La crítica mundial lo tiene claro y ha pontificado: «AIM» de M.I.A. es una mierda… Pero, si es así, ¿por qué estamos tan enganchados?
Partamos de que criticar a M.I.A. no es sólo que esté de moda… es que mola. Es que se lo merece. Vale, no es un fenómeno tipo Azealia Banks, tiparraca sobre la que podrías descargar todo el arsenal de tu furia troll más violenta sin sentir ningún tipo de culpabilidad porque, oye, su bocachancla le hace merecedora del peor karma. Lo que pasa con Maya Arulpragasam es que es precisamente como la típica amiga esa que siempre te está comiendo la puta cabeza con los refugiados y las desgracias del mundo global hasta obligarte a gritar «tía, relaja la raja, folla, hazte un dedo, haz lo que necesites pero deja de hablar de lo mismo todo el fóquin rato«. Porque todos sabemos que los problemas son reales. Eso no lo niega nadie. Pero, como hijos de la Era de la Procrastinación, también nos gusta pasar el rato mirando gatos en Internet sin preocuparnos de la mortandad infantil en Oriente Próximo. Suena banal. Lo sé. Pero es así: no se puede ser tan intensa #tolrato.
Dicho esto, asentada la base de que criticar a M.I.A. es lo que toca, abordar su nuevo álbum es una tarea que puede hacerse atacando desde diferentes flancos. Está claro que los periodistas más periodistas, esos cuya labor periodística es equivalente en #intensity a la labor humanitaria de Maya, tenían el juicio emitido contra «AIM» (Interscope, 2016) desde hace tiempo: el disco es un zurullo, dicen. Y, de hecho, sólo podía ser un zurullo a tenor de todo lo que ha precedido a su lanzamiento… Que viene a ser la habitual tormenta de mierda previa al lanzamiento de todos los últimos discos de la artista.
Ya pasó con «Matangi» (EMI, 2013) cuando M.I.A. montó un pitote de la hostia acusando a su discográfica de que no quería publicar el álbum porque era demasiado «to the limit«. El lanzamiento se retrasó y, al final, hubo quien dijo que, visto lo visto, a lo mejor el sello no quería publicarlo más bien porque era una mierda… Siento disentir a ese respecto. Si permitís que me ponga íntimo y personal (algo que voy a hacer continuamente a partir de aquí), a mi entender, «Matangi» es una dulce burrada en la que, sí, la Arulpragasam se fue al límite del chonitronismo con ínfulas exóticas que, por otra parte, siempre ha poblado su música. Ya sabes: quien con Diplo se acuesta, mojado se levanta y tiene que luchar durante el resto de su existencia contra el estigma de lo cholo.
Con «AIM» ha ocurrido algo similar. El primer single, «Borders«, vio la luz hace siglos, cuando el disco todavía ni tenía nombre. Fue, sin embargo, una canción necesaria con un vídeo impactante que dejaba bien clara su intención de agitar la conciencia mundial al respecto del problema de los refugiados, que todavía sigue siendo tristemente vigente en la actualidad. Pero, cuando todo el mundo esperaba que la solvente repercusión de «Borders» impulsara un nuevo trabajo que volviera a situar la constelación de M.I.A. en el firmamento de lo cool, la mujer volvió a meterse en bretes absurdos como criticar el tinglado del #BlackLivesMatter o volver a atacar a su discográfica, esta vez porque no quería hacer pública la mezcla de Diplo para su tema «Bird Song«.
Sea como sea, «AIM» finalmente ha visto la luz… Y, como era de esperar, a M.I.A. le han llovido ostias por todos lados. Así las cosas, ¿qué puede aportar una visión como la de quien escribe en el centro de, como decía antes, la tormenta de mierda que suele rodear todo lanzamiento de la diva? Sólo una cosa: afirmar que, oye, mira, a lo mejor el disco es una mierda, no digo que no, pero no puedo evitar estar enganchadísimo.
Vale, supongo que las críticas que la mujer está recibiendo tienen parte de razón… Ahí está, por ejemplo, lo de las letras y las rimas, que son bastante ramplonas y que, realmente, son un poco imperdonables. Maya, cari, no se puede ir por ahí de intensa por la vida, de activista en poder de la verdad absoluta en cuanto a geopolítica global, y después cascarse un disco en el que las letras son simples hasta decir basta. Por no contar que hay que tener el chocho más ancho que un túnel de metro para endilgarnos rimas del palo «At the border I see the controller» y quedarse tan pichi.
Y después está el hecho fundamental de que, si te lo paras a pensar, mientras estás escuchando «AIM» es imposible quitarse de la cabeza la imagen de M.I.A. en su casa, loca del coño, tocando botoncitos en su Casiotone para lanzar bases súper cochambrosas y cantando encima con esa actitud que tiene de salvadora de la humanidad, con el pelo sin lavar desde hace una semana, mirándose al espejo con hoodie de pandillera malosa y haciendo signos con las manos como si fuera miembra ilustre de una banda ganstah. ¿Dónde quedan las intrincadísimas producciones de sus discos anteriores, en los que las canciones siempre eran un multi-capas loquers y en las que la producción practicaba un sándwich delicioso en el que iban emparedadas todas las esquizofrenias del mundo moderno? Pues yo que sé dónde quedan esas producciones. En el coño de M.I.A., supongo.
Porque, efectivamente, «AIM» es el «me la suda el coño» más sonoro y mayúsculo de la artista hacia el mundo. Un «me la suda al coño» que, repito, produce un vicio cosa mala. Por lo menos, a mí me lo produce. Un vicio que, si me pusiera talibán del periodismo, podía llevarme a intentar justificar todo el disco con pomposas reflexiones en torno a que, quién sabe, a la mejor la simplicidad extrema no es (del todo) desidia, sino una especie de depuración absoluta que M.I.A. ha aplicado a las constantes de su música para que el mensaje sea más claro todavía. Si quieres que el mensaje humanitario llegue a cuanta más gente mejor, no lo hagas con un panfleto literario de setecientas páginas… Hazlo con un «At the border I see the controller«. Y chao.
Este texto, sin embargo, está lejos de la intención crítica de revelar la verdad absoluta sobre este disco. Por el contrario, simplemente dejaré escrito aquí y ahora que, sin necesidad de la producción multicapa, sin necesidad de complejidades añadidas, «AIM» es un disco que, si te dejas llevar, te lleva. Tiene temazos como puños, siempre que entres en la terna de considerar «temazo» todo un conjunto de composiciones sencillas que suelen construirse en forma de espiral sobre estridentes bases de inspiración en Oriente Medio, África o India. Algo que, por cierto, de nuevo podría intentar justificar de forma crítica recordando que, en esos puntos de la geografía mundial, la música es precisamente así: un locurón hiperactivo construido sobre bases a velocidad de vértigo y con fraseados como balas de metralleta. Que se lo digan a Charanjit Singh. Que se lo digan a Omar Suleyman.
Pero basta ya de justificaciones críticas: cuando nos gusta un disco, siempre seremos capaces de encontrar puntos fuertes a partir de los que erigir una defensa sólida. Ahora bien, la defensa más sólida de «AIM» está en temazos como el mencionado «Borders«, un «Go Off» que recomiendo encarecidamente escuchar con auriculares o con en volumen lo suficientemente alto como para joder a tus vecinos, las dos versiones de «Bird Song«, el bombo enfervorecido de «A.M.P. (All My People)«, la descarada auto-cita de «Visa«, el banghra bien entendido de «Swords«, el beat árabe de «Talk«… Todo ello, además, cada vez más lejos de la (sobre)producción que podría hacerlo más amable para el oído occidental y más cerca de la desnudez agresiva de las fuentes de las que siempre ha bebido la Arulpragasam.
Al final de todo, sin embargo, todo se reduce a lo que ya ha quedado suficientemente claro en el titular de este artículo: que puede que todos los críticos del mundo se junten y pontifiquen que «AIM» es una jodida mierda. Pero me da igual. A mi me chifla. Y el debate está abierto… ¿A ti qué te parece? [Más información en la web de M.I.A.]