¿Por qué me he obsesionado en pleno 2022 con Manuel Puig? Voy a intentar explicarlo a través de dos de sus libros: «Boquitas Pintadas» y «El Beso de la Mujer Araña».
La respuesta a la pregunta de este titular no podría ser más sencilla: ¿por qué los libros de Manuel Puig se han convertido en mi obsesión del año 2022? Fácil: básicamente, porque este ha sido el año en el que la editorial Seix Barral ha decidido hacer justicia al escritor y ha publicado algo así como la «Biblioteca Manuel Puig«, con un total de ocho libros que celebran el 90 aniversario del nacimiento del autor de la mejor forma posible, que no es otra que resignificando su obra con nuevas ediciones que les hagan justicia y con prólogos de infarto.
En abril, la Biblioteca echó a andar con tres de los títulos más conocidos de Puig: «El Beso de la Mujer Araña«, «La Traición de Rita Hayworth» y «Pubis Angelical«. En mayo sería el momento de «Boquitas Pintadas» y «The Buenos Aires Affaire«, mientras que septiembre cerraría los festejos con otras tres obras insignes: «Cae la Noche Tropical«, «Maldición Eterna a Quien Lea Estas Páginas» y «Sangre de Amor Correspondido«. La novela más antigua de esta Biblioteca se publicó originalmente en 1969, y la más reciente en 1988. Entonces, más allá de la excusa del aniversario, ¿cómo puede ser que se haya convertido en mi autor revelación de 2022?
Porque bibliotecas completas se publican todos los días… Pero pocas de ellas se sienten vivas. Suelen sentirse, más bien, como visitas a un cementerio repleto de tumbas a veces bellas, a veces ajadas, a veces ruinosas, que te explican historias desde el pasado. Pero resulta que las novelas de Manuel Puig te siguen hablando desde el aquí y el ahora, desde un presente pluscuamperfecto que deja claras dos cosas: que el escritor fue un avanzado a su tiempo y que supo conjugar ese tipo de literatura que crece con los años porque habla de verdades imperecederas.
Tampoco voy a mentir: solo me he leído «El Beso de la Mujer Araña» y «Boquitas Pintadas«. Y, sin embargo, voy a aventurarme a escribir sobre Manuel Puig por un motivo muy claro: el nivel de pasión que su literatura ha levantado bajo mi piel lectora hacía tiempo que no me lo levantaba ningún autor. Recuerdo cuando descubrí a Gabriel García Márquez, E.M. Forster, Virginia Woolf, André Gide o Denton Welch. Todos ellos tienen algo que ver con Puig. Todos ellos me obsesionaron de forma muy similar… pero eso ocurrió hace mucho pero que mucho tiempo.
¿Será verdad eso que dicen que, cuando te haces mayor, pierdes la capacidad de ilusionarte con la cultura como lo hacías cuando eras joven? Mi reacción visceral ante los mencionados libros es la prueba definitiva de que no, no es verdad. Así que, movido por esa misma pasión, voy a ir al principio de todo: ¿quién es exactamente Manuel Puig?
¿Quién es Manuel Puig?
La biografía de Manuel Puig, que justifica el apellido catalán en su árbol genealógico español (era nieto de catalán y gallega), está repleta de circunstancias que a día de hoy nos parecen totalmente naturales pero que, en su momento, eran pura extrañeza. Y es que el escritor, nacido en Argentina en 1932 y fallecido en 1990 (a causa de un infarto agudo de miocardio en consecuencia a una operación de urgencia de la vesícula para evitar una peritonitis), tuvo que acarrear durante toda su vida con varias etiquetas que ahora nos pueden parecer superadas, pero que por aquel entonces podían ser verdaderas losas.
La primera de ellas es la de escritor por accidente que procede de un arte (considerado por muchos) periférico que es el del guion cinematográfico. Aficionado al cine desde su infancia, para consternación de un padre que hubiera querido que sus aficiones fueran más «masculinas» y menos «sensibles», Puig no tardó en volar a Europa a la búsqueda del celuloide ansiado. En 1956, viajó a Roma con una beca que le permitía estudiar en el Centro Sperimentale di Cinematografia. Y de ahí saltó a otras ciudades tan cinematográficas como Londres o París, obviamente.
En este periplo europeo, Manuel Puig trabajó en diferentes producciones cinematográficas (¡incluso llegó a estar a las órdenes de Charles Vidor!) y, llegado cierto punto, decidió volcar sus experiencias en los diferentes rodajes en los que había trabajado (y cancaneado y cotilleado) en un texto… Un texto que, sin embargo, pronto se reveló como una novela y no como un guion. El libro en cuestión se titulaba «La Traición de Rita Hayworth» (la propia actriz daría más tarde su consentimiento al uso de su nombre en el título), y el joven escritor la terminó en Nueva York mientras trabajaba como azafato para Air France.
Aunque fue escrita en 1965, no fue hasta 1969 cuando la editorial Gallimard publicó «La Traición de Rita Hayworth«. Ese mismo año, fue finalista del premio Biblioteca Breve de Seix Barral. Y aquí empieza a escribirse la leyenda, porque es bien sabido que no se llevó el premio precisamente porque Mario Vargas Llosa, que formaba parte del jurado, amenazó con renunciar a su cargo si se premiaba a «ese argentino que escribe como Corín Tellado«. Otra etiqueta: la de escritor cercano a géneros populares considerados de calidad inferior. Una etiqueta que le alejó por completo del boom latinoamericano que por aquel entonces protagonizaban el mismo Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes.
Ajeno al desprecio, sin embargo, Su siguiente manuscrito se define a sí mismo como un «folletín en dieciséis entregas«. No es otro que «Boquitas Pintadas«, al que saltaremos a continuación… Antes, sin embargo, una pequeña parada en boxes para mencionar los otros dos sanbenitos que le tocó soportar a Manuel Puig. El primero de ellos fue precisamente el de socialista y activista político, algo que en las décadas de la segunda mitad de siglo XX que le tocó vivir no siempre fue bien visto. Y muchos menos en una América del Sur en la que ciertos regímenes persiguieron abiertamente a mentes desafiantes (en lo político, en lo artístico e incluso en lo vital) como la suya.
Su desafío último fue, obviamente, plasmar su propia vivencia homosexual en todos y cada uno de los libros que escribió, ya fuera de forma directa o indirecta. De nuevo, una sociedad machista, macha y machita como la sudamericana de los años 60, 70 y 80 no podía permitir que el virus homosexual se expandiera a través de vehículos de calidad literaria (a su entender) deficiente. Por suerte, ninguna de todas las etiquetas mencionadas consiguió poner palos en las ruedas de su éxito y, de hecho, ya desde «Boquitas Pintadas» se consideró un autor consagrado que nunca perdió el favor del público. Por algo será.
Boquitas Pintadas
«Folletín en dieciséis entregas«. Ya he avanzado más arriba que así se define esta «Boquitas Pintadas» que de folletín tiene bien poco. Al fin y al cabo, es inevitable admitir que el folletín, debido a su propia naturaleza (con vocación de cultura de masas y fragmentado en episodios que se publican separados en el tiempo), siempre ha estado ligado a tramas poco verosímiles y retratos psicológicos más bien superficiales. No vaya a ser que el lector, de entrega a entrega, se pierda demasiado.
Si algo tiene «Boquitas Pintadas«, es que es un relato que supura verosimilitud en su afán por capturar la vida de ciertas clases sociales (bajas o medias con ínfulas de altas) de la Latinoamérica de los años 60. También es un retrato de múltiples psicologías que están plasmadas con una verdad y una profundidad pasmosas, por mucho que sean psicologías que no se circunscriben en el interés culto y «elevado» de la época. Los protagonistas de la novela son gente normal y corriente. Y a día de hoy, como lector, es más fácil sentir una conexión honda con este tipo de personas que con ciertos personajes intelectualizados del boom latinoamericano.
Lo que sí que empareja a «Boquitas Pintadas» con el formato del folletín es su naturaleza fragmentada y fragmentaria. Pero es que aquí reside el primer gran salto mortal de Manuel Puig: en vez de fragmentar el relato de forma culterana y enrevesada, recurre a formatos populares y bastardos (diálogos, diarios personales, cartas, publicaciones en magazines de la época, documentos oficiales…) que ofrecen una visión de la trama a modo de puzzle desordenado que el lector debe completar en su cabeza.
En vez de recurrir al sota / caballo / rey de la estructura narrativa clásica (es decir, a la presentación / nudo / deselnace), Puig apuesta por romper el espejo de la narración y obligar al lector a escrutar los pedazos para encontrar sentido a la imagen general. Y, pese a ello, no resulta para nada complicado seguir las diferentes historias de amor que se cruzan, entrecruzan, atropellan y sabotean las unas a las otras en el interior de «Boquitas Pintadas«.
El protagonista indirecto podría ser el hermoso (y tuberculoso) Juan Carlos Etchepare, ya que sobre él se cruzan los diferentes caminos de sus pretendientas (Nené, Mabel y la viuda Di Carlo), de su familia (su madre y su hermana) y de sus amigos (especialmente la trágica historia que une a Pancho y a La Rabadilla). Son machitos acostumbrados a hacer con las mujeres lo que les viene en gana, chicas totalmente colgadas de un primer (y absurdo) amor, madres amantísimas y cieguísimas, hermanas cotillas y metemierdas, amigas con alma de enemigas y enemigas con alma de amigas.
Pero lo importante en este caso no es a quién ocurre porque, de alguna forma u otra, estas personas son tropos de la sociedad de la época; sino qué y cómo ocurre, ya que es ahí dónde Manuel Puig introduce su escalpelo de cirujano literario para dejar al descubierto las entrañas ponzoñosas de una sociedad enquistada en su moral intransigente, religiosa, tradicional y heteropatriarcal.
Y, sí, soy consciente de que partes de los logros de «Boquitas Pintadas» ya estaban en «La Traición de Rita Hayworth» (o eso he escuchado por ahí)… Pero, como ya he admitido que solo he leído dos novelas de Puig, prometo que leeré el debut del autor en breve y procedo a pasar a «El Beso de la Mujer Araña«. Ojo, porque viene curvas.
El Beso de la Mujer Araña
En 1973, el gobierno argentino prohibiría la siguiente novela de Manuel Puig, titulada «The Buenos Aires Affair«. Esto, sumado a una amenaza telefónica recibida por parte del grupo parapolicial Triple A, empujó al escritor a exiliarse en México. Allá es precisamente donde escribiría, en el año 1975, la que probablemente sea su novela más conocida: «El Beso de la Mujer Araña«. Y eso que fue un manuscrito cuya publicación también estuvo ligada a la polémica.
De hecho, la editorial Gallimard (que se había encargado de la publicación de todos sus trabajos hasta ese momento) rechazó hacerse cargo de «El Beso de la Mujer Araña» alegando cuestiones puramente ideológicas. A saber: Gallimard era una editorial declaradamente leninista y, por lo tanto, no podía permitir que Puig pusiera sobre la mesa al personaje de un revolucionario que se deja ablandar, convencer, seducir e incluso enamorar por un marica afeminado.
Porque de eso va «El Beso de la Mujer Araña«, de la relación entre dos prisioneros que comparten celda durante el tercer gobierno de Perón en Argentina. A un lado de la celda, un militante revolucionario apresado por cuestiones políticas; al otro, un homosexual acusado de corrupción de menores que no siente ninguna culpa a la hora de pavonear su plumaje. Ambos están siendo manipulados por el personal carcelario: a Valentín quieren sacarle información de su célula revolucionaria, y a Molina lo usan para intentar quebrantar la voluntad de su compañero de celda.
En esta ocasión, Manuel Puig articula la narración a partir del diálogo puro y duro, casi teatral (aunque extirpado de textos explicativos que ayuden al lector a orientarse). Lo que ocurre es que aquí el diálogo se ve atravesado por todo un conjunto de notas a pie de página que van desarrollando una especie de ensayo teoricista sobre la concepción psicológica de la homosexualidad en la época (leído ahora, ligeramente desfasada); y, sobre todo, por las películas que Molina explica a Valentín.
Películas, literalmente. Porque, a modo de Sherezade en «Las Mil y Una Noches«, Molina intenta ganar (y matar el) tiempo en la celda para que, en ese oasis temporal, florezca su relación con Valentín. Y lo gana explicándole de forma particularmente gráfica algunas de sus películas preferidas. La primera de ellas es «La Mujer Pantera«, de Tourneur, construyendo así una preciosa metáfora al respecto de una persona que intenta luchar contra su propia naturaleza monstruosa pero acaba abocado a la tragedia llevado por sus pasiones (de la misma forma en la que le ocurre al propio Molina).
Las siguientes películas son fruto total de la mente creativa de Manuel Puig, por mucho que le sirvan para verter tanto su gusto por el cine clásico como por las historias de vocación popular repletas de amoríos que conducen a la tragedia. Y, sobre todo, para disertar sobre conceptos como la sexualidad y la homosexualidad, la masculinidad y la feminidad, la imposibilidad de vivir fuera de la norma. Lo que resulta particularmente interesante si consideramos que la ideología revolucionaria de la época la censuró por ir contra la revolución… cuando, en verdad, le sacaba varias décadas a esa misma revolución.
Porque «El Beso de la Mujer Pantera» incluye reflexiones que son eso: pura revolución. Pueden ser reflexiones en torno a la tensión entre lo masculino y lo femenino, punteadas por un toque de humor siempre presente en Puig:
«-¿Y qué tiene de malo ser blando como una mujer?, ¿por qué un hombre o lo que sea, un perro, o un puto, no puede ser sensible si se le antoja?
-No sé, pero al hombre ese exceso le puede estorbar.
-¿Para qué?, ¿para torturar?
-No, para acabar con los torturadores.
-Pero si todos los hombres fueran como mujeres no habría torturadores.
-¿Y vos qué harías sin hombres?
-Tienes razón. Son unos brutos pero me gustan.«
O pueden ser reflexiones que se avancen de forma visionaria a la ruptura con el concepto del «sexo débil»:
«–Molina, hay una cosa que me gustaría preguntarte.
-¿Cuál?
-Es complicada. Bueno… es esto: vos, físicamente, sos tan hombre como yo…
-Uhm…
-Sí, no tenés ningún tipo de inferioridad. ¿Por qué entonces, no se te ocurre ser… actuar como hombre? No te digo con mujeres, si no te atraen. Pero con otro hombre.
-No, no me va…
-¿Por qué?
-Porque no.
-Eso es lo que no entiendo bien… Todos los homosexuales, no son así.
-Sí, hay de todo. Pero yo no, yo… no gozo más que así.
-Mirá, yo no entiendo nada de esto, pero quiero explicarte algo, aunque sea a los tropezones, no sé…
-Te escucho.
-Quiero decir que si te gustara ser mujer… no te sientas que por eso sos menos.
-…
-No sé si me entendés, ¿qué te parece a vos?
-…
-Quiero decirte que no tenés que pagar con algo, con favores, pedir perdón, porque te guste eso. No te tenés que… someter.
-Pero si un hombre… es mi marido, él tiene que mandar, para que se sienta bien. Eso es lo natural, porque él entonces… es el hombre de la casa.
-No, eso está mal. Quién te habrá puesto esa idea en la cabeza, está muy mal eso.
-Pero yo lo siento así.
-Vos no lo sentís así, te hicieron el cuento del tío los que te llenaron la cabeza con esas macanas. Para ser mujer no hay que ser… qué sé yo… mártir. Mirá… si no fuera porque debe doler mucho te pediría que me lo hicieras vos a mí, para demostrarte que eso, ser mancho, no da derecho a nada.«
Poco puedo añadir después de semejante muestra de maestría narrativa. Solo diré una última cosa: «El Beso de la Mujer Pantera» es un relato magistral en la delicadeza con la que aborda la relación homosexual entre dos personajes tan antagónicos como Molina y Valentín. Un antecedente inconmensurable de «Tengo Miedo Torero» de Pedro Lemebel que quisieron censurar por su voluntad de «quebrar» la sociedad y la moral imperantes cuando, en verdad, es un alegato avanzadísimo a favor del diálogo, la comprensión y el amor al prójimo.
Entonces, ¿por qué me obsesiona Manuel Puig?
El principal motivo de mi reciente obsesión con Manuel Puig es la pura entraña, algo que nace en mi interior y no puedo controlar durante la lectura de obras como «Boquitas Pintadas» y «El Beso de la Mujer Araña«. Al fin y al cabo, lo del gaydar no es algo que funcione solamente a nivel sexual: los homosexuales reconocemos la cultura homosexual incluso cuando no está codificada como tal y está camuflada bajo formas más asimilables por la moral clásica.
De ahí nace nuestro gusto por el camp, por ejemplo. Por todos esos productos que son de baja estofa y que un intelectual «de los de verdad» nunca admitiría en voz alta haber consumido, mucho menos haber disfrutado. De esta forma, Puig se convierte en uno de los primeros defensores de estas formas culturales bajas que siempre han sido entendidas como femeninas y, por ende, como queer (antes de que nadie supiera qué era esto de lo queer). Es esa cultura que trata como se trataba entonces a las mujeres: que el hombre disfruta usando pero a la que no mostrará nunca ningún respeto público.
Manuel Puig le mostró respeto. E incluso veneración. Él formó parte de una nueva corriente que iba a servir para dignificar cierto tipo de cultura que forma parte del ADN homosexual. Y, ahora, en tiempos en los que ya sabemos que en aquella cultura considerada de baja estofa se escondía oro puro, deberíamos agradecer más que nunca libros como los de Puig. Porque fueron pioneros a la hora de convertir el low brow en literatura de alto nivel, pero siguen removiendo la espiral de nuestro ADN de forma realmente placentera. [Más información en la web de Seix Barral]