Nuestra crónica de O Son do Camiño 2022 apunta a un relevo generacional… ¿O es más bien una convivencia de artistas como Liam Gallagher y Anuel AA?
Después de sufrir un parón de dos años provocado por la pandemia, afrontar un grave accidente laboral con varios trabajadores heridos una semana antes de su arranque y recibir críticas a diestro por la configuración de su cartel y a siniestro por el presupuesto destinado a su celebración desde la Xunta de Galicia con la excusa de la conmemoración del Xacobeo 21-22… Después de todo eso, el O Son do Camiño resucitó en su tercera edición con una fuerza inusitada.
En cada una de sus tres jornadas, 42.000 personas (un 40% del público procedente de fuera de la comunidad) accedieron al auditorio del Monte do Gozo de Santiago de Compostela , lo que hizo que el evento batiera el récord absoluto de asistencia a conciertos y festivales de pago en Galicia. No fue extraño, pues, que se produjeran estampas llamativas con el recinto lleno como riadas de personas que se movían sin parar entre los tres escenarios –Xacobeo, el principal; Estrella Galicia, el secundario; y Paraíso, el más pequeño- hasta el punto de que los miembros de seguridad tenían que ejercer de guardias de tráfico para evitar atascos.
El O Son do Camiño se confirmó así como el gran festival de Santiago de Compostela, de Galicia y del noroeste español e incluso ibérico. Un hecho que se podía intuir sin dificultad a priori, pero había que ratificarlo en la práctica. Y el macro-evento gallego salvó la papeleta apelando a una variedad artística que se conjugó de una manera sorprendentemente armoniosa, a pesar de que las distancias estilísticas y generacionales entre algunos protagonistas de la programación eran abismales. Pero, lo que podía haber sido un factor en contra, para el O Son do Camiño 2022 supuso una ventaja triunfal.
Uno de los aspectos más interesantes que se observó sobre el terreno fue el modo en que se han modificado los gustos musicales entre la juventud, cual objeto de estudio de una investigación sociológica. Cuanto más desconocido resultaba un nombre para ciertas edades ya entradas en la madurez (los boomers, hablando en plata… ), más efecto arrastre provocaba entre los asistentes adolescentes o veinteañer@s aún tiern@s y viceversa. Las tornas musicales están cambiando a toda velocidad, y en el Monte do Gozo se constató que el tiempo pasa irremediablemente, que las tendencias son imprevisibles y que determinadas modas quizá sean más duraderas de lo que se pensaba.
fantasticmag, por diversas razones, sólo pudo estar presente el viernes 17 de junio, la que se consideraba de antemano la jornada grande del O Son do Camiño 2022. Y lo fue, por lo que se vivió sobre los escenarios y por la agitación y emoción que invadieron el repleto anfiteatro del Monte do Gozo.
VIERNES DE PASIÓN
Antes de nada: hay que avisar de que esta crónica está firmada por un tipo de 42 años curtido en estas lides, sin prejuicios y abierto a dejarse sorprender por cualquier cosa, excepto por una inoportuna tormenta de verano que amenazó al festival poco antes de que se abrieran sus puertas. Eso sí, con la misma rapidez con la que llegó, se fue, y el calor bochornoso empezó a apoderarse del ambiente.
En esas condiciones, Kings Of The Beach se subieron al escenario Estrella Galicia con la complicada misión de estremecer el comienzo de la tarde cuando parte del personal aún se hacía el remolón o estaba ocupado en transformar el O Son do Camiño en el O Son do Instagramiño en diversos puntos del recinto. Con todo, al grupo vigués poco le importaron tales circunstancias y descargaron su skate-punk-rock sin contemplaciones.
De hecho, más que un trío, parecían 300 tíos dando caña a sus guitarras, desgañitándose y aporreando sus baterías con martillos pilones que conseguían que se produjeran tímidos pogos bajo la solana. Aunque ante ellos no tenían a la cantidad de público que se merecían, Kings Of The Beach pisaron el acelerador en todo momento mientras sudaban la gota gorda. Sonaron frenéticos, espídicos y atronadores en un alarde de poderío eléctrico.
A su manera, Wöyza & The Galician Messengers también demostraron fuerza y vigor. Ya habíamos avisado en estas virtuales páginas de que el combo podía llamar la atención con su particular propuesta formada por música tradicional gallega, ritmos latinos y caribeños, hip-hop y baile. Algo que lograron, además, como encargadas de inaugurar el viernes el escenario de mayor tamaño con una Wöyza que llenó el espacio con su voz, su presencia sobre las tablas y su discurso de empoderamiento femenino, igualitario e integrador. Ella misma lo afirmó con rotundidad: “Son tiempos de mujer”.
Con el empuje de esas palabras, el grupo entregó con máxima fidelidad combinaciones tan inverosímiles como perfectamente resueltas: reggae con pandeiretada repleta de groove; aturuxos con bajos potentes en una foliada con final explosivo en una imaginaria unión entre Massive Attack y Asian Dub Foundation; o cantiga medieval con soul rapeado a lo Lauryn Hill con gaita de fondo. El show de Wöyza & The Galician Messengers demostró hasta dónde son capaces de llevar las raíces y las músicas populares autóctonas para insertarle nuevos códigos y modernizarlas sin que pierdan su esencia ni su validez como vías de transmisión de mensajes fundamentales. Así se expresa la Galicia del siglo 21.
Como si el escenario Xacobeo se hubiera introducido, de repente, en un agujero de gusano, el foso se abarrotó de una audiencia jovencísima dispuesta a vibrar con un tornado estadounidense-puertorriqueño. Era la antesala de la salida de Justin Quiles, momento en el que me dice un chico de 20 años con tono compasivo al verme vestido con la camiseta de Liam Gallagher esperando su turno: “Tiene que ser duro estar aquí hasta que empiece su concierto aguantando a un cantante de reggaetón…”.
Pues no, el zagal estaba muy equivocado. Porque, a no ser que se tuviera cera en los oídos y una venda en los ojos, era fácil sumergirse en el fiestón de Justin Quiles. Su fulgurante entrada y el estado de euforia de sus fans presagiaban que se iba a liar parda, así que la cuestión no era que gustase más o menos su música (con cientos de millones de reproducciones en plataformas de streaming y un éxito viral en TikTok), sino simplemente moverse al ritmo de su reggaetón pegadizo y divertido, aunque tirase recurrentemente de las típicas historias de amor y desamor o de roces de cuerpos en combustión. Entre el confeti caído del cielo y los bailoteos del foso, Justin Quiles puso la guinda a su gozoso directo con el hit global “Loco”. Si me obligan a escuchar reggaetón durante un día entero, que sea el de Justin Quiles. Yo era ateo, pero ahora creo.
Una vez disipado tal desparrame de entusiasmo, se escuchó unos minutos después: “¡Los reggaetoneros para atrás!”. Claro, tocaba intercambio generacional. Se aproximaba la hora 0 del día D para los aficionados al pop británico de cuarenta y tantos hacia abajo: la salida a la palestra de Liam Gallagher. Avalado por los apoteósicos conciertos que había ofrecido semanas antes en Gran Bretaña -en Knebworth y en el Etihad Stadium de Manchester- y su notable último disco, “C’mon You Know” -número uno en las listas de ventas de su país-, el pequeño de los Gallagher llegaba a Santiago casi veinte años después del único concierto de Oasis en Galicia con la vitola de ser el continuador del espíritu rockero de su antigua banda.
Su hermano Noel, hoy en día, parece más centrado en hacer una vida propia de la aristocracia londinense… Sin embargo, Liam, aunque ya sea un madurito a punto de cumplir cincuenta tacos que prefiere unas copas de coñac a unas botellas de cerveza, se ha mantenido fiel a su estilo: chulo, altivo, fanfarrón y gracioso, muy gracioso. Porque r kid lo es. Y en el O Son do Camiño lo demostró, al igual que su motivación por tener a miles de almas preparadas para corear a pleno pulmón los clásicos de Oasis que le apeteciese rescatar.
Ese era uno de los principales alicientes de su presencia en el festival, lógicamente, pero también comprobar cómo encajaba las canciones de su discografía bajo su nombre, algo que hizo con la misma entrega. Así que Liam hilvanó un repertorio sólido en el que no faltaron incunables de Oasis como “Rock ‘n’ Roll Star”, “Slide Away” o “Roll It Over” (que sonó a gloria y a reivindicación de un disco injustamente denostado, “Standing On The Shoulder Of Giants”) ni temas recientes que crecieron en su versión en vivo como “Diamond In The Dark”, “Better Days” o “Everything’s Electric”.
Tan seguro estaba Liam de lo que tenía entre sus manos llevadas a la espalda que incluso desempolvó “Soul Love”, tema de su irregular etapa al frente de Beady Eye. Para adornar su show, desplegó su habitual galería de gestos y diálogos que el público entendía a duras penas por su acentazo del mancuniano suburbio de Burnage y que tuvieron dos puntos culminantes: su confusión en la pronunciación entre Santiago y San Diego; y sus aspavientos para que la masa que se desplazaba al escenario secundario a ver a Duki diera media vuelta y se quedase con él.
El actual Liam Gallagher ya no es un hombre pegado a una pandereta, sino a unas maracas y a una parka empapada en sudor que no se quitó ni con agua caliente. De esa guisa atacó el momento de mayor éxtasis del show: “Wonderwall”, convertida en canción de karaoke colectivo. Sobraron las palabras. Luego, según el setlist, deberían haber caído “Some Might Say” y “Supersonic”, pero las descartó. Una pena. Y, por ejemplo, “Live Forever” ni siquiera estaba contemplada (¿?).
Esas ausencias fueron compensadas con “Champagne Supernova” y el cierre esperado, «Cigarettes & Alcohol», pese a que Liam se preguntaba si la audiencia lo deseaba de verdad o quería que él y su grupo (en segundo plano pero consistente y con tres coristas espectaculares) se marcharan. Ganó la primera opción, por suerte, con la que se constató que un concierto de Liam Gallagher es lo más parecido a uno de Oasis si no se hubieran separado. Liam, pletórico y en forma, ejecutó a las mil maravillas su fórmula mágica: carisma, rock ‘n’ roll y Manchester City, por ese orden.
Sin abandonar el escenario Xacobeo, Editors aparecieron envueltos en su acostumbrado magnetismo y liderados por un Tom Smith que acaparó la atención en cuanto proyectó su voz de barítono entre sus conocidas posturas y sus movimientos espasmódicos. Sin embargo, lo que en otro lugar tendría efectos hipnóticos en el público, en el O Son do Camiño no cuajó del todo…
Buena parte de los chicos y de las chicas que copaban las primeras filas del foso no atendían demasiado a la banda británica, sino que estaban pensando en quién vendría a continuación en el mismo espacio. Con lo cual, las ondas expansivas del post-punk / new wave de Editors se quedaban contenidas y sólo los más devotos las absorbían al 100%.
Smith y compañía exhibieron su solvencia en directo, con un sonido compacto e impecable. Así se escuchó la nueva “Heart Attack”, que apunta a pieza básica del grupo; o la todavía más reciente “Karma Climb”, que no desentonó con la pegada de “The Racing Rats” o “An End Has A Start”. A la altura de “Papillon”, Editors ya habían cumplido con el expediente… pero justo después entraron en una pequeña fase depresiva. Menos mal que, al final, enseñaron un as ganador: “Munich”, inapelable cada vez que la ofrecen y más en este directo, relativamente corto en duración aunque bien aprovechado.
Anne-Marie exprimió igualmente su intervención en el escenario Estrella Galicia. No sólo para abrillantar su condición de ídola del neo-dance-pop mainstream rodeada de dos adorables osos hinchables gigantes y con un aspecto angelical, sino también para compartir un discurso de auto-aceptación y respeto muy adecuado dados los tiempos que corren. Aunque, al fin y al cabo, de lo que se trataba era de bailar y disfrutar, y Anne-Marie lo puso fácil soltando hits como “Rockabye”. Que no engañen las apariencias: las canciones de la británica dejaron un poso más profundo de lo que se creía a pesar de su superficialidad formal y de su comercialidad.
Todo lo contario ocurrió con Anuel AA. Las constantes arengas a su autenticidad al grito de “¡Real hasta qué! ¡Hasta la muerte!” para que lo secundaran sus miles de acólitos fueron tan reiteradas que perdían todo su sentido. Vale, la suya es una historia de redención que tuvo en la música el medio de huida de la delincuencia, de la cárcel o, directamente, de irse al otro barrio, pero repetirlo una y otra vez hasta glamurizar ese relato resultaba tan contradictorio como animar a las mujeres del Monte do Gozo en una especie de acto de liberación para, a continuación, cantar sobre tetas, culos, sexo sucio y amor tóxico. Todo ello, mientras un cuerpo de baile femenino se contoneaba perreando en sus temas más potentes.
Así, la bulla estaba asegurada, con la muchachada rendida a unos fraseos que se conocían al dedillo pero que pueden provocar que vea el mundo desde una perspectiva deformada. Ah, un detalle inaudito en un festival: Anuel AA tuvo su propio telonero. Como me dijo una experta en la materia trap / reggaetonera: “Es que a Anuel le encanta hacerse de rogar…”.
El viernes de pasión del O Son do Camiño 2022 se clausuró con la cruz luminosa de Justice presidiendo el fondo del escenario Xacobeo, lo que significaba que caería una tromba de electrónica apabullante, graves retumbantes y subidones permanentes. En esa tarea, el dúo francés fue imbatible, enlazando temas propios con samples ajenos y lanzando bombas sónicas (“We Are Your Friends”) que seguro se notaban en la plaza del Obradoiro. A lo largo de esa fase de la sesión, Justice jugaron a su antojo con las mezclas y exhibieron toda su pericia.
Sin embargo, cuando daba la sensación de que estaban listos para convertir el auditorio del Monte do Gozo en una enorme discoteca indie al aire libre, se quedaron a medio gas. Sí, sonaron algunos clásicos pop-rock (“Maneater” de Hall & Oates, “I’m So Excited” de The Pointer Sisters, “I Love Rock ‘n’ Roll” de Joan Jett, “You Can’t Hurry Love” de The Supremes o el insólito desenlace: «Porque te Vas» de Jeanette), pero de una manera deslavazada. Finalmente, se impuso el bombo y el platillo electro-tecno (incluso con latigazos harcorde), que era lo que demandaba la parroquia presta a comerse la madrugada.
En realidad, era natural: tras más de dos años extraños e inciertos, el público estaba ansioso por volver a vivir una buena celebración musical sin mascarillas, restricciones ni limitaciones. Y el O Son do Camiño 2022 se la puso en bandeja. Como antes, como siempre. [Más información en la web de O Son do Camiño 2022]