Había ganas de ver a Maga… Se notaba en el ambiente de la pontevedresa Sala Karma. Los sevillanos (impermeables a los cambios en su alineación) poseen una trayectoria discográfica fecunda y consolidada que, cumplida una década desde la publicación de su álbum de debut, “maga (blanco)” (Limbo Starr, 2002), continúa atrayendo. Por otro lado, tampoco es habitual contar con su presencia en los escenarios gallegos, con lo que se daba la situación ideal para que la banda liderada por un Miguel Rivera en plena forma fuese arropada apropiadamente. Aún así, el centenar de personas que respondió a la llamada del cuarteto hispalense se hizo de rogar y, como suele suceder en toda fiesta, tardó relativamente en entrar en calor. Se habría podido entender si el tono pausado de la inicial “Swann” se hubiese impuesto a lo largo de la velada, pero el show no iba a discurrir por ese camino. Al contrario: en cuanto cuajó el arrebato eléctrico de “De Memoria”, Maga comenzaron a transmitir toda la energía envasada en su último trabajo, “Satie vs. Godzilla” (Mushroom Pillow, 2011), canalizada a través de una briosa “Hagamos Cuentas”.
Al público ya no le quedaba más remedio que introducirse en el meollo de la cuestión, empujado por la gran voz de Miguel y sus ágiles riffs guitarreros, más cercanos al rock que al pop. Decisión que provocó que la parte clásica de su repertorio se mostrase más compacta y rocosa que en su versión original y funcionase como rampa de lanzamiento para que la audiencia se uniese entonando, animosa, la letra de piezas como “Agosto Esquimal”, uno de los temas más esperados. Eso sí, si hubiera que poner una pega al fluido desarrollo de la actuación, esa pega sería el sonido, un poco apelmazado y, en determinadas fases, saturado. A pesar de ese detalle, Maga se sentían a gusto sobre las tablas… y fuera de ellas: en un amable gesto, Miguel, solo ante el peligro y guitarra en ristre, interpretó una emotiva y desnuda revisión de “Annabel Lee” de Radio Futura en plena pista, cara a cara con sus seguidores. Un momento íntimo y agradecido que se prolongó, reunido de nuevo el grupo, con una “Rompe el Reloj” de intensidad creciente que demostraba la solvencia de Maga en los diferentes registros que manejan en directo.
Y, después de la calma, volvió la tempestad (“El Ruido que me Sigue Siempre”, “El Gran Final”), en teoría para cerrar sin contemplaciones el concierto; sin embargo, la moraleja de “Sal y Otras Historias”, resumida en la frase “hay cuentos sin final”, presagiaba que a Maga aún les quedaba cuerda para rato, ofreciendo un bis (en la que cayó “Diecinueve”, cuya melodía se clavó en varios corazones y activó recuerdos varios), otro a continuación (con Miguel otra vez entre el gentío atacando el estribillo de “Astrolabios”) y hasta un tercero, obligatorio por la insistencia de un respetable completamente satisfecho por lo visto y oído. Lógico: un par de horas antes era consciente de que no sería difícil acabar sintiéndose así a poco que se dejara atraer por el imán de Maga. La ocasión lo merecía.
[FOTOS: David Ramírez]