La primera vez que escuché “Hung Up” fue en la segunda planta de la FNAC de Plaça Catalunya. No recuerdo por qué, si estrenaban el vídeo en primicia, si era un adelanto de “Confessions on a Dancefloor” (Warner, 2005), si era por algún motivo promocional… Pero lo que sí permanece vivo en mi memoria fue la increíble impresión que me causó, me dejó como a Matias Prats gritando en el hall de la tienda “¿Pero esto qué es? ¿¿Pero esto qué es??”. Impresionada, impactada, flipada y sorprendida. Aquella canción me pareció lo más nuevo y fresco que había escuchado en mucho tiempo. Siete años y una parodia de La Terremoto de Alcorcón después, «Hung Up» sigue siendo un temazo igual o más brillante que el primer día, un éxito lo pinchen a la hora que lo pinchen y el winner que te ayuda a prolongar tu carrera en la elíptica cuando estás a punto de echar el hígado por la boca ¿Recuerdo alguna otra canción de «Confessions on a Dancefloor«? La respuesta es no. ¿Acaso importa? Puede que la respuesta a esto sea que tampoco. «Hung Up» ya forma parte de la historia más brillante del pop de nuestros días, y esto por mencionar solo un logro en la historia más reciente de la Ambición Rubia.
Después del patinazo de «Hard Candy» (Warner, 2008) (del que no salvo ningún single que me haga recordar nada; si acaso «4 Minutes» y sólo porque Justin Timberlake me pone bastante burra) Madonna se enfrentaba a varios factores en su contra; principalmente, que le han salido enanos hasta de debajo de las enaguas. Cederle el cetro a Britney cuando aún era la Princesa Blanca del pop parecía una estrategia comercial atrevida pero graciosa, pero mientras (a partir de ahora) MDNA andaba a vueltas con Material Girl (la línea de ropa que sacó junto a su hija Lourdes Maria), su cadena de gimnasios y la pre-producción de «W.E.«, la industria musical se ponía patas arriba, iTunes se convertía en el mejor radar comercial, un ente de cuerpo raquítico y maneras de divorra apodado Lady Gaga se comía con patatas los billboards y atesoraba una legión de fans tan o más peligrosos que los suyos, Britney volvía (tres veces) por todo lo alto y el “concepto” de diva del pop se diversificaba y se volvía interracial por culpa de Rihanna. Demasiados frentes abiertos que Madonna he decidido atacar por la vía del asalto frontal puro y duro. Cogió su chorbo-agenda, invitó a un orujo de hierbas a William Orbit y le dijo: “William, querido, ¿te acuerdas de lo cuqui que nos quedó el «Ray of Light» (Maverick / Warner, 1998)? Quieres repetirlo pero en plan eurodancero y ultradisco?” Y William no le supo decir que no (a ver quién es el guapo). Le mandó un telegrama a Benny Benassi en el que sólo le decía “Te voy a sacar del agujero infecto en el que duermes desde lo de ‘Satisfaction’“ y lo de Martin Solveig ya vino rodado. Pero no sólo eso, sino que MDNA sacó de su manicura semanal a Nicky Minaj y a M.I.A. y les hizo una propuesta que no pudieron rechazar. Y con esta gang y una colaboración por ahí perdida de Mika y de Joe Henry ya tenía al completo el equipo para sacar adelante «MDNA» (Interscope, 2012), el disco housero de Madonna: su “Confessions on a Dancefloor” con dubstep, mineralizado e hipervitaminizado.
«MDNA«, ya desde el nombre, prometía mucho dope (en español “droga” queda fatal)… y así ha sido. «Give Me All Your Lovin´» pasará a la historia por ser el peor single de presentación de un disco de baile ever. La canción en la que ataba corto a dos competidoras directas (Nicky Minaj y M.I.A.) sencillamente pare exhibirlas como meros trofeos y a las que sólo se les permite cantar unas frases a modo testimonial. La Minaj también aparece en “I Dont´Give a Damn”, su canción de odio a Guy Richie y al matrimonio en general, aunque sólo para espetar algo más que un “there´s only one Queen and its Madonna… Bitch”. Porque si de algo hay a toneladas en «MDNA» es de exhibición y auto-reafirmación no escondida: las siglas MDNA, por ejemplo, se repiten hasta la extenuación en «I´m Addicted» (aunque por momentos yo juro que escucho MDMA y todo cobra sentido), un bonito lavado de cerebro en la forma de un trallazo pistero de los que hacen historia (firmado por Benassi que barniza con una sal gorda exquisita una canción simplona pero efectiva). Trallazos pisteros también hay unos cuantos en «MDNA«. El primer tramo del disco es un no parar, una carrera cuesta abajo hacia las partes más húmedas de la zona de baile: primero «Girl Gone Wild» (un muy criticado segundo single que empieza un poco en plan «Like a Prayer» con un vídeo horroroso y pasadísimo de vueltas); y después «Gang Bang«, con disparos de escopeta (sorry, Madonna pero eso ya lo hizo M.I.A. hace ya unos años), una Madonna en plan mariliendre malvada, armada y perversa («My love is dead and I have no regrets / He deserved it and I’m going straight to hell / And I gotta lot of friends there / And if I see that bitch in hell, I’m gonna shoot him in the head again / Cos I wanna see him die over and over and over and OVER…«) y con una bajada a los infiernos dubstep que la convierten en el bombazo de pura locura que desearemos bailar cuando echen el cierre en el Sónar. Para cerrar el primer tramo, «Turn Up the Radio«, con diferencia la mejor canción del disco y la que más gustará a fans y haters. Pop made in Madonna & cia como el que se espera de la Reina del Pop: hábil, fresco y vitalista con un sinfín de efectos y subidas y parones y vueltas a empezar y alusiones a bailar y a vivir la vida.
El segundo tramo sigue siendo muy efectivo y muy pendiente de la pista de baile pero, llegados a la baladas finales, se percibe como un trámite demasiado meditado. Aun así, persisten con ganas “Some Girls”, que podría ser la versión ravera del “Some Girls Are Bigger Than Others” de The Smiths, y “I´m a Sinner”, que molaría bastante si no fuera por lo muy descaradamente que recuerda a “Beautiful Stranger”. El tramo final, aunque obvio por lo de meter baladas, brilla gracias a «Masterpiece» (la canción que le valió un Globo de Oro para «W.E.«) y «Feeling Free«, de nuevo, una balada made in Orbit aderezada con una grandilocuencia sintética que recuerda -gratamente, pero de nuevo, demasiado “looking back in anger”- a lo mejor de «Ray of Light«.
Madonna ha necesitado cuatro años y un batacazo para ponerse las pilas y reclamar ese trono que tantos le reconocen por derecho propio. Por culpa de «Hard Candy» alguno ya se planteaba un referéndum, y la irrupción de Lady Gaga en el panorama presagiaba un golpe militar traumático. No hizo falta, la Gaga sacó ese «Born This Way» (Streamline, 2011) con el que consiguió alejarse del camino de la Reina instaurándose más como la líder de una república bananera; y Madonna ha vuelto para reclamar lo que es suyo con un disco que le sienta bien y que confluye en el sonido que llevaba buscando desde hace años: dubstep, frenchy electro, trance y bajos de esos que dan anginas le sientan a la Reina tan bien como su propia corona. «MDNA» es efectivo desde el punto en el que te pone bien del revés, atrapa y entretiene. No tiene el gancho autoparódico y fresco de «Femme Fatale» (Jive, 2011), no está tan bien construido en esencia como «Flesh Tone» (Interscope, 2010) y sus mejores singles nunca le harán sombra a «Only Girl in The World«. Pero, aún así, «MDNA» es un buen compendio de morralla pistera y un disco perfecto para machacarse en el gimnasio… Con lo que el ciclo se cierra.
Mi pregunta ahora es: ¿dentro de cuatro años escucharemos alguna canción de este álbum y nos parecerá igual de efectiva como lo puede ser ahora? Me arriesgo a decir que no. A diferencia de «Hung Up«, las canciones de «MDNA» parecen tener una fecha de caducidad no decidida, como los yogures Danone, que si te los comes al momento están buenos pero pasados pican en la lengua. No como los del Lidl: el mundo acabará y ellos seguirán ahí, invariable (y mosqueantemente) deliciosos.