«Mundos del Fin de la Palabra» de Joanna Walsh impresiona al trenzar dos finales inminentes: el de la palabra y del mundo tal y como lo conocemos.
«Prefiero leer los libros en castellano porque, cuando leo, no soporto tener la sensación de que me estoy perdiendo algo porque no controlo el lenguaje al 100%… Y hay que admitir que, en cuestiones de lenguaje, por mucho que estudies uno que no sea tu lengua materna, llegar a controlarlo al 100% es prácticamente imposible«. Esto es algo que he repetido una y mil veces en mi vida por mucho que, realmente, claro que leo en inglés para no perder la práctica. Y, aunque me mantengo en lo dicho, hay veces que también me acuerdo de Nabokov.
Al fin y al cabo, ahí está ese señor ruso que escribió en inglés como nadie. Los libros de Vladimir Nabokov hacen gala de un uso del lenguaje endiablado y revolucionario que, sin embargo, resulta prácticamente imposible traducir: cuando pierdes su sentido completo es, precisamente, cuando ha pasado por las manos de un traductor. Esta es una eterna contradicción en la que vivo como lector y que ha vuelto a mi cabeza con más fuerza que nunca a medida que iba pasando las páginas de «Mundos del Fin de la Palabra«, el magistral libro de relatos de Joanna Walsh que acaba de publicar en nuestro país la editorial Periférica (que, de hecho, ya había publicado su anterior «Vértigo«).
El mismo título de este tomo ya hace pensar en el dulce acto de retorcer las palabras que se encuentra en su interior: «Mundos del Fin de la Palabra» proviene del inglés «Worlds From The Word’s End«, una subversión del más previsible «Words From The World’s End» (es decir: «palabras desde el fin del mundo»). Este es el título, a su vez, del relato que actúa a modo de corazón en el libro de Walsh: una pieza que habla, fundamentalmente, de un mundo en el que las palabras han dejado de tener sentido y han caído en total desuso, dividiendo a la población entre los que optan por el silencio y por los que siguen aferrándose a las palabras.
«Había, desde luego, teorías conspirativas. La gente mayor siempre se ha quejado de que la palabra de un hombre ya no vale tanto como solía valer, de que las promesas hoy en día valen dos duros, pero los economistas radicales señalaron una exorbitante devaluación. En tiempos, según postulaban, podías entablar una conversación palabra por palabra, aunque una imagen siempre había valido más que mil de éstas. Ése era el sistema: sabíamos lo que debíamos hacer, y era cumplir nuestra palabra, pero esa moneda estaba cayendo en picado: una imagen por cinco mil, diez mil palabras, ¡un millón! A pesar de las nuevas acuñaciones, pronto fue imposible intercambiar una palabra con nadie, a menos que la vendieras en el mercado negro del lenguaje obsceno«, escribe Joanna Walsh.
Un párrafo que, como lector en castellano, probablemente te produzca un doble escalofrío de placer provocado tanto por su fondo (sobre el valor de las palabras) como por su forma (con ese juego de reiteraciones y dobles sentidos). Curiosamente, este párrafo incluye una aclaración a pie de página (bueno, al final del libro) en el que la traductora, Vanesa García Cazorla, amplifica el buen trabajo de traducción con un excelente trabajo pedagógico. Explica, por cierto, todas las implicaciones de las frases originales en inglés («we knew where we stood, and it was by our words«) y su doble sentido (como «cumplir las promesas» y también como «apoyar algo o a alguien«).
Este es un ejemplo pluscuamperfecto para resaltar el hecho de que «Mundos del Fin de la Palabra» es un libro de relatos excelente, pero que resulta igual de excelente leído en castellano gracias a la traducción casi obsesiva de Vanesa García Cazorla. Pero es que solo una traducción obsesiva podía hacer honor a un original cuya principal raz´no de existir es precisamente el juego con el propio lenguaje. La excelente traducción al castellano y sus abundantes notas permiten disfrutar al cien por cien de una colección de relatos en los que Joanna Walsh nos avisa que, además del final del palabra, también nos estamos enfrentando al final del mundo tal y como lo conocíamos.
Un ánimo puramente existencialista lubrica una pluma que pudiera parecer surrealista cuando en verdad lo único que está haciendo es poner en tela de juicio las preconcepciones del lector para que este las reflexione y les otorgue el valor que crea pertinente una vez las haya replanteado. A ese respecto, brillan también otros relatos como «Equis» (donde los «exes» sentimentales se mezclan con las «equis» que indican besos al final de las comunicaciones virtuales -por ejemplo: xxoo-), «Enzo Ponza» (y su increíble secuestro) o «Hans El Simplón» (y el cambio de género de su protagonista a lo «Orlando» en versión postmoderna).
Pero, sobre todo, el relato que mejor dialoga con el mencionado «Mundo sdel Fin de la Palabra» es «El Relato de Nuestra Nación«, que se abre con un párrafo que la escritora ensambla a partir de expresiones robadas de la descripción del juego de rol «Ravensword«. A partir de ahí, la escritora habla de un mundo que se ha detenido en seco y que, en vez de seguir produciendo desaforadamente, se dedica a contar lo que ya ha producido: «Lo teníamos todo: electrodomésticos de línea blanca, electrodomésticos de línea marrón, cinturones verdes, áreas grises, delgadas líneas azules, peligros amarillos, alertas rojas, de todo. Sabíamos en lo profundo de nuestro ser que era el momento de hacer más. Era el momento de hacer una pausa y contemplar lo que teníamos«.
De eso va «Mundos del Fin de la Palabra«: de asumir que nos hemos metido en un jardín imposible e impracticable del que parece que no podamos salir. Un jardín en el que las palabras y la realidad, el mundo en general, parece haber perdido un significado primigenio que ha quedado enterrado en el exceso (de información, de discursos, de entretenimiento, de personas, de todo). Un significado que solo se puede recuperar, como dirían The Knife, «Shaking The Habitual«. Walsh no está sola en su empeño.
De paso, y ya en una nota conclusiva a título meramente personal, resulta que esta edición en castellano me da la excusa definitiva para reiterar lo de «prefiero leer libros en castellano«… Al fin y al cabo, nos encontramos ante un ejemplo sublime de que, incluso pasado por tamizador de la traducción, es posible entender al 100% las complejidades del idioma original de cualquier manuscrito. [Más información en la web de la editorial Periférica]