Hay gente a la que no echo de menos. A Rajoy, por ejemplo, cuando se va de viaje. A Led Zeppelin o a The Beatles, porque no puedo echar de menos a gente que no viví en vida y porque no hay nada peor que añorar lo que nunca jamás sucedió. Ni a Esperanza Aguirre tampoco. Quizás a Milli Vanilli o a los New Kids On the Block, pero a No Doubt no. Y menos habiendo hecho un discazo como “Love Angel Music Baby” (Interscope, 2004) hace relativamente poco. Nadie necesitaba un ejercicio consecutivo y poco consecuente de un grupo eminentemente noventero por mucho que Backstreet Boys, Soundgarden, Take That o Sebadoh se hayan reunido y por mucho que ver «Twin Peaks» y utilizar los vaqueros sobaqueros siga molando. NADIE.Y si bien por momentos la modernización de No Doubt parece trasladarnos a los mejores momentos de grupos como The Ting Tings (sí, los hubo) o The Do, Stefani y compañía lo que parecen intentar (fallidamente) en todo momento es haber plantado una semilla podrida e híbrida entre su mítico «Tragic Kingdom» (Interscope, 1995) y el «Mad Season» (Atlantic, 2000) de Matchbox Twenty. Lo que quizás no sepan, y aquí estamos nosotros para decírselo, es que el disco parece un puntal de caras B de Hillary Swank o Kelly Clarkson con algún que otro regustillo malparado al reggae de alguno de los bisnietos de Bob Marley (que no saben que no nacieron para ello) metido en una licuadora de pop de raíz urban para radio fórmulas de los 90 pero quince años después que haya pasado de moda.
No Doubt acaban definiéndose como padres poco diligentes del reggae pop mainstream americanista y noventero del que acabó transformándose la radio fórmula de cantautoras posteriores como Alanis Morisette o Shania Twain. Han descuidado al retoño y ahora es uno de tantos obesos norteamericanos que, por mucho que corran en la cinta y se apunten a clases de bailes banghras, siguen siendo racistas consigo mismos. Porque lo innecesario de un registro como este “Push and Shove” (Interscope, 2012) tras un divorcio que había engrandecido y llevado hacia terrenos más de diva subversiva a Gwen Stefani, acaban tirando todo por la borda: lo impoluto de álbumes como «Tragic Kingdom» o «Rock Steady» (Interscope, 2001), lo innecesario de canciones de urban pop maquinero con algún que otro guiño sintético forzado al reggae supuestamente matriz de la banda (“Looking Hot”), neobaladas para Rihannas viejas (“Easy”), canciones perdidas del “Baby One More Time” (Zomba Recording, 1999) de Britney Spears con pedales de distorsión y acordes de tónica y quinta (“Gravity”), arranques del primer indie de los Killers o Kings of Leon en tono hortera (“Undercover”) o de una proyectiva colaboración entre David Guetta y los Jonas Brothers (“One More Summer”) y hasta intentos de saquearse la rama percutiva que Stefani plasmó tan bien en canciones de su periplo solista como “Hollaback Girl” (“Stand and Deliver”). Una orgía de sinsentidos, guitarras moderadas por pedales de distorsiones y efectos digitales, esa voz de drama de Stefani intacta pero buceando en terrenos actualmente ajenos que minimizan sus dotes de diva punk (P!nk mola más).
Apenas en algunos momentos de canciones como “Push and Shove” (con Major Lazer y Busy Signal secundando), la ñoña “Dreaming the Same Dream” o la acuosa “Sparkle” parece que la cosa promete y que ese ejercicio de auto-actualización puede llegar a cuajar si no se dedicaran durante tanto tiempo a cagarse en sí mismos y cargarse sus gags más positivos. Parece que Gwen se baja de la burra y prefiere jugar a la colectivización de sus posibilidades en lugar de postularse como la rebelde pija que en vez de ser una Spice Girl decidió revolucionar el mercadeo pop. Ni una ni la otra. ¿Dónde quedaron aquellos chavales que se follaban entre sí y escuchaban a Madness y The Specials? Probablemente en alguna fiesta para esnobs y en pasillos o sótanos de alguna compañía multinacional.
[Alan Queipo]