Hace ahora unos cuatro o cinco años, el principal debate en torno a la producción cinematográfica más inquieta giraba en torno a la permeabilidad de fronteras entre ficción y no ficción: en aquellos tiempos, surgieron todo un conjunto de cintas inclasificables que pusieron a prueba la clasificación genérica clásica que diferenciaba entre documental y película de ficción. El abanico era tan amplio como para acoger en su seno propuestas de autor como «Vals con Bashir» a la vez que esa querencia por el found footage de la que, de pronto, muchos blockbusters hiceron uso y abuso. El cuestionamiento de los resortes internos del documental no era nada nuevo: desde «Nanook, El Esquimal» se había puesto en duda la supuesta imparcialidad del documentalista a la hora de influir sobre lo documentado. Sea como sea, aquella tendencia que explotó en cine hace unos años resulta que también tiene su particular correspondencia en la literatura, donde el trenzado genérico se complica hasta unos niveles cada vez más extremos. Desde hace décadas, no se trata de diferenciar entre ficción y no ficción: aquí se trata de que hemos llegado a un punto en el que escritores como Blake Butler son capaces de llevar hasta el filo no sólo la escritura como ejercicio desestabilizador, sino la propia concepción del libro como un espacio abierto donde no existen ni muros ni paredes, donde es difícil saber dónde acaba un género y empieza otro y, sobre todo, donde a nadie le importa ya dónde acaba el autor y empieza el personaje.
«Nada. Retrato de un Insomne«, publicado en nuestro país por Alpha Decay, puede entenderse como una batalla en tensión silenciosa entre el ensayo y el género autobiográfico, aunque sería reduccionista pasar por alto que aquí también se puede sospechar de las cargas de ficción que siempre vienen junto a ese tipo de prosa sobre la que se realizan filtraciones de poesía como deriva lírica. Resulta preclaro el subtítulo que acompaña a «Nada«, dejando claro desde un buen principio que la voluntad aquí es realizar un «Retrato de un Insomne«: un retrato no es un cuadro clínico, sino una descripción en la que un artista representa libremente a un retratado. Por qué no utiliza Butler la partícula «auto» delante de «retrato» puede considerarse, evidentemente, otro síntoma más de la tierra de nadie genérica en la que se mueve este no-ensayo. Lo que sí que queda claro es que, por mucho que en este tomo puedan encontrarse numerosas explicaciones científicas y teorías médicas en torno al insomnie, e incluso estas se vean acompañadas a veces por datos sociológicos y por curiosidades de librillo, la voluntad de Blake Butler está en las antípodas de la del ensayo: los datos rigurosos son tan sólo una herramienta más, casi anecdótica, con la que el autor construye un discurso mucho más interesado en hablar del insomino del propio autor que del insomnio en general como ente analizable en un marco clínico.
En esa voluntad radica, por lo tanto, tanto la fuerza como la debilidad de «Nada. Retrato de un Insomne«. Fuerza o debilidad que dependen, al fin y al cabo, de la capacidad del propio lector para dejarse llevar: Butler dispone sobre el lienzo de sus páginas un retrato realizado con pinceladas puntillistas y precisas que van conformando una figura en forma de espiral. Como si se tratara del típico patrón circular al que recurren los hipnotizadores, el autor construye su discurso como un bucle en una progresión constante pero estática, inmóvil. Una variante del discurso interior que hace pensar en qué pasaría si a Joyce le hubiera dado por plasmar los instantes anteriores a los que alguno de sus personajes se quedase dormido: efectivamente, el gran logro de «Nada. Retrato de un Insomne» es que acaba asimilando la estructura interna de ese tipo de pensamiento obsesivo y circular que suele acompañar a las noches de insomnio. Un chorro de verborrea a veces vacía, a veces angustiosamente llena, por la que van circulando imágenes poderosísimas y metáforas en construcción llevadas hasta el límite de sus posibilidades cuando Butler habla de sus sueños recurrentes (la piedra, el hombre del coche) o, sobre todo, cuando tiende lazos de similitud entre su enfermedad insomne y la de su padre.
A veces agobiante, en ocasiones cansino, pero casi siempre apasionante, el libro embelesa gracias a su capacidad para extrapolar el caso concreto (el del propio autor, espejo sobre el que inevitablemente se mira el lector) hacia el caso general (el de la propia enfermedad en el seno de la sociedad). Butler nos tenía acostumbrados a llevar hasta el límite las capacidades de la escritura, pero en esta ocasión consigue forzar hasta el extremo el concepto de género literario. Sea el que sea el género literario de «Nada. Retrato de un Insomne«.