15, 14, 13, 12…. y así hasta cero. Esta cuenta atrás fue la manera elegida por el gigante mediático MTV para grabar en su propio festival, con la ayuda del público, la entrada que dará paso a la emisión de sus programas en abierto desde este mes. Un momento de agitación colectiva que refleja el funcionamiento de una convención comercial-musical de estas características: continua conexión con la audiencia (sobre todo, la facción más joven), coordinación de movimientos y rapidez para cumplir con cada punto establecido en la escaleta televisiva. Y, fuera de esa estructura rígida, ¿qué? Además de lo que importaba, las actuaciones en directo de Arcade Fire, Echo & The Bunnymen, The Temper Trap y Cornelius 1960, aparecieron los inconvenientes, imprevistos y fallos de un artefacto audiovisual del calibre del que se desarrolló en el auditorio del Monte do Gozo compostelano.
Vayamos por partes. Punto 1: a pesar de la gratuidad del evento, había un precio a pagar. La posibilidad de facilitar el acceso a toda clase de espectadores provocó que el paisaje fuese de lo más variopinto, ya que incluía abuelos con sus pequeños nietos de la mano, gente a la que no le iba ni le venía el asunto, fans impostados y, claro, aquellos que realmente estaban interesados en presenciar los conciertos. Hasta ahí, nada que objetar, ya que no estaba reservado el derecho de admisión… Pero la particularidad de tal mezcolanza se plasmaba en los sorprendentes comentarios del personal sobre el cartel y las diferentes formas de matar el tiempo a las que recurrió la chavalada (la de mayor éxito, aquella en la que se dejaban llevar por arrebatos apasionados provocados por las hormonas adolescentes). Punto 2: el efecto llamada principiado semanas atrás no logró llenar el recinto santiagués. El temor a quedarse sin plaza no llegó a ser real, y la anunciada jauría humana no se avistó por ninguna parte. De ahí que, durante el punto álgido de la noche, mientras ardía el escenario con Arcade Fire, se reunieran finalmente 15.000 personas, cifra alejada de la conseguida (mediante pago) en el festival Xacobeo 10 nueve días antes. Punto 3: el hecho de que MTV anduviese detrás del invento no evitó que apareciesen graves problemas de sonido, y esta vez no tenían nada que ver con la situación y configuración del propio recinto del Monte do Gozo.
Los afectados por esa circunstancia fueron, curiosamente, los artistas gallegos. La primera en sufrirlo fue Marta Fierro (Eme Dj), elegida para animar el comienzo de la fiesta catódica, pero la maldición de los dj’s que había surgido en el Xacobeo 10 se cernió sobre ella: no sólo tuvo que pelear contra la esporádica caída de los amplificadores del front-line, sino también contra la indecisión de la organización sobre si seguía o no con su sesión indie bailable (Fenech Soler, The xx, Robyn…) entre grupo y grupo. Tras una última intentona con el jaleo de los técnicos de sonido de fondo, se agarró un cabreo considerable y se largó del escenario. Lo mismo que pudieron haber hecho Cornelius 1960, que vieron como su teórica media hora de gloria quedaba truncada cuando dos de sus canciones sólo podían ser escuchadas por las primeras filas del foso del auditorio. El resto de su corto show lo aprovecharon para presentar su disco de debut (“1960”; Blusens Music, 2009) y su pastiche de pop, rock (unas veces recordaba a Bon Jovi, otras a Guns ‘N’ Roses), blues y funk (al estilo de Jamiroquai). Esa amalgama de influencias y su apego a la radiofórmula desorientaban y hacían decaer el interés por momentos, aunque no el de su entregado séquito de seguidores, los cuales, si por ellos fuese, colocarían a su banda favorita en lo más alto del pedestal de la escena patria mañana mismo… Vamos, a la manera de los Love Of Lesbian actuales.
Por su parte, los australianos The Temper Trap ya llevan instalados un buen tiempo en las posiciones privilegiadas de ese limbo que roza la FM y el territorio indie, sobre todo gracias a sus dos singles emblema: “Fader” (la del anuncio de esa tónica que tanto gusta a Hugh ‘Dr. House’ Laurie) y “Sweet Disposition” (famosa a nivel planetario por obra y gracia de la banda sonora de “500 Días Juntos”; Marc Webb, 2009). Ambas fueron, además de las más coreadas, la columna vertebral de un repertorio sustentado en su único álbum, “Conditions” (Glass Note, 2009), del que interpretaron otros temas que en directo ganaron en pegada sin perder su fibra sensible, como “Love Lost” o “Rest”. Sin embargo, Dougy Mandagi y los suyos (incluido su peculiar bajista, Jonathon Aherne, que tenía pinta de haber caído por allí de casualidad) dieron demasiada rienda suelta a su querencia por darle al bombo y al tambor, lo que demostraron en la inicial “Drum Song” y en la prolongación de “Resurrection”, convertidas en auténticas orgías de percusión.
Al mismo tiempo que los de Melbourne abandonaban el escenario, parecía que los muchachos y muchachas que se mantenían firmes en el frente de guerra, en busca de que las cámaras de la MTV apuntasen hacia sus caras, rebajarían su afán de protagonismo ante la salida de los, para la mayoría de su generación, desconocidos dinosaurios Echo & The Bunnymen. Pero no fue así, y como buenas marionetas del espectáculo, hasta saltaron y gritaron sin ser conscientes del valor histórico de la banda que tenían ante sí. Y eso que el inclasificable maestro de ceremonias de la reunión, Johann Wald, había relatado antes de la salida de los de Liverpool que había propuesto a Ian McCulloch (amante confeso de Arcade Fire y de su tema “Modern Man”) cantar más tarde con los canadienses, a lo que el gran Mac respondió con un significativo y lacónico “que me lo pidan ellos, que para eso soy una leyenda del rock”. Sobre las tablas, él y sus secuaces demostraron que el tiempo no pasa por ellos (aunque su físico diga lo contrario: Ian ocultó su papada de cincuentón bajo una capucha que no se quitó en la hora de actuación y Will Sergeant dejó entrever que cada vez se parece más a Julián Ruiz), a pesar de que sus LPs más recientes (caso de “The Fountain”; Ocean Rain, 2009) disten mucho de la brillantez de antaño. De ahí que las canciones más celebradas fuesen sus clásicos, empezando por “Rescue” (con su habitual homenaje a Jim Morrison), siguiendo con “The Killing Moon” y “The Cutter “ y acabando con “Lips Like Sugar” y “Nothing Lasts Forever” (y su recuerdo a Lou Reed). Tampoco faltaron las parrafadas, cigarro en mano, de McCulloch, que habló de todo un poco con ese acento liverpuliano tan característico como difícil de seguir: sobre sus lecciones de español en su época escolar, sobre Arcade Fire y, por supuesto, sobre fútbol (el Liverpool FC y su admiración hacia Fernando Torres). Así manejó el hombre de las eternas gafas de sol una situación en apariencia difícil de controlar, ya que Echo & The Bunnymen había sido el último nombre en añadirse al cartel y, a priori, el público al que se enfrentaba no pertenecía precisamente al arquetipo de seguidor del grupo.
Esa teoría sobre las bandas y el perfil de sus aficionados parece imposible de aplicar sobre Arcade Fire. Su status a día de hoy se lo permite, y el estudio de campo que se podía realizar sobre el mismo recinto del Monte do Gozo así lo refrendaba: en cuanto sonaron “Ready To Start” y “Month Of May”, con una potencia inusitada, no importaban la edad, profesión, condición social u origen de las miles de almas que habían acudido a la llamada de los canadienses. El mensaje nostálgico y la crítica subversiva acerca de los tiempos post-modernos de “The Suburbs” (Merge / Universal, 2010) daban sentido a la atmósfera de euforia que planeaba sobre la audiencia, que no pudo hacer más que rendirse posteriormente al dúo formado por las arrolladoras “Neighborhood #2 (Laika)” y “No Cars Go”. De ese modo, la banda multiplicaba (con una pericia instrumental fuera de lo común) el fulgor de su cancionero pasado y el ímpetu de sus composiciones presentes, un conjunto engarzado en un directo sólido y compacto, presentado en momentos de cruda delicadeza (“Crown Of Love”, “Rococo”, “We Used To Wait”, “Sprawl II. Mountains Beyond Mountains” o “Moder Man”, esta última interpretada bajo la atenta mirada de Ian McCulloch) o de épica atronadora (“Intervention” o “Neighborhood #1. Tunnels”). Cada pieza era acompañada por un público transformado en multitudinario corista que vivió su explosión definitiva con la archiconocida secuencia “Neighborhood #3 (Power Out)”-“Rebellion (Lies)”, súmmum emocional que elevó al cielo santiagués la paradójica sensación de felicidad y tristeza que supone estar vivos y respirar el mismo aire de las personas que más se quieren y de aquellas que más se quisieron. En ese preciso instante se daba por seguro que la demostración de poderío artístico realizada por Win Butler, Régine Chassagne y compañía los legitimaba como los orfebres que comenzaron a moldear musicalmente el siglo XXI hace cinco años con su debut, “Funeral” (Merge, 2004), y que acabarán por dominar tarde o temprano una vez sopesadas las posibles consecuencias de un álbum del calado de “The Suburbs”. Todavía quedaba por presenciar la catarsis del bis final, con unas incendiarias “Keep The Car Running” y “Wake Up” que arrancaron los corazones de los allí presentes, hicieron que los colocasen en sus puños y les obligaron a que los levantasen con fuerza: habrá quien lo niegue pero, al menos, una pequeña e íntima parte de sus vidas había pasado ante sus ojos.