El mundo necesita evadirse. Las pésimas circunstancias que lo rodean empujan al ser humano a sumergirse en viajes físicos y psíquicos para olvidarse, en la medida de lo posible, de sus penas y desdichas. Cada cual elige la manera en que se introduce en esos trips privados, aunque suele coincidir que, de fondo, se escuche una banda sonora apropiada para el momento, más o menos ácida o escapista. Este acto se viene realizando con frecuencia desde el nacimiento de la música lisérgica en los 60 -o desde que el hombre comenzó a practicar rituales chamánico-tribales acompañados de toda clase de sonidos sugestivos, aunque esa es otra historia-, una corriente que se ha recuperado con fuerza durante los últimos años en Gran Bretaña (Tunng), Estados Unidos (Foxygen, Wampire) y, especialmente, Oceanía (Tame Impala, Unknown Mortal Orchestra, Pond), gran paraíso contemporáneo de la neo-psicodelia. Pero quienes abrieron la espita para que, en el salto de la primera a la segunda década del siglo XXI, se extendiera la nueva fiebre psicotrópica, fueron MGMT. Un mérito que hay que otorgarles a pesar de su breve e irregular discografía.
Claro que, en sus comienzos, Ben Goldwasser y Andrew VanWyngarde no evitaron ser considerados como meros adalides del moderneo que se resguardaba tras la coartada del resurgir del hippismo freak adornado con plumas y pinturas de vivos colores, justamente como se mostraba al público la pareja de Brooklyn (para más inri), barrio hipster por excelencia. Si la parte más estética y superficial de su identidad no ayudaba demasiado a analizarlos en profundidad, su música tampoco. Los dos pelotazos de su debut, “Oracular Spectacular” (Columbia, 2008), “Time To Pretend” y “Kids”, empeoraban la situación (dentro de su enorme éxito comercial), ya que provocaban que pocos se fijaran en el meollo del estilo de MGMT, compuesto por refulgentes y dinámicos juegos de espejos caleidoscópicos y regado por suaves vapores alucinógenos. “Electric Feel”, sencillo eclipsado por los dos himnos alternativos mencionados, comprimía en sus casi cuatro minutos y su lunático videoclip las verdaderas intenciones estimulantes de la música del dúo.
Unas pretensiones que, más tarde o más temprano, debían aflorar sin cortapisas. De ahí que a muchos les extrañara el explosivo giro que MGMT ejecutaron en su segundo álbum, “Congratulations” (Columbia, 2010), respaldados por el gurú Sonic Boom. Con su ayuda, los neoyorquinos dieron el primer paso para demostrar qué tipo de música pululaba por sus cabezas como aficionados y creadores, destapando algunas de sus referencias e influencias (de Television Personalities a Brian Eno, pasando por Brian Wilson) y sus inclinaciones sonoras (pop-rock alocado, libertino, multiforme, progresivo, cósmico…). En esa etapa no hubo rastro de singles triunfales ni de gestos impostados, sólo de movimientos firmes y seguros pese a resultar, en ciertas fases, desmedidos y extravagantes. Con todo, como decía nuestra reseña sobre “Congratulations”, MGMT no formaban parte de ninguna broma pretenciosa y tenían buenas ideas… Únicamente quedaba por ver hacia dónde se dirigirían en su tercer álbum.
Pues bien, “MGMT” (Columbia, 2013) corrobora lo insinuado en su predecesor: Goldwasser y VanWyngarde ahondan en su proceso de reafirmación musical. No es casual, para empezar, que el LP lleve el nombre artístico del grupo por título, ilustrando desde la primera letra que este es el trabajo que, en teoría, siempre habían querido realizar y el que más y mejor se ajusta a sus personalidades. Así, se repite parte de la estrategia: no hay singles evidentes, hits de alcance masivo ni pop accesible para las hordas indie, sino composiciones gaseosas que deconstruyen las estructuras pop-rock convencionales para alterar el estado de conciencia del oyente, su percepción y sus sentidos. Eso sí, se presentan con una apariencia contenida y sin desparrames sónicos, sólo puramente psicodélicos: las voces aniñadas, fluctuantes, amorfas y elásticas de “Alien Days” ponen sobre aviso acerca de la excursión hacia y entre diferentes niveles sensitivos que se desarrolla en “MGMT”.
De temática macabra, extraterrestre, enigmática, resignada, introspectiva, esotérica y espacial, las piezas que lo integran se van derritiendo poco a poco hasta convertirse en un líquido templado y agradable que accede a través del oído para invadir el resto del cuerpo a medida que se deslizan entre efluvios narcóticos de efectos reconfortantes y revitalizantes (“Cool Song No.2”, cercana a los primeros Spiritualized; “Introspection”, versión de una canción de Faine Jade, cantautor bostoniano inscrito en la ola psicodélica de los 60; “Your Life Is A Lie”, deformación glam por la vía cósmica; y “Plenty Of Girls In The Sea”, su “Octopus’s Garden” particular) y punzadas de desconcertante oscuridad formal (“Mystery Disease”, de percusión marcial y guiada por espíritus venidos del más allá) y lírica (la mántrica “A Good Sadness”, de melodía retorcida; y la progresiva “I Love You Too, Death”, como sacada de una partitura perdida de The Flaming Lips).
Con este puñado de canciones, ya tienen argumentos de sobra para zambullirse en la nueva sopa lisérgica de MGMT y no salir de ella durante un largo tiempo. Aunque, si lo que desean es abandonar este planeta y llegar lo más lejos posible, prueben a saborear “Astro-Mancy” y “An Orphan Of Fortune”, desordenadas odiseas sonoras que no están, quizá, entre los cortes más destacados de “MGMT”, pero sí que certifican el afán de Goldwasser y VanWyngarde por explorar sus límites, plasmar su propia esencia y reflejar la ajena que toman de las fuentes originales. Las mismas de las que beben sus homólogos coetáneos para, mediante sus desfiguradas obras, actuar como válvulas de escape necesarias y obligatorias para afrontar nuestra cruda realidad. Por tanto, déjense llevar. Sin miedo.