«Niebla Fronteriza» es el último libro de Hasier Larretxea publicado por El Gaviero Ediciones. Poemas que llenan las páginas de barro, de animales, de prados, de familia. Poemas que tras sí dejan el rastro de una infancia entrelazada (y de qué forma) al paisaje.
PORQUE ESCRIBIR ES VOLVER. Si hay un refrán que retumba en mi cabeza y en mi familia desde que tengo memoria es el de «pueblo pequeño, infierno grande». Cuatro palabras que golpean, que resumen demasiado bien la vida de los que hemos crecido o hemos pasado parte de nuestra infancia a caballo entre la urbe y el pueblo. Quitando la imagen idílica de lo que supone pasar parte de tu vida en un ambiente rural, rodeado de naturaleza y animales, crecer en un pueblo duele. Duele el rumor, la habladuría, el sinsentido, la vergüenza. Duele el qué dirán, el porque tu abuelo, porque tu padre, porque en esta familia y en este pueblo… Duelen las miradas que quieren saber demasiado, las zancadillas en la hora del recreo, las mofas y los silbidos al cruzar la calle. Duele esconderse, querer refugiarse entre las ovejas y los matorrales, echar de menos el prado, las raíces, y el camino de vuelta a casa.
Pero los poemas de Hasier Larretxea son valientes, abren paso entre la niebla, escriben desde el recuerdo y la herida. Quizás, porque saben demasiado del dolor y de la vergüenza, nacen del coraje y del amor al lugar del que fueron y del que siguen siendo parte. Aquí se oyen los pasos de la abuela, la nueva grieta naciendo del hacha, los secretos que no se guardan. Aquí se siente la escarcha en el lomo, el pastor contando a sus ovejas, el camino al escondrijo para esconderse del pudor, para descubrir el amor, el canto, la vida.
Porque un buen pastor siempre cuida de su rebaño e intenta que permanezca unido. Así se evita la entrada de los depredadores, la pérdida, el hambre. Así escribe Hasier. Sin que ningún temblor se sienta huérfano, sin que la infancia se salga de la vereda de vuelta a casa. Porque escribir es volver, es vivir.
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Que los hijos crecían en los matorrales. Que se los llevaban de los brazos de sus padres. Que no hubo quien le supiera besar. Que en la vida entre pendientes el cariño era un bien preciado. Aprendió a interpretar las respuestas que le fue soplando la soledad del atardecer en el costado de la colina.
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Hubo vida
Tierra, coto, fuente,
ovejas, portillo,
vaca en el charco.
Hay desolación.
Restos abandonados
de estancias
cubiertas por la maleza.
Pastor ahorcado
con la cuerda que ataba al perro.
Torre medieval entre arbustos.