A pesar de su corta trayectoria (iniciada en 2006), los londinenses Noah And The Whale pueden presumir de haber dado un empujón al british folk del siglo XXI gracias a dos pequeños hitos (o grandes, según se vea): por un lado, haber parido el brillante single “5 Years Time”, una tonada alegracorazones (silbido y ukelele mediante) que funcionó como banda sonora de mil y un días soleados; y, por otro, haber cobijado en su seno a la ahora ave solitaria Laura Marling. Dicho esto, tocaría reconocer que la banda liderada por Charlie Fink superó con holgura tanto las dificultades de no caer en el agujero del one hit wonder como la huida de la fémina de los dorados cabellos. Sobre lo primero, no hay nada que objetar, puesto que el grupo demostró con su disco de debut (“Peaceful, The World Lays Me Down”; Mercury, 2008) que sus intenciones iban más allá de crear un par de canciones recordables y vivir de las rentas… Pero acerca de lo segundo, el asunto se complicó: el propio Fink volcó todo su dolor y decepción ante la noticia en su siguiente obra, “The First Days Of Spring” (Mercury, 2009), retrato de la relación rota entre él y Marling, con la cual compartía negocios y amor (dos elementos que NUNCA deben mezclarse).
La oscuridad, extrema tristeza y profunda melancolía de aquel álbum llegaron a desarmar a aquellos que tenían a Noah And The Whale como un combo vitalista, animoso por naturaleza y, por ello, el más apropiado para insuflar optimismo al de por sí apesadumbrado y autocomplaciente folk de las Islas. Sin embargo, el cariz coyuntural de la situación por la que había atravesado Fink sólo podía significar que su futuro (personal y artístico) cambiaría radicalmente de aspecto, retomando si no la felicidad de los viejos tiempos, sí un discurso menos dramático. En este cruce de caminos comenzó a gestarse “Last Night On Earth” (Mercury, 2011), de título aparentemente apocalíptico que, a medida que despliega su contenido, se vuelve sobre sí mismo hasta convertirse en una especie de llamada a exprimir cada segundo de nuestra vida como si fuese el último… De acuerdo, no hace falta ponerse tan empalagosamente blandengues, al estilo de quien acaba de ver por enésima vez “¡Qué Bello Es Vivir!” (Frank Capra, 1946), pero Fink da a entender que a medida que fue construyendo este LP ejecutó también un obligado centrifugado emocional.
No es una mera coincidencia que nuestro hombre dé el protagonismo absoluto en el tracklist a dos elocuentes temas para certificarlo: la hábilmente colocada como primer corte “Life Is Life” y la descriptiva “L.I.F.E.G.O.E.S.O.N.”. Vida por aquí y por allá, vista como símbolo de renovación interior y redención. Eso es lo que parecen querer transmitir en sus transparentes versos, que no se andan con rodeos: después de la tormenta llega la calma. A nivel musical, estas dos piezas (así como el álbum íntegramente) enseñan unos ropajes muy diferentes a los que solían vestir las composiciones típicas de los londinenses: las guitarras folk desaparecen por completo para dar la bienvenida a sonidos que nada tienen que ver con la música de raíces, ya sean lanzados a través de bases programadas (también visibles en “The Line”) o sustentados sobre un armazón de arpegios eléctricos cristalinos, sintetizadores y pianos sacados de ese pop adulto, elegante y sofisticado con aroma a los 80 que tanto se practica últimamente (como en las pseudo-gospel “Tonight’s The Kind Of Night” y “Old Joy”, las cuales, a la vez, ahondan en el positivismo recalcitrante del resucitado Charlie Fink).
Efectivamente, “Last Night On Earth” se escora hacia el soft pop sin fisuras ni aristas, rompiendo con la vena tradicionalista de sus autores, sólo (medio) rescatada por los acordes acústicos y los añejos arreglos de cuerda de “Waiting For My Chance To Come” (obsérvese la obsesión de Fink por mantener en tensión su actitud esperanzadora ante los avatares de la vida). Aunque no todo va a ser alegría por lo que puedan deparar el hoy y el mañana… Le sucede a cualquier ser humano: siempre reposarán en algún rinconcito de su corazón rescoldos de depresiones pasadas (aunque no olvidadas), que se intentan apagar aplicando una buena dosis de auto-convencimiento salpicado de reproches a una segunda persona (“Give It All Back” y “Just Me Before We Met”, que recuerdan levemente cómo eran antes Noah And The Whale, introduciendo un juguetón xilófono de fondo y la peculiaridad del clavicémbalo, respectivamente).
A estas alturas, a Laura Marling le deben de estar pitando los oídos de lo lindo, al igual que a aquellos que deseaban que Fink y los suyos encarasen la senda del neo-folk compartido con Mumford & Sons y no la de alquimistas pop como Dan ‘Destroyer’ Bejar o Sam ‘Iron & Wine’ Beam (eso sí, sin alcanzar los enormes resultados del “Kaputt” -Merge, 2011- del canadiense ni del “Kiss Each Other Clean” -Warner / PopStock!, 2011- del estadounidense). Pero valga esta doble punzada auditiva para que Charlie Fink recupere del todo su armonía personal y para que se vea “Last Night On Earth” como una inevitable fase de transición musical que necesitaban cumplir tanto él mismo como Noah And The Whale. Vendrán tiempos mejores, seguro.