Puede que no conozcas el Observatorio… Pero, después de esta crónica de la edición de este 2019, va a ser el festival al que quieras ir el próximo año.
En relación a este artículo sobre el Sónar 2019, en el que se hablaba sobre la proliferación de festivales que buscan el nicho y la especialización, rescatamos una de esas experiencias que hemos vivido recientemente en la edición del festival Observatorio de este año. Tiene todo el sentido del mundo que un evento que empieza con pocos medios se especialice para despuntar, ya que no puede competir con aquellos que llevan años y tienen todos los recursos del mundo. La escasez agudiza el ingenio, pero es que, además, cuando se hace tan bien, hay que reconocerlo y aplaudirlo.
En esta segunda edición, el Observatorio cambiaba de nombre, se desligaba del nombre Astromona para seguir con su natural evolución de manera independiente. Tiene mérito que un festival tan pequeño reuniera un cartel tan sólido y coherente como el de su última edición. Y, como ya he dicho, con tal falta de recursos, es evidente que lo conseguido fue gracias a mucho esfuerzo, mimo y amor por la música. El pasado 28 y 29 de junio consiguieron reunir en Balboa (León) a un elenco de artistas nacionales dando una visión rica y consistente de lo que se cuece en el underground patrio.
El Observatorio es “una experiencia, un encuentro, un viaje, una aventura”, como ellos mismos apuntan en su página web. Pero es que, además, es verdad. Dicho encuentro consiste en pasar un fin de semana en plena naturaleza de El Bierzo, un formato pequeño y amable para huir de colas y aglomeraciones, de pasarlo en familia, con un aforo máximo de 500 personas, para disfrutar de la música y descubrir nuevas bandas de la escena nacional emergente, y, sobre todo, salirse del sota, caballo, rey del circuito festivalero.
Viernes 28 de junio
El viernes, desafortunadamente, nos perdimos las actuaciones de Rayo, Solo Astra y Baywaves, y llegamos justo a tiempo para ver a Ortiga, que sustituía a Kokoshca, grupo que se cayó en el último momento del cartel. Esto no amilanó a O Chicho do Funk, el que fuera la mitad de Esteban & Manuel. Chicho, a pesar de incorporarse al festival en el último momento, algo que no dejó de recordarnos con sorna durante su sesión, inundó de gracia y frescura el escenario con una propuesta verbenera de ritmos latinos y bien de autotune. Canciones de ritmos bailongos y letras irónicas y romanticonas funcionaron como pistoletazo de salida, poniendo a todo el mundo a bailar con «O Solar«, el temazo de cierre, dejándonos con ganas de más.
De esta guisa nos encontraba la sesión más esperada de la noche, el proyecto de Le Parody. Canciones inspiradas en el folclore y el cancionero mezcladas con electrónica. Y su sesión, cómo no, fue toda una experiencia de baile catárquica y colectiva. Letras políticas, techno y canciones inspiradas en el cante jondo se ensamblan de manera orgánica, sin dejar de lado su carácter hedonista y de club. El corte de electricidad al poco de comenzar no le impidió a Sole Parody, una vez resuelto el incidente, seguir con una sesión llena de potencia y belleza, dejando el listón muy alto.
A la granadina le seguía Baiuca, otro de los grandes nombres del festival. De nuevo, una propuesta de folclore y electrónica, esta vez proveniente de Galicia, mezclando muñeiras con sintes, gaitas, voces antiguas y percusiones con samples, resultando en una propuesta actual en la que pasado y presente se encuentran. Sí es cierto que la rave que nos montó Le Parody justo antes no le hizo ningún favor al gallego, haciendo que este sonara a medio gas, algo flojo para una sesión a las 2:30 de la madrugada. Aunque también sabemos que esto, como otros factores que intervienen en la planificación de los horarios de un festival, no siempre están al alcance de los organizadores. En cualquier caso, Baiuca presentó una sesión impecable y brillantemente ejecutada, y nos brindó un momento en el que coger aire para encarar la recta final de la noche.
Como colofón a la primera noche de Observatorio, Bronquio, el gran descubrimiento del fin de semana (junto a Ortiga) y perfecto como sesión de cierre. El dj jerezano es como un diamante en bruto, pero no porque le falte pulido o trabajo, sino porque hace precisamente de esa dureza su seña de identidad. Con un repertorio irreverente y sin prejuicios, suena a un futuro sucio e industrial. Divertido y quinqui, recordando a ratos a Aphex Twin y otras a Die Antwood, rotundo y sobrao de actitud. Llegó el último, lució palmito y arrasó.
Sábado 30 de junio
La segunda jornada de Observatorio empezaba ya por la mañana en el centro del pueblo de Balboa con puestos de comida, talleres y sesiones de djs para amenizar los baños en el río y la larga jornada que teníamos por delante. A la hora del vermut, nos encontramos primero con Shakin’ piñas con una sesión funk y luego con Moto Kiatu con sonidos y ritmos africanos mezclados con electrónica. Cremita para nuestras caderas. De los talleres solo llegamos a la siesta sónica, una experiencia de sueño guiado en medio del bosque. El experimento, fallido, consistía en tumbarse en el bosque dentro de un círculo alrededor del cual iban paseándose los organizadores, creando una atmósfera que se mezclaba con los sonidos del bosque. Una pena que desde el emplazamiento se pudiera oír la música de la zona del río, ya que, junto al calor, hacían imposible la pretendida comunión con la naturaleza.
Tras el descanso del guerrero y una ducha de rigor, volvemos al recinto tras un paseo de diez minutos por un sendero a través del bosque para el concierto de Amparito. El cuarteto de punk-rock dio el pistoletazo de salida a la jornada más guitarrera, y presentaron su primer largo, «Clara Oscuridad«, repleto de canciones bala de dos minutos de duración, directas e irónicas, que disparan a toda pastilla, supliendo con gracia y desparpajo los fallos que tienen como músicas. El recinto a estas horas está vacío. Y el aforo, que antes comentaba como un punto a favor, ahora le da un aspecto desangelado al festival. Los primeros conciertos de la tarde están vacíos y falta ambiente.
Y, mientras el recinto de Observatorio se va llenando poco a poco, seguimos el concierto de Texxcoco, uno de los mejores directos del festival. Los canarios presentaron su recién publicado «Disorder«, un largo de rock alternativo de influencias que vienen del noise, el punk, el post-punk y el garage, nos hicieron agitar la melena como nadie esa noche.
Más tarde, ya de de noche y con el recinto lleno, llegamos a Soledad Vélez, que no parecía tener muchos adeptos entre el público. La chilena, esta vez acompañada en los sintes, interpretó su último trabajo «Nuevas Épocas» con ritmos ochenteros y la pista de baile como lugar idóneo para ahuyentar la melancolía. Poco a poco el ambiente se iría caldeando y para el final, el anticipo de su nuevo single, «No Vuelvas«, sirve como transición definitiva al cariz electrónico que tomará el resto de la noche.
Primero con a la sesión del dúo Lagoon, recordando a ratos a Uncle, con una sesión elegante que invitaba a la evasión y al baile unas veces y otras a una escucha más tranquila, algo a lo que el público no parecía estar muy dispuesto a esas horas. El de Promising/Youngster nos pilló compartiendo pitis y chupitos con las señora que nos daba de comer esa tarde en su restaurante, comida casera de esa que te devuelve de entre los muertos, que era justo lo que necesitábamos en ese momento.
Y, entre confidencias, nos enteramos de que, además de ser el alma de la fiesta, resulta que que su hijo es el organizador del Reggaeboa, un festival de reggae que atrae a más de 1500 asistentes desde hace ya diez años. Entre copa y copa, ya nos presentamos en la sesión de cierre con uno de los djs organizadores del festival (que se puede escuchar enterita aquí). Ya amaneciendo, recorremos el camino de vuelta, exhaustos y maravillados por todo lo que hemos vivido este fin de semana.
Si siguen así en Observatorio, le auguramos un fértil y próspero futuro a este pequeño gran festival que apenas ha echado a andar. [Más información en la web del Observatorio]