Ese día se publicaba el ansiado estreno en largo de Oasis, “Definitely Maybe” (Creation, 1994), cuya salida había venido precedida por una efusividad mediática que aquí se intuía desde la distancia. Lo que no impedía alimentar la expectativa de que la ópera prima de Liam y Noel Gallagher y compañía rompería moldes, sobre todo personales. El segundo sencillo de adelanto del álbum, “Shakermaker”, presagiaba su deslumbrante futuro pese a recordar más de la cuenta a la melodía de cierto spot publicitario de una chispeante bebida norteamericana. Inmediatamente se convirtió en banda sonora de preparativos previos a las primeras escapadas nocturnas juveniles en las que se perdía la virginidad festiva y los cuerpos se contoneaban entre inocentes bailes y furtivos cruces de miradas. El siguiente sencillo de la lista, “Live Forever”, se tomaría enseguida como el himno por antonomasia con el que se celebraba el amor con mayúsculas y se ablandaba el alma. De paso, presentaba su candidatura a ser la joya de la corona del inminente “Definitely Maybe”.
“Supersonic”, “Shakermaker” y “Live Forever”. Sólo tres canciones, pero de sobra para empezar a observar el mundo desde la perspectiva adolescente de una manera muy distinta. Tras remover cielo y tierra, con “Definitely Maybe” en las manos -todavía en forma de cassette-, la visión de las cosas, efectivamente, se transformaría impulsada por los acordes de su corte inicial, “Rock ‘n’ Roll Star”: implacable oda al escapismo vital, al hedonismo, a la arrogancia juvenil, a los sueños por hacer realidad, al poder liberador de la música. El pop guitarrero británico había resucitado y recuperado su significado y energía primigenios, al mismo tiempo que se gestaba el tsunami del brit-pop, que esperaba a la vuelta de la esquina.
Aunque esa cuestión pertenecía a un capítulo futuro… “Definitely Maybe” exigía, mientras tanto, toda la concentración. Su combinación de componentes era soberbia: la voz rotunda y clara de Liam, la autoridad compositiva y el muro eléctrico de Noel y la intachable contribución de Paul Arthurs a la guitarra rítmica, Paul McGuigan al bajo y Tony McCarroll a la batería. Sus caras iban adquiriendo notoriedad a la misma velocidad supersónica a la que crecían sus canciones, que atravesaban los múltiples caminos existentes entre el pop y rock de raigambre tradicional, construían historias por sí mismas y provocaban que la vida de muchos de sus oyentes cambiase al instante: “Cigarettes & Alcohol” se apoyaba en un recordado riff glam para alcanzar lo más alto del podio de los cantos generacionales imperecederos tras retumbar en las cabezas de todos aquellos que descubrían el lado más juerguista de una juventud gozada con nocturnidad y placer; la emotiva “Slide Away” cubría el hueco dejado en el corazón por los primeros desengaños amorosos transmutados en romances no correspondidos, relaciones imposibles o rupturas que se creían, ingenuamente, que jamás se superarían; “Columbia” funcionaba como píldora con la que flotar en un espacio imaginario más allá de los límites domésticos; y “Bring It On Down” insuflaba vigor a los eternos actores secundarios (y ninguneados) a golpe de guitarrazos incendiarios y una potente base rítmica.
Cada una de las canciones de “Definitely Maybe” convertía al primer álbum de Oasis en un irresistible muestrario de todas las posibilidades que ofrecía el pop británico a mitad de los 90. Incluso aquellas piezas susceptibles de ser colocadas en un nivel inferior brillaban con luz propia: “Up In The Sky” y “Digsy’s Dinner” mostraban la particular interpretación que Noel Gallagher hacía del power-pop mediante una melodía exultante y un tono agridulce, respectivamente; y, en contraste, la acústica “Married With Children” rebajaba el carácter jovial del LP en su cierre desmenuzando los sinsabores de las obligaciones de la etapa adulta. Esta variedad de registros reflejaba los diferentes prismas de un estilo que, inevitablemente, se comparaba con el de The Beatles tanto por sus formas como por los elementos mediáticos que lo rodeaban. Pero, para un devoto beatleliano al que se le había abierto un nuevo universo ante sí, no había analogías que valieran: Oasis, con todas sus singulares señas de identidad y sus evidentes rasgos definitorios destilados de sus influencias, habían accedido de una manera natural a su altar musical. Por fin, para él, todo había adquirido sentido.
Afirmar algo así, con tanta firmeza y petulancia de fan en aquel verano del 94, no pasaba de parecer una declaración de fidelidad a un grupo que, para los malos agoreros, no superaría la etiqueta de moda efímera que había tenido la gran fortuna de llegar en el momento y el lugar adecuados dentro de una especie de revival pop (antes de que este cuajara en todo su esplendor). Pero ese entusiasmo se basaba en unos principios que se intuían inquebrantables y que, a la vez, servían para distinguirse dentro de la manada y levantar una barrera de defensa frente el prójimo que no atendía a ninguna razón para tomarse en serio el asunto.
Unos cuantos meses más tarde, a finales del glorioso 1994, “Whatever”, single no perteneciente a “Definitely Maybe” -o la mejor canción beatleliana sin haber sido compuesta por Lennon y McCartney– pero que culminaba la imparable ascensión del disco, ayudaría a poner las cosas en su sitio y a obligar a variar muchas opiniones contrarias con respecto a Oasis. Aquel chico introvertido que se pasaba horas y horas con la oreja pegada a su pequeño radiocassette de plástico azul y que caminaba, por fin, con seguridad bajo su anglófila y noventera apariencia ya no era un ser tan exótico. La historia, definitivamente, iba a cambiar…