«Maricas Malas» es mucho más que el nuevo ensayo de Christo Casas: es un manual para amariconar el mundo y defender la anormalidad.
Hay una broma que me gusta utilizar en redes sociales porque la gente suele escandalizarse por motivos erróneos. Suelo decir que «fui heterosexual hasta los 30 años» y no falla: siempre salen varias personas que me comentan lo triste que es que estuviera en el armario hasta entonces. Y no, no estuve en el armario hasta los 30 años, ni mucho menos. Pero hice algo mucho peor que me encanta explicar porque es a la vez fuente de orgullo y de vergüenza.
Lo que realmente quiero decir cuando afirmo que «fui heterosexual hasta los 30 años» es que, aunque vivía una vida plenamente gay (y, ojo, porque el uso de «gay» aquí no es nada casual, como ya veremos más adelante) y tenía novios y construíamos un proyecto de vida común y vivíamos la relación de forma pública y nunca tuve que esconderme en ningún trabajo, en verdad estaba escondido en un armario mucho peor. El armario de «ser gay no me define«. ¡Qué equivocado estaba!
Entrando en mi treintena, empecé a descubrir las bondades del amariconamiento (de nuevo, término nada casual): empecé a tejer mi red de familia maricona (que ha resultado mucho más sólida y perdurable que los amigos heteros del instituto y la universidad), a descubrir los placeres de los clubs maricones (que han resultado mucho más divertidos que los heteros), a experimentar con otras fórmulas de relación alejadas de la monogamia, a abrazar la promiscuidad sin vergüenza alguna y, sobre todo, a experimentar el placer de practicar la mariconería como terrorismo contra una heteronorma que, aunque nunca quise verlo, siempre había estado ahí como un Pepito Grillo bastante cojonero.
Si utilizo esta anécdota para abrir mi reseña de «Maricas Malas«, es precisamente porque el ensayo de Christo Casas publicado por Paidós es una apuesta en firme por el amariconamiento en su máxima potencia. La estructura del texto no podría ser más clara al respecto de sus propias intenciones, arrancando precisamente en el establecimiento de las bases etimológicas que guiarán todas las reflexione aquí contenidas.
Esta (endiablada) etimología diferencia entre cuatro palabras que suelen usarse indistintamente de forma equívoca reforzando la concepción de que son lo mismo… cuando no lo son. «Homosexual» referido a la terminología médica con la que se etiquetó y encorsetó una anomalía de la norma con la intención de identificarla, aislarla y erradicarla. «Gay» como tropo socioeconómico referido al homosexual bueno que podría pasar por heterosexual, con familia, lejos de la promiscuidad y, sobre todo, totalmente inserto en el sistema de consumo, reproducción y perpetuación del sistema capitalista.
Hasta aquí, lo conocido. Pero entonces viene cuando Christo Casas rompe la baraja y va contra las reivindicaciones que, durante décadas, han reclamado que se nos llame «gays» y no «maricones» por una cuestión de puro respeto. Pues no, mi ciela. El autor reivindica el término «maricón» precisamente como ese marica que no solo se sale de la norma, sino que atenta contra ella de forma premeditada y consciente. Y, de paso, añade lo «queer» como un estimulante horizonte futuro caracterizado por su permeabilidad y ductibilidad, porque lo queer se significa en la acción de ir contra la norma (sea cual sea la norma del momento) y no en la identidad misma.
Casas no hace rehenes en su lucha: «Escojo marica, mariquita o maricón porque implica resistirse a la domesticación de los términos gay u homosexual. Porque estas palabras llevan implícita la rebeldía, la disidencia y la negativa a claudicar, la voluntad de morder la mano que pretenda acariciarle el lomo erizado. Porque un maricón ni agradece la tolerancia ni pide permiso para serlo«. Amén.
Y, desde este punto de partida, «Maricas Malas» no hace otra cosa que crecer y crecer… Una vez establecida la base, arroja una hipótesis: los maricones no tendríamos que haber pedido el matrimonio igualitario, sino la abolición del matrimonio. Y, sí, esto es pura provocación, pero también una verdad como un templo. Porque el mismo Christo Casas aclara que el matrimonio igualitario fue un logro inconmensurable (porque, cualquier cosa que un heterosexual tenga, deberíamos poder tenerlo los maricones también) pero, una vez conseguido y tipificado como «la meta final», se convirtió en una pesada losa para la comunidad.
Hay una pregunta que sobrevuela el ensayo una y otra vez: «Pero, si ya podéis casaros, ¿qué más queréis?«. Y aquí es donde entra la perspectiva histórica, a la que Casas recurre para recordar que los primeros movimientos de liberación LGTBIQ+ no pedían matrimonio, ni mucho menos, sino la abolición del heteropatriarcado y del capitalismo como fuerzas opresoras. Aquellas reivindicaciones son las que él recupera: «Lo que propongo es un horizonte, un futuro plausible en que superemos el matrimonio, el trabajo y la policía como herramientas de dominación material y de perpetuación del sistema capitalista«.
Porque, una vez establecida la hipótesis y los enemigos (esos mismos: el matrimonio como representación de la heteronorma, el trabajo como chantaje y la policía como herramienta de control), «Maricas Malas» procede a desarrollar sus argumentos. El primero de ellos, y también el más urgente, es una inmersión hacia las profundidades de la dicotomía entre marica buena, aquella que está integrada en el sistema heteropatriarcal y capitalista y que incluso señala a las que se apartan de la norma porque «dan una mala imagen a la comunidad«; y marica mala, aquella que disiente por necesidad o por decisión propia.
Las palabras de Christo Casas son esclarecedoras: «Hay todo un mecanismo policial y fiscal -de expresión de género, de decencia en el espacio público, del modo en que debes dirigirte a la autoridad-, así como económico -impuestos que premian la familia, empresas, que ascienden en su organigrama lo normativo, contratos de alquiler que dependen de tu estridencia-, que nos obligan a ponernos el disfraz de buena según nos convenga o según se nos asuste hasta imponérnoslo. En definitiva, como el COVID-19 que muta una y otra vez, como el VIH/sida y sus numerosas cepas, las maricas malas toman mil y una formas y fabrican nuevas maneras de constituir una amenaza incluso sin pretenderlo. O bien somos enfermas, o bien somos una enfermedad que pone en riesgo a los demás, cuando no ambas«.
En el tramo final de «Maricas Malas«, Casas cierra con una conclusión revolucionaria: la apología de la anormalidad. La defensa a ultranza de todo aquello que los gays intentaron extirpar de la mariconería y que, ahora, por fin, podemos y debemos reivindicar como herramientas para desactivar el sistema. «La respuesta ante el chantaje debe ser, por nuestra parte, doblar la apuesta: sí, somos promiscuas, y tenemos derecho a que se nos administre la PrEP o la vacuna de la viruela sin vergüenza ni estigmas. Igual que las personas fumadoras tienen derecho al otorrinolaringólogo. Sí, somos afeminadas y escandalosas, y tenemos derecho a ocupar las calles y hacer ruido y celebrarnos en público. Igual que las hordas de aficionados que celebran la victoria de su equipo en Cibeles o Canaletas«, en palabras del propio autor.
Christo Casas añade una coda final que mira hacia el futuro y que incide en la necesidad de amariconarlo absolutamente todo: amariconad la familia, amariconad los cuidados, amariconad la vivienda, amariconad la crianza, amariconad la vejez, amariconad los orígenes, amariconad la cultura, amariconad los placeres, amariconad la masculinidad, amariconad las políticas, amariconad el trabajo… ¡Amariconad el mundo!
Porque, como ya ha quedado dicho en esta reseña, el argumento de Casas está claro: lo maricón es una lucha en sí mismo, pero también parte de una lucha mucho más grande. Es la lucha en la que aquellos que han sido señalados por no formar parte de la norma no se esfuerzan ya en integrarse o en ser normalizados, sino en romper la norma para que esta no vuelva a hacer lo que hace siempre, que no es otra cosa que localizar una nueva disidencia y proceder a alienarla y apartarla como chantaje antes de desactivarla y asimilarla.
Debo añadir una última cosa: esta reseña expone tan solo la punta del iceberg de todo lo que contiene «Maricas Malas» de Christo Casas. Lo que viene a decir que, fundamentalmente, si te has sentido apelado por lo aquí expresado, necesitas leer este ensayo para que el autor despliegue delante de tus ojos las múltiples capas de complejidad de este complejo asunto.
Y, ojo, porque «Maricas Malas» no es un libro solo para maricas (y, mucho menos, solo para maricas malas). Es un libro para absolutamente todo el mundo porque, al fin y al cabo, Casas incide en un pensar general que hace tiempo que señala que todas las luchas deberían ser la misma lucha, porque ya no se trata de una lucha para defender a un sujeto concreto con una identidad definida, es una lucha para demoler el epicentro que provoca y perpetúa la desigualdad y, por lo tanto, para construir un mundo más amable en el que vivir.
Eso nos interesa a todos. Y me recuerda, por ejemplo, a lo que Shon Faye reclamaba en su libro «Trans«: «La liberación de las personas trans mejoraría las vidas de todo el mundo en nuestra sociedad. Digo «liberación» porque creo que los objetivos de los «derechos trans» y la «igualdad trans», más humildes, son insuficientes. Las personas trans no deberíamos aspirar a ser iguales en un mundo que siga siendo capitalista y patriarcal, y que explote y humille a aquellas personas que vivan en él. En lugar de eso, deberíamos aspirar a la justicia tanta para nosotras como para las demás«. Es la misma lucha que la de las maricas malas.
Al fin y al cabo, «Maricas Malas» abre múltiples vías de diálogo y, sobre todo, deviene en espacio pluscuamperfecto en el que la comunidad maricona podemos y deberíamos conversar. El mismo Casas apunta que, antes de dialogar con el enemigo, que siempre dialoga desde una posición de pode, es nuestro deber armar filas y aclararnos entre nosotros, trazar estrategias y formalizar ataques concretos. Si este ensayo tiene un valor esencial, es precismente porque dota a cualquiera que se acerque a él con armas con las que amariconar el mundo a su alrededor.
Leyéndolo, por ejemplo, me he acabado por dar cuenta de que hace mucho tiempo que soy una terrorista maricona, por mucho que no me hubiera dado cuenta antes. Puede que hable desde el privilegio de tener una familia donde mi mariconería nunca ha sido un problema, pero realmente me encanta utilizar las comidas familiares para apretar las tuercas de algunos comportamientos anclados en la heteronorma (ya sabes: a los niños se les cría como hombres que no lloran y esas gilipolleces).
También lo hago con desconocidos. La semana pasada, en una comida de trabajo, vi una seductora grieta en la conversación cuando una de las compañeras empezó a hablar de promiscuidad… y me colé por esa grieta decidido a plantar bombas en lo que encontrara dentro. Y lo que encontré dentro fue «me encanta el sexo y he follado con muchos hombres… pero soy monógama y fiel hasta la médula y nunca perdonaría que me fueran infiel«. Una ocasión de oro para poner en tela de juicio conceptos como la fidelidad y, sobre todo, la monogamia como única forma posible de establecer relaciones de pareja.
No solo creo que mi deber era plantar la semilla de la duda en una mesa compartido con colegas heterosexuales, sino que además también acabé por reflexionar sobre algo muy interesante: la propia heteronorma ya ha empezado a dudar de sí misma. El gran culpable de esto es, obviamente, el amor líquido que Bauman utilizó para disertar sobre el Homo Sexualis: «El Homo sexualis no es un estado ni, menos aún, un estado permanente e inmutable, sino un proceso, plagado de ensayos y errores, de arriesgados viajes de exploración con sus descubrimientos ocasionales, intercalados entre numerosos deslices, penas por las oportunidades perdidas y alegrías por los deleites que se adivinan en el futuro”.
El Homo Sexualis de Bauman y la marica mala de Christo Casos tienen puntos en común. Y ya lo dice el autor de «Maricas Malas«: necesitamos estructurarnos y definir estratagias de actuación futuras. Aprovechar esta grieta en el enemigo puede ser una de esas estrategias, ya la usemos para explotar lo que hay dentro o para sumar aliados. Yo, por mi parte, y aunque Casas ya apuesta en su ensayo por «amariconar la cultura«, admito que le lectura de este ensayo me ha animado a una cruzada personal: aportar mi minúsculo granito de arena a la hora de amariconar el periodismo. Vamos a ello. [Más información en el Twitter de Christo Casas y en la web de Paidós]