La pluma de Rolland es por lo general ácida, y la traducción de Carlos Primo (Madrid, 1984) reproduce su ironía al detalle. En “Más allá de la Contienda”, Rolland no sólo se ocupa de la libertad amenazada, sino de las cabezas parlantes de los criminales de Estado, de los viejos estribillos que repiten en sus tribunas (la auto-justificación, la fatalidad, los estragos de la guerra): “Es la letanía que repiten los rebaños que elevan su debilidad a los altares y la adoran. Los hombres han inventado el destino para atribuirle los desórdenes del universo que ellos deberían gobernar” (p. 35). Frente a ellos, Rolland se alza en voz de los oprimidos: “No hablo para convencer [a Europa]. Hablo para aliviar mi conciencia, y sé que al mismo tiempo aliviaré la de miles de hombres que, en todos los países, no pueden hablar. O no se atreven” (p. 44).
El autor francés había iniciado su carrera literaria escribiendo para el teatro dramas históricos y filosóficos, como «Los Lobos«, «El Catorce de Julio» o «Robespierre«, y también había escrito biografías de grandes personalidades como Beethoven, Tolstói o Gandhi. Su obra maestra había sido «Jean-Christophe» (1904-1912), novela que, a través de la atormentada vida de un músico, evoca los problemas de un hombre del S. XX. Antes de «Más Allá de la Contienda«, sin embargo, Romain Rolland era un autor de culto, y ciertamente no un intelectual comprometido, sino un autor más dado a la contemplación que a la acción, como el escritor, biógrafo y activista social Stefan Zweig (Viena, Austria, 1881 – Petrópolis, Brasil, 1942) recuerda en el prólogo: “Rolland se pone del lado del débil, de la minoría. Su voz es cada vez más fuerte, porque sabe que habla en nombre de la multitud silenciosa” (p. 9).
Nada, por lo tanto, hacía presagiar que Rolland terminaría escribiendo este alegato pacifista, que inaugura una tendencia que desarrollaría en varias de sus obras posteriores. En el artículo “Pro Aris”, Rolland invita a opresores y oprimidos a entonar su/ nuestro mea culpa, en nombre de la razón, la fe, la poesía y la ciencia. El autor francés afirma, refiriéndose a la catedral de Reims, cruelmente bombardeada a principios de la Gran Guerra: “Una obra como Reims es mucho más que una vida: es un pueblo, son siglos que se estremecen en la sinfonía de su órgano de piedra; son sus recuerdos de alegría, de gloria y de dolor, sus meditaciones, ironías y sueños; es el árbol de la raza cuyas raíces se hunden en los más profundo de su tierra y que, en un impulso sublime, tiende sus brazos al cielo” (p. 21). Por su parte, el texto “Inter Arma Caritas” consigue llamar la atención sobre la difícil situación de los prisioneros franceses o alemanes, inaugurando la conciencia popular de su tiempo: “No depende de nosotros que la guerra se detenga, pero sí está en nuestra mano hacer que se vuelva menos cruel. Hay médicos del cuerpo, pero necesitamos médicos del alma para curar las heridas del rencor y de la venganza que envenenan nuestros pueblos. ¡Hagamos de esta misión el oficio de los que escribimos!” (p. 69).
«Más Allá de la Contienda» procuró a Rolland fama y el Premio Nobel de Literatura en 1915. La lucha intelectual que lideraría a partir de entonces eclipsaría un tanto su obra literaria anterior. En 1922 fundaría la revista Europe e iniciaría la redacción de un ciclo novelístico: «El Alma Encantada» (1922-1934). Pacifista convencido, Romain Rolland fue visto por algunos como un traidor, y uno de sus oponentes más vociferantes, Henri Massis, publicó en respuesta un contra-panfleto titulado “Romain Rolland contra Francia”. La historia de la literatura suele omitir al autor francés. Tendemos a olvidar la hermandad de dos culturas, francesa y alemana, como él predijo. La edición de Nórdica / Capitán Swing pretende paliar ese olvido. En 2014, Francia y Alemania se siguen enfrentando en el gran campo de batalla de la Economía. Ya no despliegan sus tropas. Se limitan a reprimir disputas diplomáticas. Un siglo después, «Más Allá de la Contienda» sigue siendo solo un libro, un acontecimiento microscópico pero enorme. [José de María Romero Barea]