Ya es totalmente oficial: el MIRA 2015 ha sido esa edición casi mágica en la que un festival pasa de ser «una promesa» a brillar como «un grande».
Hay ocasiones que, en pos del progreso, olvidamos que este mismo tiene un coste (a nivel de tiempo y, sobre todo, recursos). De esta forma, en los últimos años se está hablando mucho de la renovación del anquilosado sistema de festivales: en contraposición a un formato clásico (a saber: recinto maximalista, escenarios en los que el sonido nunca puede ser óptimo, grandes masas de público con grados variables de interés hacia lo que están viendo, artistas que suben a las tablas para cumplir con la papeleta y hacer una versión reducida de lo que harían en una sala hecha y derecha), van apareciendo nuevas propuestas que apuestan por recintos en los que el menos es más y por una selección de propuestas que establezcan un nuevo lenguaje de comunicación entre artista y público. Para entendernos: menos tipos con una guitarra cantando cuatro canciones y más actuaciones con audiovisuales que introduzcan al espectador en la propuesta, más interactividad, más voluntad de tirar abajo las fronteras entre música y arte performativa.
Pero ocurre una cosa: es muy (pero que muy) fácil hablar de este relevo en el modelo de festival cuando se mencionan grandes cabeceras como, por poner un ejemplo cercano, el Sónar. Ahora bien, ¿cómo empezar a aplicar este nuevo modelo a eventos con menos recursos, aforos más limitados y presupuestos más humildes? Vaya por delante que no tengo ni pajolera idea de recursos, aforos y presupuestos, pero me aventuro a decir aquí y ahora que le futuro al respecto de todo esto es fácilmente asimilable: sólo hace falta que otros eventos similares se miren en el espejo del MIRA, al festival que ha celebrado su quinta edición del 30 de octubre al 7 de noviembre en Barcelona.
Resultaría absurdo abordar la crónica de este festival, entonces, desde un punto de vista meramente musical… Por mucho que, ojo, lo musical haya resultado realmente desbordante durante el fin de semana de los días 6 y 7 de noviembre, que es cuando el MIRA 2015 ha concentrado su programación más fuerte. Durante dos días, la vanguardia de la electrónica (tanto nacional como internacional) ha sido definida desde dos flancos imprescindibles: por un lado, el de grandes nombres conocidos que refrendan la aspiración del festival a una merecida Clase A; y, por el otro, todo un conjunto de propuestas novedosas con las que el MIRA deja bien clara una voluntad didáctica, una capacidad de «enseñar» (aunque nunca «aleccionar») a sus visitantes al respecto de lo que está por venir en materia de nuevas sonoridades.
Por el escenario principal del MIRA 2015 han pasado actuaciones destinadas a quedar en la memoria colectiva de la Ciudad Condal, ya sea la oscuridad mental de Andy Stott que atrapó al público en una especie de akelarre atávico, la opacidad ambiental de Blanck Mass en la que tan fácil resultaba perderse (y perder la cabeza), el r&b del nuevo siglo de Nosaj Thing redefiniendo lo que debe ser una sesión bailable en pleno año 2015, las evoluciones tan cerca y tan lejos de la música clásica de A Winged Victory For The Sullen, el choque físico de las ráfagas de metralla que Ben Frost lanzó contra el público acompañado de un MFO que se marcó un fascinante show de audiovisuales orgánicos y de luces que jugaban a alternar puñetazo y bálsamo… Pero, como decía más arriba, sería absurdo hacer una lista de las actuaciones y hablar de ellas una a una, porque el MIRA no va de eso.
El MIRA va más bien de una experiencia global. Va de disfrutar de los visuales creados específicamente para cada una de las actuaciones en la gigantesca pantalla horizontal del escenario principal de Fabra i Coats, pero también de gozar el propio espacio de Fabra i Coats. Cuando la gente llega al MIRA por vez primera, suele decir que no parece Barcelona. Algunos dicen que parece Londres, otros Nueva York, algunos Berlín. Pero lo que está claro es que en la Ciudad Condal no estamos acostumbrados a este tipo de espacios donde el arte redime viejos lugares industriales (en este caso, textiles) y donde resulta mucho más fácil y cómodo abrir nuevas vías de comunicación con propuestas musicales y artísticas por lo que tienen de tabula rasa.
De esta forma, el MIRA 2015 será recordado por ser el año en el que la mayor parte de las actuaciones del escenario fueron sobrevoladas por unas inmensas alas de luces creadas por AV Exciters bajo las que era imposible no sentir un magnetismo casi mágico. También ha sido el año en el que Supermafia y Feldermelder pusieron en tela de juicio la relación de espectador y obra con «Alcove«, una instalación que los visitantes podían ver a través de un cristal y escuchar a través de unos auriculares. Pero, sobre todo, este MIRA 2015 será recordado por dos -dulces- locuras: el DOME de adidas por un lado, en el que pudieron disfrutarse de shows pensados con proyecciones en 360º sobre las paredes internas de una cúpula geodésica (con especial mención para el esperado retorno de Richard Devine a nuestro país después de varias décadas de ausencia); y la instalación «Timée» de Guillaume Marmin y Philippe Gordiani (en la foto de cabecera de este artículo), en la que el espectador se encontraba perdido en una habitación completamente oscura sólo atravesada por rayos de luz que bailaban en el interior de un círculo capaz de hacerte perder ese tiempo al que hace referencia su propio título. «Hipnosis» sería la definición más acertada para esta experiencia en concreto.
Aunque «hipnosis» también sería la definición más acertada para el MIRA 2015 en general. El aire de Fabra i Coats se vio continuamente atravesado por una conversación que se repetía una y otra vez: el diálogo entre los recién llegados, aquellos que asistían por vez primera al MIRA, y los veteranos. Los primeros no podían ocultar su fascinación, su perplejidad por la posibilidad de que un evento tan sólido haya crecido de esta forma tan exponencial fuera de su campo de visión. Los segundos, los veteranos, hacían brillar en sus miradas ese fulgor que dice «yo estuve aquí primero, palurdo». Y, entre unos y otros, es inevitable pensar que refrendaron por completo un momento más que mágico para un festival como este: la edición en la que un festival pasa de ser promesa a brillar como un grande.