El Niño de Elche actuó en Barcelona hace unos días para presentar su nuevo disco… Y, según nuestra percepción, para demostrar (por todo lo alto) que el flamenco es pura actitud.
Francisco Contreras aparece en el escenario en chándal y zapatillas. Observamos cómo se desviste y se engalana con un traje de tres piezas, camisa blanca abotonada hasta arriba. Muy serio, casi solemne. No lo sabemos todavía, pero esto no es más que una declaración de intenciones de lo que vendrá después, desdiciendo aquello de que “el traje no hace al monje”. Enfundado en el traje de cantaor, el Niño de Elche parece abrazar la liturgia flamenca para luego ir quebrándola canción a canción.
La presentación de su disco en la sala Barts de Barcelona, “Gran magna antología, historia, memoria, rito y geografía del canto flamenco-andaluz, mundo y forma del cante gitano y archivo y tesoro del flamenco original, antiguo, jondo y heteroxo”, comienza con una farruca escrita en catalán: “La Farruca de Juli Vallmitjana”. Lo poco que hemos visto hasta ahora debería bastarnos para entender dos cosas: que a partir de aquí no espera un paseo por caminos insospechados y poco sobados de la periferia del flamenco, y que los guiños van a jugar una parte importante en este juego. Empieza amable, nos ponemos cómodos y comienza el espectáculo.
El hilo conductor de esta primera mitad del repertorio es la voluntad de querer explorar otros territorios, de cruzar fronteras, incluso de desdibujarlas para experimentar con nuevas texturas y estructuras que a priori no serían consideradas flamencas. “Seguiriyas del Silogismo” es una clase de lógica por seguiriyas; en “Soledades de la Pereza” le susurra bostezos al micro que se propagan entre el público. “El Prefacio a la Malagueña de El Mellizo” representa un alto en el camino. Volvemos a la liturgia. El humo, como si de incienso se tratase, invade el escenario. Suena un órgano. Abrazamos la mística.
Se trata de un momento de recogimiento, aunque no por mucho tiempo: tras los aplausos, el Niño de Elche nos suelta “no sabía yo que fuerais tan religiosos” y da paso a la “Saeta del mochuelo con la Mariana seguido de Plazoleta de Sevilla en la noche del jueves Santo”. Con ella, le vuelve a dar la vuelta a todo esto. Sigue presente lo religioso, el humo alcanza al público ya, un músico toca un paso de Semana Santa al tambor. De repente deja de tocar, pero el tambor sigue sonando, es una grabación. Hay juegos de voz y esta se mezcla con la electrónica.
No nos da respiro. Las tres canciones que siguen son el claro exponente de lo que lleva rato diciéndonos: que el flamenco es actitud. Muchos artistas se acercaron al flamenco gracias a Lorca, el cual lo universalizó con la visión romántica que del mundo gitano tenía. Con “La canción de cuna de Crumb”, “Petenera de Shostakóvich” y “Deep Song de Tim Buckley” vemos cómo tres artistas de disciplinas muy distintas interiorizaron el imaginario del granadino e hicieron una reinterpretación del mismo. Los gestos, la expresión, la textura de la voz o el tema de la muerte, son algunos de los territorios que exploraron estos tres artistas desde una visión única y personal. Niño de Elche desnacionaliza así el flamenco y lo expone como un cante universal, a pesar de las intenciones de la ortodoxia de hacer lo contrario.
Hemos alcanzado el ecuador del concierto. La tensión experimental se rompe con el “Fandango Cubista de Pepe Marchena”. Otro guiño a los arrebatos de retórica a los que cede la crítica, cuando no sabe qué decir, y que le atribuyó el adjetivo “cubista” a la forma de cantar del maestro, signifique lo que eso signifique… El Niño se baja del escenario y cual cupletera nos regala un momento intimista que nos reconduce a la melodía. La alegría y el flamenco más socarrón nos esperan. Nos reconciliamos con el repertorio.
Desde ahora hasta el final, hará gala de una de sus mejores armas: el sentido del humor. “El tango de la Menegilda” es como si estuviéramos en un cabaret. De hecho, nos explica que este fue un himno en los bares gays más underground de Viena. Le sigue la enorme “Fandangos y canciones del exilio”, con la dosis de fuerte crítica social que no podía quedarse fuera. Finalmente, “Caña por pasodoble de Rafael Romero El Gallina” y, para acabar la fiesta como bien se merece, “Rumba y bomba de Dolores Flores”. La gente se viene arriba. Con sonrisa pícara, nos cuenta que esta versión de «La Bomba» de Lola Flores sonaba en la Warhol Factory. Jack Smith, con el sobrenombre de Dolores Flores, hacía versiones de «La Bomba» con la guitarra de Lou Reed… Y si esto no es parece una bomba, yo ya no sé qué más os puedo contar.
Acaba con un bis a capella de “Tanguillos de Cádiz” que sabe a poco. Lo que hemos visto esta noche es la genialidad de un artista que trabaja sin cortapisas. El apropiacionismo se convierte aquí en relectura y reinterpretación de la actualidad. Lo del Niño tampoco parece casual. Con su sonrisa de granuja, se acerca a la música con la imaginación y libertad que abandonamos en la edad adulta. El juego que nos propone no es otro que el de dejar los prejuicios a un lado, sorprenderse y dejarse maravillar. Un juego al que no siempre es fácil entrar, pero que bien merece un intento. ¡Olé, olé y olé! [Más información en el Facebook del Niño de Elche // Escucha «Antología del Cante Flamenco Heterodoxo» en Apple Music y en Spotify] [FOTO: El Periódico]