¿Qué son exactamente los NFT? ¿Nos encontramos ante una nueva Fiebre del Oro? Te lo explicamos todo sobre los Non-Fungible Tokens en esta pequeña gran guía.
Seguro que últimamente te has cansado de escuchar acerca de los omnipresentes NFT. Cada día, estas siglas copan los titulares de decenas de medios, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. Realmente, estamos viviendo su momento de fiebre máxima y, de hecho, por ahora no podemos ni intuir su alcance futuro. Pero, precisamente por el momento tan primerizo en el que nos encontramos, es necesario preguntar: ¿realmente sabemos qué son?
Antes de meternos en profundidad en el -en ocasiones- confuso mundo de los NFT, hablemos de otra palabra con la que todos estamos mucho más familiarizados gracias, sobre todo, al ubicuo Bitcoin y al resto de criptomonedas: blockchain. Si nos ponémos teóricos (y un poco técnicos), diremos que esta es una tecnología basada en una estructura de datos descentralizada cuya información se sucede bloque a bloque. Cada bloque guarda la metainformación de su predecesor en la cadena, distribuyéndola a la siguiente. Toda esta información se encuentra codificada, protegiendo, de esta manera, la privacidad y la seguridad de los usuarios a la hora de realizar transacciones, las cuales no tienen por qué ser únicamente económicas.
La tecnología blockchain se encuentra detrás del sistema de transacciones de la mayoría de criptomonedas existentes. De esta rorma, utilizando la cadena de bloques, los usuarios pueden intercambiar sus tokens de forma segura. Pero, igual que hay tokens intercambiables, también existen aquellos que no lo son. Y aquí es donde entran en escena los NFT.
Las siglas NFT corresponden a Non-Fungible Token, es decir, tokens cuya naturaleza no se cimenta sobre un intercambio. Pueden ser, literalmente, cualquier cosa: una fotografía, un archivo, una canción, un libro, un tweet -tal y como hizo el CEO de Twitter hace no mucho tiempo- o jugadas de la NBA. Entre sus principales características se encuentran su condición de ser únicos e indivisibles y la de proporcionar un prueba de autenticidad y propiedad digital al comprador. Dadas estas propiedades, el uso mayoritario de los NFT se corresponde con el coleccionismo digital.
Esto es lo que pensaron Matt Hall y John Watkinson, trabajadores del estudio estadounidense Larva Labs, cuando, en 2017, lanzaron al mercado el primer token no fungible. Entre el absurdo y el experimento social, Hall y Watkinson pusieron a la venta -en la blockchain de Ethereum– los CryptoPunks, diez mil figuras únicas y coleccionables creadas al estilo pixel art. Y, aunque pueda parecer todo lo contrario, la idea tuvo -y tiene- un éxito impresionante.
Más curioso aún fue el caso de «CryptoKitties«, un juego en blockchain desarrollado por Axiom Zen para Ethereum. En este juego, los jugadores tienen que criar y vender gatos digitales con el fin de adquirir, a cambio, ethers. Se considera que «CryptoKitties» es el primer intento por parte de los NFT de aunar el ocio con la tecnología blockchain. Y su éxito fue tal que, en diciembre de 2017, consiguió detener la red de Ethereum después de que esta alcanzara su máximo histórico de transacciones.
NFT: ¿la gran revolución del mercado artístico?
No obstante, los diferentes usos de los NFT van mucho más allá. Al ser considerados piezas únicas e irrepetibles, se convierten en un activo con infinitas posibilidades de negocio. Algo de lo que, por supuesto, los grandes inversores ya se han dado cuenta, utilizándolos en campos tan diversos como el sector inmobiliario, acciones, bonos o bienes relacionados con el mundo del arte. Es este último el que presenta opciones más interesantes. Tanto es así que, para muchos, los NFT están revolucionando el mercado del arte como pocas veces se había visto con anterioridad, solamente comparable a cuando el arte callejero comenzó a ser expuesto y comercializado.
Por ejemplo, muy recientemente, el historiador Ben Lewis se ha convertido en noticia en todo el mundo al convertir en un NFT el cuadro «Salvator Mundi«, de Leonardo Da Vinci. La única diferencia respecto al original es que, en la versión de Lewis, Cristo porta un fajo de billetes en lugar de un orbe. Y la cosa no se queda ahí, ya que el historiador pretende venderlo por la friolera de 450 millones de dólares o, lo que es lo mismo, el precio de la obra original. Cómo no podía ser de otra forma, esto ha levantado una polvareda de opiniones en el núcleo artístico. ¿Es justo que una mera copia, con unos cuantos detalles cambiados, valga lo mismo que un cuadro, único en el mundo, pintado por Da Vinci? Seguramente no lo sea, pero, mientras existan compradores que decidan desembolsar tales sumas de dinero, habrá alguien que, lógicamente, quiera sacar tajada.
A raíz del nacimiento de este horizonte de infinitas posibilidades, son cada vez más los artistas -o mejor dicho, criptoartistas- que tratan de vender sus obras en formato NFT. Tal es el caso de Mike Winkelman, mejor conocido como Beeple, quien, después de vender una obra suya en archivo JPG por casi 70 millones de dólares, se ha convertido en el artista vivo más cotizado, tan solo por detrás de dos grandes figuras del arte contemporáneo como son las del escultor Jeff Koons y el pintor -entre otras muchas cosas- David Hockney.
Esta es tan solo una de las decenas de pruebas que demuestran cómo el criptocoleccionismo está añadiendo una nueva dimensión a un mercado artístico que, sin lugar a dudas, lo necesitaba con más urgencia que nunca. Eso sí, la duda siempre está ahí: ¿realmente tiene sentido comprar, por millones de dólares, algo que, literalmente, no existe y que, además, puede dejar de existir en cualquier momento?
Pero no todo se remite al arte pictórico digital, sino que se expande a muchos más ámbitos, como puede ser el literario, el arquitectónico e, incluso, el musical. Por poner un ejemplo: el mes pasado, la banda de rock Kings Of Leon se convirtió en la primera agrupación en vender un disco en formato NFT. La cosa no se queda ahí, ya que la banda ha lanzado otros tipos de NFT, como, por ejemplo, uno que garantiza a su comprador tener una entrada en la primera fila durante todos los conciertos de Kings Of Leon. Por supuesto, este lanzamiento ha levantado un terremoto de opiniones dentro de la industria musical durante las últimas semanas. Y es que, mientras para algunos este podría ser el futuro de la distribución artística, para otros tan solo se trata de una burbuja, un espejismo incorpóreo que, más pronto que tarde, habrá de pincharse sin posibilidad de salvación.
¿Burbuja o negocio con futuro?
Al igual que ocurre en el círculo de las criptomonedas, en el mercado de los NFT existe el debate, de momento irresoluble, sobre si estamos hablando o no de una burbuja. Y es que, si bien ahora mismo los tokens no fungibles están viviendo su llamada fiebre del oro, varios expertos apuntan a que, en realidad, no sirven más que para especular y efectuar operaciones comerciales cuyo único fin es obtener beneficios.
Es más, ¿os acordáis de la obra de Beeple comprada por casi 70 millones de dólares? Pues bien, su comprador Vignesh Sundaresan declaró a la prestigiosa revista Bloomberg que, en su opinión, la burbuja de los NFT se acabará desinflando porque la voluntad final de los compradores no es apoyar al artista o adquirir una obra por su valor artístico, si no, simplemente, revenderla a posteriori por un precio mayor. Algo que, tal y como Sundaresan pronostica, hará que existan «unos pocos artículos de un gran valor y un número infinito de artículos de muy bajo valor«.
De forma similar opina Seth Godin, uno de los teóricos del marketing más relevante de lo que llevamos de siglo XXI, quien recientemente escribió en su blog que el futuro de los NFT será parecido al presente de los libros Kindle o los vídeos de YouTube: «La gran mayoría tendrá 10 visitas, no mil millones». Si Sundaresan y Godin tienen razón, solo el tiempo lo podrá dilucidar. Pero, desde luego, un mercado en el que el cada vendedor pretenda vender su producto por millones de dólares jamás se podrá sostener. Tarde o temprano, los precios de la gran masa de NFTs tendrán que bajar. O no. Al fin y al cabo, tratar de hacer elucubraciones sobre el criptomercado no deja de ser construir castillos en el aire.
Cómo dijo el inversor multimillonario Mark Cuban: «El oro se ha convertido en la reserva de valor por excelencia porque parte de una narrativa. Hay un montón de metales preciosos que cumplen con los mismos requisitos, pero el oro tiene más compradores. Cuando el número de compradores aumenta, el precio sube, y viceversa. No hay nada único o especial en el oro salvo por el hecho de que la suficiente gente cree en esa historia y compra oro». Esta reflexión es, desde luego, aplicable a la galaxia de los NFT y todo lo que la rodea: tendrán valor mientras la gente crea que lo tiene, pero ¿y si llega el momento en el que dejan de creerlo?
El preocupante impacto ambiental de los NFT
Sin embargo, esta no es la única polémica que levantan los NFT. Tanto ellos como las criptomonedas, tarde o temprano tendrán que enfrentarse a un problema ineludible: el desorbitado daño que causan al medio ambiente. Para ponernos en contexto, Bank of America asegura que Bitcoin consume igual o más energía que un país desarrollado del tamaño de Grecia, el cual cuenta con casi 11 millones de habitantes. Y lo que es aún peor: cuanto más suba el precio del Bitcoin, más energía necesitará y mayor será su huella ambiental. Todo eso, en un contexto como el actual, en el que las empresas tendrán que verse obligadas sí o sí a reducir sus emisiones frente al, tristemente, inexorable avance del cambio climático.
Por supuesto, las criptomonedas no son las únicas en causar daños y la huella ambiental de los NFT es, también, elevadísima. Según ha comentado el creador de CryptoArt.wtf -una web dedicada a medir el impacto energético de los tokens no fungibles- un solo NFT promedio consume la misma cantidad de electricidad que un habitante de la Unión Europea en dos meses. Para arrojar una cifra más concreta, se ha calculado que una galería de criptoarte produce, anualmente, unas 320 toneladas de emisiones de dióxido de carbono o, lo que es lo mismo, la cantidad de CO2 absorbible por una plantación de unos 2.000 árboles. La cantidad de energía que esta galería consume, en el mismo período de tiempo, se estima en 520 megavatios a la hora.
Esto está ocasionando que sean muchos los creadores que deciden abandonar el barco de los NFT en busca de nuevas propuestas cada vez menos contaminantes. Por suerte, estas propuestas, nacidas con la firme intención de combatir el desmesurado gasto energético provocado por la cripto-minería, son cada vez más, y su número crece exponencialmente, día a día. Aun así, continúan siendo muy minoritarias y, tal y como afirman los expertos, su presencia es mucho menor de lo que debería ser a estas alturas del partido.
Una de las más interesantes es, sin duda, la de Tezos, una red blockchain basada en contratos inteligentes. Según los datos de la Universidad de Cambridge, Tezos consume unos 60 megavatios a la hora, frente los 130 y los 26 teravatios por hora que consumen Bitcoin y Ethereum, respectivamente. Una diferencia que se traduce en unas 200 millones de veces menos. Más que notable, desde luego.
Solo hay una cosa que está clara, y es que este tema, con el avance del tiempo, irá adquiriendo más y más capas de matices y complejidad. Por una lado, siempre existirán aquellos que defiendan que el beneficio económico y el rendimiento tecnológico es más prioritario que el medio ambiente. Por otro lado, estarán los que tengan dos dedos de frente. Ya sabéis, la vieja historia de siempre, una historia a la que el ser humano parece estar condenado a repetir eternamente.
¿Qué futuro le esperan a los NFT? ¿Son la gran revolución que muchos creen o, por el contrario, estamos antes una burbuja especulativa que, como tantas otras, acabará por pincharse? ¿Están aquí para quedarse? ¿Son un nuevo fondo de inversiones? ¿Reescribirán las reglas del coleccionismo y mercado del arte tal y como los entendemos? Son demasiadas preguntas para las que yo, desde luego, no tengo la respuesta. Y dudo que alguien la tenga actualmente. Tan solo nos queda esperar a que el tiempo desvele el misterio.