Cuando pensamos en Stanislaw Lem, lo primero que nos viene a la cabeza es el género de la ciencia ficción. Efectivamente, el autor polaco nos ha dado clásicos de la talla de «Solaris» o «Diarios de las Estrellas«. Cualquier conocedor del mundillo sabrá apreciar la calidad del trazo de este buen hombre. Pero hoy nos reunimos aquí para apreciar otra de las caras de Lem. Que es un genio en cuanto a sus capacidades imaginativas es algo innegable; pero también es cierto que habría que ver más allá de su capacidad de generar galaxias enteras y echar un vistazo a creaciones como la que tenemos aquí. Uno de los proyectos de Lem fue la colección «Biblioteca del Siglo XXI«, que ahora Impedimenta está publicando y en la que se inscribe esta «Magnitud Imaginaria» que nos ocupa.
Se trata de distintos tomos que recogen una serie de paratextos que hacen referencia a libros inexistentes. De esta manera, Lem hace el esfuerzo imaginativo de generar una literatura insólita que atrae la atención del lector no sólo por lo original e inteligente de su concepción, sino por el hecho de que no existe y de que jamás podremos leerla. Deviene un tipo de pasatiempo intelectual y exquisito que también nos han regalado otros escritores. Recordemos, si no, los diez principios de novela de «Si una Noche de Invierno un Viajero» de Italo Calvino, o los numerosos y formidables juegos metaliterarios que creó Borges a través de cuentos tan excelsos como «Pierre Menard, Autor del Quijote» o «Examen de la obra de Herbert Quain«. Personalmente, diré que admiro y disfruto estas ficciones, por la gran inventiva que presentan y la genial capacidad que tienen de accionar la imaginación del lector, quien decide pensar esas obras imposibles, dotarlas de forma y soñar con esos libros que nunca serán. Se trata de un ejercicio que nos recuerda la infinitud de posibilidades, de permutaciones posibles que permite el vastísimo mundo de la ficción. Nos recuerda el placer fundamental de imaginar, de leer, de inventar. Finalmente, nos deja una estela algo triste, producto de pensar en todo aquello que jamás llegaremos a leer, ya sea porque la vida humana es finita o por el simple hecho de que aquello todavía no se ha escrito y que simplemente flota como una posibilidad magnífica que quizá algún día una mente preclara sabrá atrapar y cristalizar bajo la forma del lenguaje.
En esta ocasión se nos presenta una obra construida por cuatro prólogos a libros inexistentes. También tiene su propio prólogo, que evidentemente no desdeñaremos, tratándose de una obra cuyo corpus adquiere la misma forma. Dicho texto inicial es una interesante reflexión sobre el arte del prólogo que nos hace pensar en la importancia y poder de este por encima del mismo texto en tanto que sólo anuncia, permitiendo que el contenido sea construido por la mente del lector, que poco sabe de la obra que le espera. Si la semiótica defiende que el lector ha de llenar huecos a medida que avanza en su lectura, aquí nos encontramos ante un artificio que transforma, mediante un prólogo, toda la obra en un hueco a rellenar. E incluso así nos ataca la idea de que el prólogo es una visión subjetiva que bien podría ir desencaminada a la hora de reflejar la esencia de la obra. Pero eso nos lleva a otra deliciosa reflexión: ¿no puede ocurrir lo mismo con una novela normal? ¿No puede la subjetividad de la misma no conseguir reflejar con exactitud su propia esencia requiriendo así una reconstrucción a partir de otros criterios? He ahí lo genial de «Magnitud Imaginaria«: invita a liberar nuestra mente de los prejuicios de la literatura convencional, haciéndonos pensar sobre el peso del texto, de su situación entre todas sus variaciones posibles, de la responsabilidad del lector o del rol del autor, entre otras cosas.
El primer prólogo presenta la obra de un artista que decide realizar pornografía a partir del uso de rayos X, capturando la lascivia del acto amoroso bajo la forma de esqueletos que sujetan la vida estando atados a la muerte en un baile macabro y sugerente. El segundo prólogo se adentra en el estudio de un científico que persigue el extrañísimo fin de conseguir un cultivo de bacterias que sepa comunicarse en código Morse. Poderosa ciencia ficción que gana enteros bajo la forma de una obra que promete ser verdadera y que se nos presenta sesgada por la naturaleza sintética del prólogo. Tenemos también la presentación de unas enciclopedias que, según se nos cuenta, tienen escritas en sí lo que aún ha de acaecer, intentando así acabar con el problema que constituye la velocidad con la que las enciclopedias actuales quedan obsoletas. Sin embargo, diré que quizá éste sea el prólogo más flojo de todos, aunque tiene algunas consideraciones interesantes que vale la pena leer.
Pero, probablemente, la ficción más elaborada sea el prólogo de un estudio hecho por nueve eruditos que buscan relatar la historia de la literatura bítica. Se presenta así una literatura inexistente que es generada por ordenadore, explicándose detalladamente el funcionamiento y la historia de esta y exponiéndose casos verdaderamente inquietantes, como el de un ordenador que, habiendo almacenado toda la obra de Dostoievski, genera, casi accidentalmente, una obra que, a ojos del mejor experto en el autor, podría pasar perfectamente como propia del autor ruso. Interesante invención que nos hace desear golosamente la oportunidad de leer esa obra de Dostoievski escrita por un ordenador.
No mentiré: el conjunto en sí decepciona un poco en algunas partes que, considero yo, se podrían haber elaborado mejor. Pero la premisa es inteligente y hermosa, y uno no debería negarse a tal invitación a imaginar y expandir la visión que se tiene de la literatura. Además de que se trata de una obra no muy extensa, por lo que puede leerse sin perder mucho tiempo. En definitiva, he aquí una propuesta interesante altamente recomendable, más incluso para aquellos amantes de la literatura, dado que la metaliteratura siempre es una buena manera de aprender a disfrutar de esta arte de nuevas maneras.
[Julián Q.]