Estrenamos una nueva sección en la que Reyes Calvillo se pregunta por qué imagina su vida como determinadas películas… Y empezamos con «7 Vírgenes».
Los seres humanos tenemos la constante y desesperante manía de buscar culpables a nuestras catástrofes. Lo hacemos constantemente, piénsalo un momento. Cuando cuentas que ya no tienes pareja, sabes que siempre se preguntarán: «¿quién lo dejado?». Cuando explicas que has chocado el coche, siempre te cuestionarán: «¿Quién iba conduciendo?». E incluso cuando nos entra un resfriado, la primera pregunta es: «¿Quién te lo ha contagiado?».
Los seres humanos tenemos la constante y desesperante manía de buscar culpables a nuestras catástrofes… Y yo no iba a ser diferente. Aunque, ya que buscamos acusar a alguien o a algo al respecto de nuestras altas expectativas con la vida y sus correspondientes fracasos, al menos vamos a incriminar a personajes de ficción.
¿Por qué imagino mi vida como… «7 Vírgenes»? Decían que al final moría un chico, que lo mataba un oso verde, que había que poner siete vírgenes ante el espejo y contar hasta sesenta. Decían que los cines más céntricos se llenaban de chavales de la periferia, que los canis se agolpaban en las escaleras de la sala y que incluso compraban entradas de otra película cuando se habían agotado los pases para esta.
Decían muchas cosas, pero yo tardé años en verla. Quizás porque entonces todavía respetaba las recomendaciones de edad, quizás porque yo era una de esas niñas pijas que odiaba a los chonis o quizás porque aún me quedaban por ver muchas cosas hasta entender que existía de verdad.
Aquel “po’ llévate esta” resuena aún en mi cabeza como la más perfecta elegía a la muerte de un sueño. La sangre cae de las orejas como los puntos suspensivos de una vida que aun no se llegó a fraguar y de tantas y tantas cosas que nunca vivimos. Pero el barrio sigue.
La muerte no para a los culpables y sólo los pacientes la sufren. Los muertos sangran por las orejas y, antes de que se pare el pulso, el cuerpo todavía se aferra al sentido de la audición. “Po’ llévate esta”, ahí tienes mi vida.
Nos dibujaron un San Jerónimo que se asemejaba a Nunca Jamás. Despejaron de todo deber u obligación a los cuerpos jóvenes, no existía tiempo ni horas. Había tardes que caían en un piso en construcción y mañanas que pasaban sobre un barrio en ruinas. Había sueños, ilusiones y hasta inspiraciones si el polvo de hadas era suficientemente bueno. Pero todos arrastrábamos cadenas. De oro, de plata, propias o robadas. Todos arrastrábamos cadenas con siete Vírgenes colgando.
Nos dibujaron un barrio donde existían Peter Pan y los niños perdidos. Donde Campanilla era más puta que nunca y Garfio más detestable. Donde el verde es el color de la esperanza y lleva alas a la espalda. Donde las bodas son funerales ocultos por la espuma blanca que cae sobre el vestido.
Nos dibujaron un San Jerónimo donde tenías más miedo de que te robasen el corazón a la cartera.
Tardé años en ver “7 Vírgenes” (Alberto Rodríguez, 2005) pero, desde que lo hice, he aprendido cada movimiento, cada diálogo, cada plano, cada rincón de las calles, cada decorado, cada vestuario, cada aspiración, fascinación, deseo u objetivo de los personajes. Tardé años en ver “7 Vírgenes”, supongo que los justos para entender que Peter Pan existe, que va de verde y en moto, que los niños perdidos nunca crecen y que en Nunca Jamás también se puede morir.
Qué vamos a hacerle, quizás en uno de mis viajes al interior de este barrio me quitaron mi cadena de plata, me dieron alguna paliza, se quedaron con mi cartera y me robaron el corazón.