My Morning Jacket es una de las bandas que mejor partido ha sabido sacar a su mezcla de sonidos clásicos pasados por la batidora de los nuevos métodos de creación y producción digitales. De la misma manera que, en los 90, grupos como The Flaming Lips o Tindersticks (cada uno a su manera) convirtieron una alabanza al rock and roll pureta en nueva puerta para intervenir desde una perspectiva moderna del rock, Jim James y compañía se han consolidado como uno de los grupos renovadores del sonido de bandas como The Allman Brothers o The Mamas and the Papas con la misma fiereza y calidad que inquietud experimentadora. Su pelotazo más visible tuvo lugar hace casi tres años, culpa de «Evil Urges» (ATO Records, 2008), aquel bombazo que reafirmaba al quinteto como alternativa golosa a gente como (los ya desaparecidos) The White Stripes, The Black Keys o Wolfmother desde una visión modernista del viejo y los colocaba en el noveno puesto en las listas de ventas de su competitivo país. Tres años después de giras interminables y de haber recogido los frutos más golosos del éxito instantáneo de aquella oda reformista que continuaba el acuoso experimento iniciado con «Z» (ATO Records, 2005), My Morning Jacket regresan con «Circuital» (ATO Records, 2011), sexto álbum de los de Louisville hasta la fecha y, de lejos, el que ha centrado la producción más en los tiempos medios, las melodías zonales y la dosis justa de experimentación aplicada. Pura golosina.
Si con «Z» y “Evil Urges” lograron colárnosla como en los 90 ya habían hecho otros rockeros de cuño como Pearl Jam con esa sincronía de ruido zeppelinero, melodías pegajosas y curiosa inquietud por la investigación de nuevos sonidos, con «Circuital» logran readaptar su particular concepto de canción de corte clásico a un prisma bastante más amplio, aunque difícil de llevar (y conseguir). Concentran energías en diez canciones que se pasean por el regodeo experimental casi por incidente («Circuital»), el coqueteo con el ácido psicodélico de Acid Mothers Temple («Victory Dance«), el folk de pastoreo vocal («Wonderful (The Way I Feel)«) y la respuesta versión 2.0 al AOR metalero más poppy-dance («Holdin On to Black Metal«). El quinteto norteamericano activa a todas luces sus pociones más oscuras, lisérgicas y ensoñadoras en piezas que, como cabe esperar (ya que son marca de la casa y un producto que llevan más de diez años trabajando), encienden la alarma más bluesy («First Light» o «Slow Slow Tune«) de la banda y los confirma como una de las agrupaciones que mejor utiliza sus (escasos pero bien repartidos) recursos.
Quizás las mayores novedades sean una (sobrante) canción que centraliza sus puntos en piano y voz (algo que hace perder fuelle tratándose de un grupo tan eléctricamente compenetrado como ellos) como «Movin Away» o su curiosa y expansiva facilidad para facturar melodías más propias de un grupo de indie-rock actual que de unos puretas de libro como ellos (como es The Day is Coming«: una suerte de aplicación en modo Architecture in Helsinki o Efterklang de lo que debe ser una canción de rock minimizado). Un paso adelante a la hora de abrir plano y rellenar huecos que permanecían vacantes en sus labores creativas, aunque ello conlleve generar dudas y escepticismo a la hora de preguntarse hacia dónde tirarán en su séptimo disco.
[Alan Queipo]