No todo vale a la hora de ser un hater, ya sea escribiendo artículos cabrones o comentarios en redes sociales… Pero ¿dónde está el límite?
Acabamos de vivir un episodio francamente perturbador en la historia reciente del periodismo musical (y me aventuro a puntualizar que incluso en la historia del periodismo moderno en general). Pero, para entenderlo, hay que remitirse a ahora hace casi un año, cuando Nando Cruz, coincidiendo con el Primavera Sound 2016, publicó en El Confidencial una serie de tres artículos en los que pretendía «desenmascarar» todo un conjunto de prácticas mafiosas detrás del festival en general y de Gabi Ruiz en particular. Se notaba que tanto periodista como medio buscaban un perfect timing que tenía mucho de marrullero: ¿qué otra motivación que no fuera buscar visitas facilonas podía haber a la hora de publicar semejante serie de artículos coincidiendo con las tres jornadas del festival?
Te lo digo yo: ninguna. Y te lo digo precisamente como periodista y como director de un medio. A esto nos dedicamos: a buscar el perfect timing… Pero, ojito, porque ya incluso en aquel momento fui el primero en puntualizar que sí, que a esto nos dedicamos, pero no a cualquier precio. No todo vale. Solo hacía falta tener dos ojos (con los que leer) y un poquito de sentido común (con el que reflexionar) para darse cuenta de que ese artículo valía mucho más por lo que no decía que por lo que decía.
De hecho, valía más por lo que no decía que por lo que decía por dos motivos. Por un lado, porque lo que decía estaba dicho de una forma bastante pobre si lo consideramos de forma puramente periodística: los artículos quedaban agujereados por todo un conjunto de declaraciones acompañadas de «esta persona prefiere quedar en el anonimato» (que, a ver, no tengo nada en contra del anonimato en el periodismo, pero cuando la totalidad de tu artículo se basa en declaraciones anónimas, ¿a lo mejor no deberías plantearte mejor no sacarlo a la luz? ¿No deberíamos aprender entonces un poco del estrictísimo código moral de periodistas como Gay Talase?). Por otro lado, en el estilo de los artículos traslucía algo más que nunca se decía en voz alta pero que solo podía entenderse como una inquina personal del periodista hacia el sujeto de su -presunta- investigación.
Recuerdo pensar por aquel entonces que, independientemente de si lo que pretendía destapar o no era cierto e incluso relevante, a Nando Cruz le perdían las formas. Y, al fin y al cabo, en el periodismo las formas son tanto o más importantes que el fondo. Así que no me extrañó cuando, meses después (de hecho, hace relativamente poco), el Primavera Sound anunciaba que iba a emprender acciones legales contra el periodista. A través de este comunicado, la organización del festival informaba de que «el CIC dictamina que el reportaje transgrede dos de los pilares esenciales del ejercicio periodístico que se recogen en los criterios 1 y 2 del Código: “Informar de manera cuidadosa y precisa” y “Evitar perjuicios por informaciones sin suficiente fundamento”».
Unas semanas después, me entero de que Pelayo Díaz también ha emprendido acciones legales contra el fotógrafo Xevi Muntané, pero en esta ocasión en base a un comentario que este hizo en redes sociales. Y esto lo relaciono inmediatamente con el hecho de que, desde hace tiempo, desde la organización de diferentes eventos (conciertos, festivales, etc.) me vienen a decir que los periodistas siempre hemos sido jodidos a la hora de criticarles, pero que el verdadero infierno es la gente que deja comentarios de forma totalmente impune en sus redes sociales y que, de repente, pueden categorizar que «sois unos matados y vuestro festival es una puta mierda» sin conocer la trastienda y las circunstancias del propio evento, tirando así por tierra un trabajo que lleva meses (y mucha pero que mucha ilusión).
No quiero quedarme a este lado del espectro. Sé que este debate es una pieza diminuta de un debate mucho mayor que, por otra parte, también tiene su contrapartida. Ahí están las condenas a artistas como Valtonyc o César Strawberry por incluir en las letras de sus canciones chanzas o ataques contra políticos o contra la familia real. Ahí está también Cassandra Vera Paz cumpliendo condena por hacer chistes de Carrero Blanco en Twitter… Lo que nos conduce directamente a la inevitable pregunta: ¿dónde está el límite de lo que podemos o no podemos decir?
De hecho, esta es una pregunta que yo mismo me hago desde hace un buen tiempo con respecto a Fantastic Mag. Una de las premisas básicas cuando creamos este medio fue que no íbamos a perder tiempo hablando de cosas que no nos gustaran porque, al fin y al cabo, siempre nos sobran las cosas que nos gustan y de las que podemos hablar. Y, sin embargo, a nadie le amarga el dulce de ponerse un poco cabroncete de vez en cuando, así que no es de extrañar que de vez en cuando se nos escapen algunos textos en los que sale a relucir cierta dosis de bilis (siempre enfocada desde el cachondeo más que desde el haterismo).
Más todavía: en el cambio de siglo existía una máxima en el periodismo de tendencias que muchos acabamos odiando. Escribieras para el medio que escribieras, en todos te pedían lo mismo: ¡queremos que tu estilo sea canalla! Lo que venía a significar que debías alejar tu escritura del engolado estilo snob que siempre ha caracterizado al periodismo cultural y llevarlo a ese terreno confuso y de límites muy desdibujados en el que habitan las palabras soeces, las expresiones coloquiales y el tú a tú. Muchos son los periodistas que se hicieron un nombre precisamente por ser «jodidamente burros»… Y es inevitable recurrir al dicho de nuestras abuelas: de aquellos polvos, estos lodos. No resulta para nada extraño que aquella gilipollez supina del «canallismo» encontrara la horma de su zapato en la era de Internet, bien a rebosar de haters y mensajes anónimos telegráficos lanzados como cuchillos. Y no es de extrañar tampoco que aquel estilo medrara no solo en cierta rama del periodismo, sino también entre los propios usuarios de redes sociales.
¿Qué quiero decir con todo esto? Pues, básicamente, lo que ya queda claro en el título de este artículo: que no todo vale. Y, que por lo tanto, todos deberíamos forzarnos a reflexionar al respecto de dónde están nuestros límites. Al respecto de cuándo podemos permitirnos decir (o escribir) algo que se interpretará de forma graciosa y cuándo, por el contrario, esa gracia cruza el límite del insulto. Cuándo estamos ofreciendo una reflexión con una profundidad que justifique la negatividad de nuestro tono y cuándo hay más intención de hacer leña del árbol caído que de ofrecer un discurso realmente articulado. Cuándo es justificable el cachondeo verbal, la jarana dialéctica y el tono erótico-festivo y cuándo este mismo estilo puede percibirse como ofensivo.
Los límites no están claros. Pero el punto de partida sí, y voy a repetirlo: el punto de partida es la máxima de «no todo vale». «No todo vale» a la hora de buscar visitas a tu medio. «No todo vale» a la hora de dar tu opinión en Internet. Porque, por si no te has dado cuenta, toda esta reflexión parte del periodismo, pero quiere ir más allá. En Fantastic nos estamos planteando dónde está la línea… Pero es que, al fin y al cabo, cualquier persona que use redes sociales debería plantearse lo mismo y ser consciente de que, muchas veces, el alcance de un twit puede ser mucho más devastador (por lo que tiene de falta de profundidad en su reflexión) que un artículo. Al fin y al cabo, a los periodistas ya nadie nos lee mientras que las redes sociales están en plena efervescencia, ¿no?