tiempo: desde el homenaje explícito a Giorgio Moroder en la excelsa «Giorgio by Moroder» hasta la oda espacial con tintes de musical loco de «Touch«, pasando por el funk chispeante de «Lose Yourself to Dance» o acabando en el delirio de «Contact», que alarga todo el disco como un chicle que se resiste a secarse. «Random Access Memories» es una gozada que sólo decae en el último tramo -con una concatenación de tres temas que incitan peligrosamente a la narcolepsia-, una genialidad que se sale por la tangente que seguramente alcance la talla de disco de culto dentro de unos años como aquél «Discovery» que nadie supo entender en su momento como el prólogo al todo delirio disco que se viviría diez años después. [NOTA: 8]
[Rodrígo Núñez] Me imagino entrevistando a Kenny G, y preguntándole: “Dime, Kenny, ¿cuál es tu disco favorito del siglo XXI?”. A lo que él responde sin dudar: “«Random Access Memories«, por supuesto. Esos franceses han cambiado la historia de la música”. A juzgar por ciertos comentarios vertidos los últimos días, parece que estemos ante el segundo advenimiento de Cristo, el álbum más importante del milenio. Es lo que tiene el marketing bien hecho (y costoso): te hacen creer que un mero pastiche como este es relevante y hasta innovador.
Este es un disco, o mejor dicho, una campaña, extremadamente inteligente. Sacan un tema de adelanto sosete pero extrañamente infeccioso. “Get Lucky” suena a canción que te regalan al descargar el Winamp o la demo que te viene con un software de produción musical amateur. Y, sin embargo, escucha eso tres veces: lo tendrás tres días en la cabeza. Es tan agradecido como un plato de arroz blanco: mézclalo con lo que quieras y algo comestible te saldrá. De ahí las previsibles millones de versiones, de burla o no, que ya rondan por ahí. La bomba viral perfecta
El disco sigue esa línea, meloso, suave, cómodo y cool como el sofá de un carísimo hotel lleno de gente cursi; con sus obvias referencias al funk, disco y soul de los 80, bailable, agradable al oído, ideal para escuchar mientras cocinas, pero cuidado al ponértelo en el portátil, o se pensarán que estás viendo una peli porno. Y, en definitiva, excepto algún momento más espectacular (esas cuerdas en “Giorgio By Moroder”, el final de “Contact”), las aguas siguen su cauce: entre la horterada infame y la canela fina. [NOTA: 7]