¿Es posible sanar la herida causada por una guerra? Velibor Čolić lo tiene claro en su «Manual de Exilio»: para sanar necesita escribir.
«Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie«. Resulta francamente imposible no pensar inmediatamente en la mítica cita de Adorno desde las primeras páginas del «Manual de Exilio» de Velibor Čolić. Será, al fin y al cabo, que el propio autor se plantea esta misma disquisición no demasiado lejos del arranque de este libro que nos devuelve al siempre incisivo autor de «Los Bosnios«: «Se ha escrito libros tras el gulag, tras Hiroshima, tras Auschwitz, tras Mauthausen… ¿Se puede escribir después de Sarajevo? ¿Para describir una destrucción que participa de lo irreal, para evocar el carácter luminoso y sagrado del sacrificio de las víctimas Como ya se sabe, como se ha repetido desde hace mucho, el poeta se encuentra ineluctablemente entre los hombres para hablar del amor y de la política, de la soledad y de la sangre derramada, de la angustia y de la muerte, del mar y de los vientos. Para escribir después de una guerra, hay que creer en la literatura. Creer que la escritura puede volver a accionar mecanismos que se han apartado al recurrir a las armas. Que puede devolver el horror, incomprensible e inexplicable, a la medida humana«.
Así que, respondiendo a Adorno, puede que este sea un acto de barbarie, pero hay ocasiones en las que la barbarie está justificada y es más que necesaria, ya sea para echar sal sobre las heridas, para comprender el arma que nos ha herido o, simple y llanamente, para no olvidar. Nunca. Para recordar constantemente que lo de «hay que conocer el pasado para no repetir los errores en el futuro» es puro perogrullo cuando resulta que vivimos en un mundo abocado a la guerra como acto de comercio e industria. Un mundo en el que siempre tiene que haber una guerra en algún lugar, por mucho que esta siga generando casos de desarraigo tan impactantes como el del propio Čolić.
Tras varios libros, el autor se enfrenta en «Manual de Exilio» a una especie de operación a corazón abierto en el que no muestra ningún pudor a la hora de exhibir sus maltrechos órganos internos. De nuevo muy cerca del arranque de su libro, Čolić ya asienta las bases sobre las que va a erigirse este manual (y, de paso, el resto de su literatura). Por un lado, la herida: «La conozco, la llaman Alma. Tiene siete años y vive de la caridad, brutal y versátil, que le manifiestan los borrachos a quienes les vende flores y su sonrisa de niña en los cafés. Súbitamente la veo caer en silencio. Deja de moverse. Es un poco raro, un niño que se cae o bien se levanta de inmediato o bien llora, pero la pequeña Alma no se mueve. Una vez nos acercamos vemos la razón. La única bala que un francotirador ha disparado desde las colinas ha alcanzado en plena garganta a la gitanilla diligente y frívola. Su cuerpecito mantiene una postura natural, como si la niña estuviese dormida. La sangre que empapa el polvo a su alrededor es como una losa para todos nosotros, para el maldito país y para la puta guerra«.
Por otro lado, la cura probable y deseada: «Sé que mi nueva vida en Francia exige un espíritu fuerte y memoria blanca. Me siento abatido en la cama. Tengo ante mí las libretas de colegio y todos los bolígrafos, parecen sardinas negras y rojas. Sé que mi salvación, mi terapia de enfoque cognitivo-conductual, no debe ser otra que la escritura«. Desde su llegada a Francia en verano de 1992, Velibor Čolić intentará sanar la herida causada por su servicio como soldado en la guerra en Bosnia de la única forma que sabe: con la pluma y el papel.
No es de extrañar, entonces, que «Manual de Exilio» acabe trascendiendo su propio título. Puede que, al principio, el autor se narre en hacer precisamente eso, un manual de exilio que recoja la experiencia de destierro, el enajenamiento en tierra extraña, el vivir como alma en pena negando las secuelas que deja en tu interior un conflicto bélico pero intentando acallar los gritos de esas mismas secuelas a base de alcohol, braguetazo y olvido. Llegado a cierto momento de la novela, Čolić incluso se topa con otro exiliado en su misma situación que le enumera precisamente un conjunto de lecciones básicas de este mismo manual… Entonces, ¿por qué seguir adelante con la escritura una vez conseguida la meta marcada por el propio título de «Manual de Exilio«?
Porque, básicamente, y por mucho que el estilo de Čolić supure buen humor y cachondeo ilustrado por cada poro de su piel (algo profundamente agradecible en un escritor que podría optar por el tono llorica, peripatético y trágico), el «Manual de Exilio» aquí propuesto no son treinta y cinco lecciones (es decir: treinta y cinco capítulos) para sobrevivir en el mundo occidental como exiliado de una guerra. Ni mucho menos. El verdadero «Manual de Exilio» es seguir viviendo. De hecho, es seguir viviendo de forma tan furiosa como hace Čolić, de país en país, de mujer en mujer, de ciudad en ciudad, de amistad en amistad. Pronto, el libro se transforma en un diario en el que van dejando su impronta fugaz otros personajes que marcan al autor de alguna forma u otra.
El verdadero «Manual de Exilio» es compartir la cama con amantes que te suelten perlas como esta: “-Ya está, ya está, me he despedido. Estaba harto, no era para mí. Ya estoy libre, al final me voy a dedicar por completo a mi carrera de escritor. Y, además, eso me permitirá estar en contacto con la gente, seguir siendo joven… / -Hay una gran diferencia -dice ella- entre ser inmaduro y seguir siendo joven…”. O dar con colegas intelectuales que te abran los ojos con consejos como este otro: “Antes de salir en busca de la felicidad -añade-, mire a ver; quizá ya es usted feliz. La felicidad es pequeña, corriente y discreta, son muchos los que no son capaces de verla”.
El verdadero «Manual de Exilio» es comprender que renegar de tu propia patria te convierte en apátrida, y que un apátrida está condenado a vagar eternamente en busca de algo que es imposible recrear una vez ha sido destruido: las raíces. Ser apátrida significa, como comprende finalmente Čolić, vivir en la memoria: “Solo pasamos una parte, pienso, sólo una parte de nuestra vida real en el tiempo presente. Por lo demás estamos en otro lado, en las densas tinieblas de nuestra memoria”. Ser apátrida significa luchar contra la mítica cita de Adorno y demostrar que siempre hay que seguir escribiendo. Siempre. [Más información en la web de Periférica]