¿Te fascinan los niños superdotados? Pues aquí está «Niño Prodigio», la novela gráfica en la que Michael Kupperman explora el lado oscuro de este fenómeno.
Fórmulas. Todo se reduce a las fórmulas, a comprobar su efectividad o a poner en tela de juicio su infalibilidad. Pongamos, por ejemplo, el mundo de la novela gráfica, que en las últimas décadas se ha visto bascular entre dos tendencias formularias diferentes pero complementarias. A un lado tenemos la auto-ficción, el género por excelencia (también en literatura, cada vez más en cine) en el que el autor se implica en la historia doblegando los bordes de lo verosímil. A otro lado tenemos el «yo no iba a salir, pero me lié». O lo que es lo mismo: empecé a investigar la biografía de mi madre y por el camino no solo me encontré a mi mismo, sino también una historia altamente explosiva.
Con «Fun Home» de Alison Bechdel a la cabeza de la conjunción de ambas tendencias, es imposible no considerar el «Niño Prodigio» de Michael Kupperman como una especie de dilatación de la fórmula no por la vía de la intensidad, sino más bien todo lo contrario. Me explicaré poco a poco. Pero, antes, permitidme abonar un poco el terreno base sobre el que se construye esta novela gráfica que ha sido distinguida repetidamente con galardones como el Premio de la Crítica 2018, el Mejor Libro del Año según Publishers Weekly y la Mejor Novela Gráfica del Año según Comics Beat.
El hombre que se ha llevado todos esos premios a casa es Michael Kupperman, que debería ser un autor más reconocido pero que, para qué vamos a negarlo, no lo es. Porque puede que antes de «Niño Prodigio» hiciera tiras cómicas para medios como «The New Yorker«, «The New York Times«, «Esquire» o «McSweeney’s«, además de trabajar en cómics para Marvel y DC y de realizar animaciones para «Saturday Night Live» o «Comedy Central«. El currículum de Kupperman es espectacular, eso no lo niega nadie.
Pero lo cierto es que le faltaba esa gran historia que le sacara del público estrictamente yanqui (más reducido todavía: el público de tiras cómica en Estados Unidos) y le abriera las puertas de la que a día de hoy sigue considerándose la gran división del cómic contemporáneo: la novela gráfica. Para dar ese gran salto, Kupperman recurre a la intra-historia de su familia y, sobre todo, a cómo le afectó una infancia como hijo de un niño prodigio que triunfó en EEUU dentro del programa (primero radiofónico, finalmente televisivo) «Quiz Quids«.
Este era el típico programa en el que un grupo de niños respondían preguntas de conocimiento general y dejaban boquiabiertos a unos adultos que debían admitir su inferioridad intelectual. Totalmente a gusto. Porque admitir algo así ante un crío siempre es más fácil que hacerlo ante un igual. Lo interesante, sin embargo, es que Kupperman ofrece el marco ideal para que la historia de su padre se entienda a la perfección: «La expresión «niño prodigio» aparece por primera vez en la década de 1860, referida a las inmigrantes prepúberes que actuaban en los escenarios de los cabarés urbanos. En los años 20 ya había niños prodigio por todas partes: en deportes, ciencia, artes, matemáticas… Para una familia de inmigrantes, un niño prodigio era una oportunidad de prosperar, como si te tocara la lotería«.
Joel Kupperman se convirtió en la esperanza de todo un país en un momento (la guerra y la post-guerra) en la que esperanza era precisamente lo que faltaba. Ahora bien, el autor no se detiene tanto en las luces y prefiere dirigirse hacia las sombras. Primero, los claroscuros del propio formato de programa protagonizado por niños prodigios: Michael Kupperman se embarca en una investigación que refresca la memoria en cuanto al hecho de que estos programas siempre estuvieron amañados. Hasta ahí, bien.
Lo impactante llega cuando aborda el hecho de que, además de amañados, estuvieron totalmente controlados en base a unos intereses de puro marketing. «Quiz Quids» estaba amañado, claro, pero resulta que estaba amañado para favorecer a un niño judío, Joel Kupperman, en un momento en el que su condición religiosa podía servir a ciertos intereses propagandísticos. Y eso es algo que el mismo Joel sabía, por mucho que no sea la única semilla de sus ostensibles disfunciones como persona adulta obviamente dañada.
Ahí está la segunda (y mucho más importante) sombra que Micheal Kupperman borda en «Niño Prodigio«: le devastadora huella que dejó «Quiz Quids» en su padre. El hecho de que Joel se convirtió en alguien que huía de su propio pasado para intentar ser una persona totalmente normal… Sin darse cuenta de que, por el camino, estaba cortando todos los lazos emotivos con el resto de seres humanos y extirpando todo aquello que le hacía humano.
Para empezar, Joel niega su propia inteligencia: «Existe la extraña idea de que la inteligencia es un bloque único, pero en realidad uno puede ser muy listo para algunas cosas y un idiota para otras«. Y, para continuar, se aleja a años luz de cualquier ser humano, incluido su hijo. «Papi, ¿tú me quieres?«, pregunta Michael en un recuerdo. «A ratos«, responde su padre sin alterar su hierática expresión. No es de extrañar, entonces, que el autor se embarque en una especie de cruzada heroica en la que solucionar la enigmática fórmula de su padre hará que su propia fórmula se solucione también: «Ahora está perdiendo la cabeza para huir de que yo lo comprenda. A tomar por culo. Ya me entenderé yo solo. ¿He dicho «me»? Quería decir «lo».«
Es en ese punto en el que auto-ficción y auto-descubrimiento se fusionan en la trama de «Niño Prodigio«, un viaje que resulta apasionante en su propio desapasionamiento. El estilo gráfico de Michael Kupperman solo puede definirse con una palabra: Asperger. Puro y duro. Sus personajes parecen incapaces de mostrar emoción alguna… Y, curiosamente, ese desapego, esa frialdad, esa opacidad emocional chocan frontalmente con el desempeño del autor, por su tesón a la hora de buscar un sentido a su vida. Un choque a veces divertido, a veces escalofriante, pero siempre apasionante. El tipo de choque frontal que convierte una novela gráfica en un clásico instantáneo. [Más información en la web de Michael Kupperman y en la de Blackie Books]