Jesse Jacobs fantasea en «Por Sus Obras Le Conoceréis» con la idea de reescribir el Génesis a partir de la batalla entre dos aprendices a Dios.
Hace algunos años, parecía que la única forma que tenían los nuevos autores de caer en la escena comiquera era pegando un buen puñetazo sobre la mesa. Lo que, traducido a un lenguaje menos metafórico, vendría a significar que los artistas noveles se obstinaron en presentar novelas gráficas a modo de tocho cuanto más complejo mejor, a ser posible a rebosar de ciertas ínfulas esnobistas que lo acercaran a la alta cultura, que es la que tenía que refrendarlos de alguna forma u otra… Ahora, sin embargo, y volviendo al lenguaje simbólico, los nuevos autores prefieren un navajazo veloz en la oscuridad.
Vamos, que los artistas más jóvenes (puede que como parte de ese continuo deslizarnos hacia la cultura del déficit de atención) se han decantado por cómics cortos, concisos, que presentan una idea concreta y la ven arder como un fuego artificial en el cielo nocturno del verano antes de diluirse y dar paso a algo nuevo. Pero, ojo, que esté hablando aquí de fuegos artificiales no significa que me esté refiriendo a una aproximación cosmética a la viñeta, ni mucho menos… Y buena prueba de ello es «Por Sus Obras Le Conoceréis«, del canadiense Jesse Jacobs.
De buena entrada, este cómic editado en nuestro país de la mano de La Mansión en Llamas (editorial que, sin lugar a dudas, se está especializando en la vertiente más elocuente de este nuevo cómic del que hablaba más arriba) atrapa enroscando su superficie alrededor de los ojos del lector: es imposible no dejarse hipnotizar por la personalísima pluma de Jacobs, por sus arabescos cósmicos, su cosmogonía aprehendible a partir del antropoformismo pero impactante por su capacidad de buscar variantes coherentes a la par que oníricas. En el dibujo de «Por Sus Obras Le Conoceréis» convive la misma lucha que mantienen los dos antagonistas del cómic: una batalla entre el silicio y el carbono, entre lo frío y lo cálido, entre los patrones universales cientifistas y un humanismo atávico.
Jacobs presenta una historia en la que sólo somos un error, un virus destructivo pensado para llevar hacia el colapso una obra bella y armónica.
Al fin y al cabo, es una forma de llevar hacia la superficie la lucha que subyace en el fondo de la trama del cómic: la rivalidad entre los aprendices de dioses Ablavar y Zantek. El primero es una figura bondadosa que crea un mundo de carbona (la Tierra) poblado de forma armónica por sus Ani-Males. El segundo es un ser retorcido y envidioso que introduce a los Hu-Manos en el mundo de Ablavar con tal de dinamitarlo desde dentro, de crear el caos y de sembrar la entropía. De esta forma, «Por Sus Obras le Conoceréis» reescribe el Génesis en una clave fanta-alegórica en la que la Tierra no sería nada más que un ejercicio de clase en el que dos aprendices a dioses luchan por atraer la atención de su maestro.
Y ¿por qué debería atraer a nadie un cómic que ofrece una versión paralela del Génesis pero lo hace sin toneladas de material científico y de notas a pie de página? Porque, básicamente, lo sublime de «Por Sus Obras Le Conoceréis» es que, mediante la reescritura de una historia sobradamente conocida, consigue desligarla del antropo-centrismo que siempre ha sido uno de los grandes problemas del ser humano. Contra la visión de que todo ha sido creado para que nosotros seamos el centro, Jacobs presenta una historia en la que sólo somos un error, un virus destructivo pensado para llevar hacia el colapso una obra bella y armónica.
Es sólo a través de ese acto de limpieza en la mirada en el que podemos por fin deleitarnos en la belleza cósmica del universo que plantea el autor, una hermosura galáctica que, sin necesidad de esnobismos supérfluos, consigue hacerte reflexionar sobre el papel que juego el ser humano en el Universo. La conclusión, entonces, es inevitable: ¡qué mal lo estamos haciendo!