A estas alturas, «relaciones entre profesores y alumnos» debería ser considerado un género literario per se. Y, como todo género literario, admite todo un amplio rango de subgéneros que, en este caso, vienen dados por la elasticidad intrínseca de la palabra «relaciones«. Curiosamente, cualquiera podría pensar que la modernidad se ha visto embargada por la mojigatería, el tabú y lo políticamente correcto al abordar este género: ¿no se quedan en bragas actos masivos de reciente factura tal y como «El Club de los Poetas Muertos» (que siempre fue una película con -insoportables- ínfulas de libro) ante otros actos igualmente masivos de la literatura clásica, tal y como «Las Amistades Peligrosas» (donde todos los personajes son profesores o alumnos del acto social en una variante endiabladamente retorcida)? Aunque la coartada del «cualquier tiempo pasado fue mejor» siempre está ahí, en este caso tampoco hay que dejarse llevar por la tentación y es mejor reconocer que la literatura actual nos ha dado ejemplos de este género a una profundidad sublime, tal y como el «Manjar de Amor» de David Leavitt (en una variante homosexual que también es un género en sí misma) o «El Animal Moribundo» de Philip Roth (que debería pasar a la hitoria debido a la arrebatadora complejidad del profesor David Kepesh). El debut de Alexander Maksik, «No Te Mereces Nada» (publicado en nuestro país por Miscelánea), viene a ponerse a la cola de esta tradición enarbolando como espada flameante un personaje realmente fascinante: el profesor William Silver.
Aludiendo a la cualidad brillante y algo ostentosa de la plata ya desde su apellido, el Sr. Silver (tal y como le llaman sus alumnos) es maestro de literatura en un instituto inglés situado en París, aumentando así la carga de aislacionismo inherente a la juventud del resto de personajes adolescentes. Entre los alumnos destacan especialmente dos: Gilad, alumno directo del Sr. Silver que se ve abocado inevitablemente a un proceso de transferencia en el que la fascinación ante lo aprendido se convierte en fascinación (rayana a lo homoerótico) hacia quien lo enseña; y Marie, alumna de la mejor amiga de Will -con la que es incapaz de mantener una relación sana- y que empieza a tejer una torpe tela de araña adolescente alrededor del objeto de su deseo para acabar descubriendo que ha quedado atrapada en ella. La voz narrativa de «No Te Mereces Nada» se reparte entre estos tres personajes (cada capítulo está narrado desde el punto de vista de uno de ellos) y, aunque a veces este recurso cae en el tópico que no acaba de explotar sus propias posibilidades (o, al menos, de buscarle nuevas posibilidades), es cierto que funciona como método para conferir al relato la misma relatividad filosófica que el Sr. Silver imparte en sus clases. Curiosamente, y pese a que a veces roza las velocidad de lectura de la literatura juvenil, el libro se muestra particularmente brillante cuando Maksik le obliga a danzar estilizadamente en la cuerda floja que separa el terreno de la relatividad real del de la relatividad como subterfugio de la derrota, como cortina de humo para ocultar la nada.
Puede que las relaciones de diferente tipo que se establecen entre William y sus alumnos (los dos protagonistas y otros muchos más que tienen sus respectivos momentos de gloria en los vibrantes debates en las aulas que ocupan parte de la novela a medio camino entre la verosimilitud y la mitificación) sean el corazón de «No Te Mereces Nada«, pero lo cierto es que cuando Maksik se acaba llevando el gato al agua es a la hora de, llegados al final, tener la valentía suficiente para tirar de la manta (que cubre una fachada que el protagonista ha acicalado con filigranas de plata) y dejar al descubierto un vacío, una nada, una decepción con la que los adolescentes deben aprender a vivir. Porque los deslices sexuales y románticos de Marie e incluso la transferencia de la figura paterna que realiza Gilad resultan excesivos pero se ven ciertamente justificados por la edad de ambos, pero lo verdaderamente valioso aquí es el paulatino resquebrajarse de la figura idealizada del Sr. Silver, que incluso puede resultar antipático en los primeros capítulos debido a su perfección clichetera pero que a cada nuevo paso en falso va dejando al descubierto la materia oscura que late bajo el trampantojo que nos han querido vender las historias de romance maestro / alumno más masivas, menos inquietas. De esta forma, en su acto final de tragedia sorda y desapasionada, «No Te Mereces Nada» acaba revelando un golpe oculto al demostrar que sus esfuerzos no sólo han sido dirigidos a mostrar la lenta caída del mito del profesor perfecto, sino también a dejar al descubierto la aceptación de la caída del mito y el abrazo de la decepción como dos de los tocones (dos más) que alimentan las llamas de la sorda desesperación juvenil de última generación.
[Raül De Tena]