En el prólogo de «Memphis Underground» (publicado en nuestro país por Alpha Decay), Kiko Amat advierte de la dificultosa tarea que le queda por delante a ese lector que ha elegido encarar un libro que queda fuera de los márgenes de la literatura clásica. Está claro que este aviso para navegantes erráticos sólo consigue una cosa: poner palote a los que saben más o menos de qué va el tema. Y es que Stewart Home es una figura capaz de dejar en bragas a entes presuntamente subversivos en el panorama literario actual: ¿Salman Rushdie? ¡Ríete tú de Salman Rushdie! Y ríete a mandíbula batiente, porque Home no se corta un pelo a la hora de lanzar dardos envenenados contra el autor de «Los Versos Satánicos» y contra toda la cohorte de literatos apoltronados en las formas tradicionales de un medio que murió hace demasiado tiempo y que ahora sólo es posible por la vía de la antiliteratura. No lo digo yo. Lo dice Stewart Home en las páginas de su libro: «Memphis Underground no es exactamente una novela. He dado a luz a varios textos publicados como novelas que en realidad son otra cosa. Después de Joyce, después de Finnegans Wake, escribir novelas no tiene sentido. La literatura está muerta. La única literatura que me interesa es más antiliteraria que literaria«. Y lo cierto es que la mención continua de conceptos como antiliteratura y neoísmo pueden espantar a cualquiera (de hecho, desde ya declaro que mis conocimientos de este «ismo» son bastante parcos y que esta va a ser una crítica realizada precisamente desde estas limitaciones). Pero aquí va otra advertencia totalmente compatible con la de Amat: no necesitas conocer de antemano los mencionados conceptos teóricos para disfrtuar de «Memphis Underground«. Porque, al fin y al cabo, la destrucción de la literatura de Stewart Home se basa precisamente en chapotear en el medio (o, bueno, en las ruinas del medio) con la sana alegría de un punk rebozándose en las patadas y codazos de un pogo coniertil. Vamos: algo tan primitivo y emocional que está al alcance de cualquiera.
De hecho, y por mucho que Home proclame a los cuatro vientos sus intenciones antiliterarias, sorprende cómo la primera mitad de «Memphis Underground» presenta unos patrones narrativos si no clásicos, por lo menos lo suficientemente apegados a la posmodernidad literaria como para ser fagocitados con fervor y entendidos de forma mínimamente ordenada. Eso siempre que estés dispuesto a pagar el peaje inevitable que propone el autor: «Como ejercicio puramente técnico, recapitulé información a partir de mapas y diagramas y la convertí en prosa. He aquí una auténtica antiliteratura responsable de interesantes efectos«. Esta es tan sólo una de las técnicas empleadas por Home para plantear en esta primera mitad una trama paranoide, casi esquizoíde, en la que las vivencias de dos personajes se alternan en caminos paralelos. El primero es un tipo que se arrastra por un Londres hostil en el que parece imposible conservar un trabajo y una vivienda. El segundo es un joven que aprovecha al máximo una beca artística en una zona residencial que acaba revelándose como una «cárcel» sin muros de contención para antiguas estrellas que han decidido desaparecer de la vida pública. De hecho, el surrealismo se hace extremo cuando uno de los personajes de esta segunda trama resulta ser Lady Di… Un surrealismo que queda en agua de borrajas cuando, al final de esta primera parte, Home alumbra al lector con una revelación juguetona (peligro de spoiler): los dos personajes son la misma persona y, de hecho, el final de una de las dos historias es el principio de la otra.
En la correspondencia entre los dos espacios (los suburbios londinenses y la zona residencial) podría contenerse la finalidad última de «Memphis Underground» si nos fiamos de la pluma de Home: «Estoy trabajando en una novela llamada Memphis Underground que trata sobre cómo los guetos y los barrios residenciales se crean los unos a los otros«. Y lo cierto es que esta sería una teoría interesante si no fuera porque el mismo autor se autosabotea durante toda la novela (o antinovela o lo que sea): la segunda parte del libro, una venganza directa sobre los que pensaron que en la primera mitad el autor agachaba las orejas, vuelve a contar dos historias en paralelo. Una parece seguir al personaje de la primera parte (quien, en este caso, vive un episodio altamente onírico y poderosamente melómano junto a la mismísima Muerte), mientras que la segunda bien podría ser un diario personal altamente digresivo del mismo Stewart Home. Es aquí, precisamente, donde parece revelarse el objetivo del autor. O, al menos, los dos objetivos del autor, que resulta que vienen a engrasar la maquinaria neoísta. Para empezar, «Memphis Underground» supone un cuadruple viaje por los entresijos menos complacientes del arte en cualquiera de sus disciplinas: gráficas, literarias, performancísticas… o, simple y llanamente, el arte como medio de vida. Al sobrepasar la cima de su punto y final, no es extraño quedar totalmente devastado como quien contempla un campo de batalla sobre el que será difícil que crezca nueva vida. La visión del arte de Home es la de un medio que no sólo está muerto, sino que incluso va siendo profanado en ataques necrofílicos que rozan lo absurdo. Ataques a los que cuesta encontrar un sentido definido y ante los que sólo queda una salida: la del fake y la impostura como juego (como los de uno de los personajes durante su beca artística).
Y si esa visión es devastadora, tampoco se queda atrás otra consideración estrechamente ligada a la anterior: el fake y la impostura comportan, indefectiblemente, un acoso y derribo del concepto de identidad. Esa misma identidad que ha vertebrado la comprensión del arte como una expresión individual e intransferible. Sin esa confianza en el concepto de autoría, el arte se viene abajo… Y sin esa confianza en la necesidad de un protagonista como caracter inquebrantable, de psicología inequívoca que se adhiere a una presentación, nudo y desenlace, cualquiera podría pensar que la literatura también se debería venir abajo. Pero Home se las ingenia para que su antinovela contenga más literatura que un alto porcentaje de los libros publicados en el panorama actual. Porque literatura no debería ser mímesis ni repetición de un modelo agotado. Porque literatura no debería ser la perpetuación de unas estructuras caducas. Literatura, Stewart Home lo sabe, debe ser una búsqueda vibrante que culebrea en el cenagoso territorio limítrofe entre las expectativas del lector virgen acabado de llegar y las preguntas sembradas en ese mismo lector que han de florecer a su salida. Literatura debería ser un debate abierto sobre los límites del medio. Literatura debería ser todo lo que «Memphis Underground» nos vende como antiliteratura.
[Raül De Tena]